En la vida Castelar tampoco representa un fragmento, sino toda la humanidad. La moderación y la actividad que se observa en su conducta es un signo de fuerza. Sólo los débiles son obstinados é impacientes. Contempla la vida con mirada serena y recoge en conjunto todos sus elementos sin predominio ni monstruosidades, porque es un espíritu equilibrado. Se ajusta fácilmente al medio y á las condiciones de su existencia, pero las modifica mediante la influencia de su genio. Castelar entiende que la vida es un arte y no una fiebre, que la continuidad moderada de la acción vale mucho más que una agitación estéril y morbosa. Por eso no opone diques inútiles á la corriente de las ideas, sino que busca el medio de encauzarla para que le conduzca al resultado que se propone.
Hay muchos hombres que, aun cuando fabricados de barro como todos los demás, aspiran á tener la consistencia de los peñascos ó creen cumplir con su conciencia ofreciéndose inermes al torrente devastador de las preocupaciones, como aquellos indios que se arrojan voluntariamente entre las ruedas del carro triunfal de sus ídolos para ser aplastados. Estos hombres merecen respeto por la pureza de los motivos que los impulsan. Pero es necesario convenir en que no deben ser hombres de acción en ninguna causa, porque, lejos de contribuir á su triunfo, lo retardan considerablemente. Tienen un puesto señalado en las esferas de la pura teoría, porque son impotentes para discurrir por los laberintos de la realidad. La vida es una continua transacción entre lo ideal y lo real, y aquel que no sabe transigir no debe acudir á ella.
Castelar tiene un fin que llenar en nuestra patria y lo persigue con un celo y al propio tiempo con un sosiego que me traen á la memoria aquellos hermosos y profundos versos de Goethe: «Como la estrella, sin prisa, pero sin tregua, que cada uno se mueva dentro de su propia naturaleza». No puede petrificarse en la defensa obstinada de uno sola verdad porque pertenece á su obra y su obra es grande y comprende muchas verdades. No puede retraerse de la lucha porque el retraimiento enerva y enmohece la inteligencia. Todavía en estos tiempos en que la vida política arrastra una existencia precaria, cuando se ha hecho un silencio mortal en todos los locutorios de la opinión, cuando no se escucha el crujir de una pluma sobre el papel, cuando no se mueve una hoja en los árboles ni una lengua en la tribuna, sólo el gran orador es capaz de sostener la contienda, porque él solo habla un lenguaje que no es el de las parcialidades políticas, un lenguaje que no lastima á nadie y que á todos seduce.
Una vez preguntaron á Sieyes: «¿Qué habéis hecho durante el Terror?» «¡Qué es lo que he hecho! He vivido.» Y había hecho bastante. Cuando rodando los tiempos le pregunten á Castelar: «¿Qué habéis hecho durante el período del Silencio?» «¡Qué es lo que he hecho!—podrá contestar.—He hablado.» Y aquellos hombres casi no podrán creerlo.
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