Oliver —dijo suavemente—, creo que tienes que conocerlo. Creo que el camino hacia tus padres y hacia tu destino pasa por él.
En cuanto lo hubo dicho, la Sra. Belfry dijo con la voz entrecortada:
—Oliver, mira.
Justo entonces, Oliver vio que las manecillas de la brújula se estaban moviendo. Una señalaba hacia el símbolo de una hoja de olmo. La segunda señalaba hacia un símbolo que parecía un pájaro. La tercera continuaba en la imagen de un birrete.
Los ojos de Oliver se abrieron como platos por la sorpresa.
Señaló a la hoja de olmo.
—Boston —Después al pájaro—. Ruiseñor —Y finalmente al birrete—. Profesor —Sintió una gran emoción repentina en el pecho—. Tiene razón. Tengo que ir a Boston. Conocer al Profesor Ruiseñor. Él tiene la siguiente pista.
La Sra. Belfry garabateó algo rápido en su libreta y arrancó la página.
—Toma. Aquí es donde vive.
Oliver cogió el papel y miró la dirección de Boston. ¿Era esta la siguiente pieza del rompecabezas en su misión? ¿El Profesor Ruiseñor era otro vidente?
Dobló cuidadosamente el papel y se lo metió en el bolsillo, de repente ansioso por empezar su viaje. Se levantó dando un salto.
—Espera —dijo la Sra. Belfry—. Oliver. El libro —El libro de viajes del Profesor Ruiseñor estaba encima de la mesa—. Cógelo —añadió—. Quiero que lo tengas tú.
—Gracias —dijo Oliver, sintiéndose conmovido y agradecido. La Sra. Belfry realmente era la mejor profesora no vidente que había tenido.
Cogió el libro y se dirigió hacia la puerta. Pero cuando llegó a ella, oyó que la Sra. Belfry gritaba.
—¿Volverás alguna vez?
Él se detuvo y la miró.
—No lo sé.
Ella le respondió sintiendo triste con la cabeza.
—Bueno, si esto es un adiós, lo único que queda por decir es buena suerte. Espero que encuentres lo que estás buscando, Oliver Blue.
Oliver sentía una profunda gratitud en su corazón. Sin la Sra. Belfry, probablemente no hubiera sobrevivido a esos tristes primeros días en Nueva Jersey.
—Gracias, Sra. Belfry. Gracias por todo.
Oliver salió corriendo de la clase, ansioso por coger el primer tren hacia Boston para conocer al Profesor Ruiseñor. Pero si iba a marcharse de Nueva Jersey para siempre, primero tenía que hacer una cosa.
Los abusones.
Era la hora de comer.
Y él tenía una injusticia más que enmendar en el mundo.
*
Bajó a toda prisa las escaleras, el olor de las patatas fritas grasientas subía flotando del comedor. La Sra. Belfry y él habían estado hablando tanto tiempo que ya era la hora de comer.
«Perfecto» —pensó Oliver.
Se dirigió al comedor. Estaba lleno de estudiantes y había muchísimo ruido. Vio a Paul y a Samantha, sus torturadores de la clase de ciencias. Estos miraron hacia él y empezaron a señalar y a susurrar. Se giraron otros chicos, que también se reían de él. Vio a los chicos que le lanzaban pelotas en el patio. Los chicos de la clase del Sr. Portendorfer que disfrutaban con la insistencia del viejo profesor gruñón de llamarle Óscar.
Oliver echó un vistazo hasta encontrar a su objetivo: Chris y sus amigos. Estos eran los chicos que lo habían perseguido durante la tormenta. Que lo habían acosado hasta un cubo de la basura. Que le habían llamado bicho raro, rarito y un montón de cosas horribles.
Ellos también lo vieron. La chica odiosa que llevaba el pelo en unas austeras trenzas empezó a sonreír. Dio un codazo al chico larguirucho y pecoso que había mirado con regocijo mientras Chris tenía a Oliver en una llave de cabeza. Hasta donde ellos sabían, el día anterior habían perseguido a Oliver durante una tormenta, obligándole a esconderse en un cubo de basura. Verlos sonreír hizo que apretara los dientes en una repentina ola de furia.
Chris también levantó la mirada. Cualquier rastro del miedo que había mostrado hacia Oliver cuando estaban en su comedor había desaparecido, ahora que estaba rodeado por sus amigos abusones.
Incluso desde la otra punta del comedor, Oliver pudo leer en los labios de Chris sus palabras mientras les decía a sus amigos:
—Oh, mirad, es la rata ahogada.
Oliver concentró toda su atención en su mesa. A continuación, accedió a sus poderes de vidente.
Sus bandejas empezaron a subir flotando de la mesa. La chica se echó atrás de un salto en la silla, completamente aterrorizada.
—¿Qué está pasando?
El chico pecoso y el chico regordete también se levantaron de golpe. parecían igual de atemorizados y hacían ruidos de susto. Chris se levantó de un salto de la silla. Pero no parecía asustado. Parecía furioso.
A lo largo de toda la mesa, otros estudiantes empezaron a girarse para ver de qué iba aquel escándalo. Cuando vieron que las bandejas se elevaban en el aire como por arte de magia, todos empezaron a sentir pánico.
Oliver subió las bandejas más, más y más. Después, cuando estaban más o menos a la altura de la cabeza, las inclinó.
Sus contenidos cayeron como la lluvia encima de las cabezas de los abusones.
«A ver cuánto os gusta estar cubiertos de porquería» —pensó Oliver.
El caos estalló en el comedor. Los chicos empezaron a chillar, corriendo por todas partes, empujándose los unos a los otros con prisas por llegar a la salida. Uno de los torturadores de Oliver –cubierto de puré de patata de pies a cabeza-resbaló con las judías que habían caído. Derrapó en el suelo e hizo tropezar a otro que estaba corriendo.
A través del caos, Oliver vio que Chris estaba en el otro extremo del comedor, con los ojos entrecerrados y clavados en Oliver. Se le puso la cara roja por la rabia. Hinchó toda su corpulencia para tener un aspecto más amenazador.
Pero Oliver no se sentía en absoluto amenazado. Ni en lo más mínimo.
—¡Tú! —vociferó Chris—. ¡Sé que eres tú! ¡Siempre lo has sido! Tienes poderes raros, ¿verdad? ¡Eres un friqui!
Fue a toda velocidad hacia Oliver.
Pero Oliver ya estaba dos pasos por delante. Lanzó sus poderes hacia fuera y cubrió el suelo bajo los pies de Chris con aceite espeso y resbaladizo. Chris empezó a bambolearse, después se tambaleó y, finalmente, patinó. No pudo mantener el equilibrio y cayó de culo. Patinó por el suelo, deslizándose a toda prisa hacia Oliver como si estuviera en un tobogán de agua.
Oliver abrió la puerta de salida de un empujón. Chris pasó deslizándose por delante de él y la atravesó, chillando todo el rato. Deslizándose, llegó al patio y siguió hacia delante, montado en el tobogán invisible de Oliver, hasta que desapareció a lo lejos.
—¡Adiós! —gritó Oliver, saludando con la mano.
Con suerte, esta sería la última vez que vería a Christopher Blue.
Cerró de un portazo las puertas y se dio la vuelta.
Con la cabeza en alto, Oliver se abrió paso a través del caótico comedor y anduvo con confianza por los pasillos del Campbell Junior High. Nunca se había sentido mejor. Nada podía superar esa sensación.
Cuando llegó a la salida, abrió de un empujón con ambas