Justo cuando estaba a punto de cerrar la maleta, se dio cuenta de que las manecillas de la brújula se habían movido. Ahora estaba señalando a un símbolo que parecía un quemador Bunsen. Una segunda se detuvo en el símbolo de una única silueta femenina. Una tercera señalaba un birrete.
Oliver juntó todas las piezas en su mente. ¿Podría ser que la brújula lo estuviera guiando hacia la Sra. Belfry. El quemador Bunsen podía representar la ciencia, que es lo que ella enseñaba. La única silueta femenina era evidente. Y el birrete podía representar a un profesor.
Oliver pensó emocionado que debía ser una señal. El universo lo estaba guiando.
Cerró la maleta y se dio la vuelta para mirar a los Blue. Todos le estaban contemplando completamente atónitos y en silencio. Era muy satisfactorio ver la mirada en sus rostros.
Pero entonces Oliver vio que Chris estaba apretando las manos en puños. Sabía de sobra lo que eso significaba –Chris estaba a punto de atacar.
Oliver solo tuvo una fracción de segundo para reaccionar. Usó sus poderes rápidamente para atar los cordones de los zapatos de Chris.
Chris se lanzó hacia delante. Tropezó de inmediato con sus cordones atados y se desplomó sobre el suelo. Gimió.
Su madre soltó un chillido.
—¡Sus cordones! ¿Has visto sus cordones?
Su padre se puso pálido.
—Se… se han atado solos.
Desde donde estaba tirado en el suelo, Chris lanzó una mirada asesina a Oliver.
—Lo hiciste tú, ¿verdad? Eres un bicho raro.
Oliver encogió los hombros inocentemente.
—No tengo ni idea de lo que estás hablando.
Se dio la vuelta, maleta en mano, y salió de la casa hecho una furia. Cerró la puerta de golpe tras él.
Mientras andaba por el camino, se le dibujó una sonrisa en los labios.
No tendría que volver a ver a los Blue.
CAPÍTULO CINCO
Oliver estaba fuera del Campbell Junior High. En el patio había el mismo ruido de siempre, lleno de niños corriendo, gritando y lanzando pelotas como granadas.
Oliver notó un nudo de angustia en el estómago. No era porque tuviera miedo de los chicos –o de cruzar el patio lleno de pelotas de baloncesto voladoras- era porque pronto volvería a ver a la Sra. Belfry.
Respecto a su profesora favorita, justo ayer había estado sentado en su clase. Pero para Oliver, parecía que hacía toda una vida. Él había pasado toda una aventura tumultuosa atrás en el tiempo. Esto le había cambiado, le había hecho madurar. Se preguntaba si ella notaría sus cambios cuando estuvieran cara a cara.
Cruzó el patio, agachándose bajo las pelotas de baloncesto voladoras y, a continuación, fue directamente por el pasillo hasta la clase de ciencias de la Sra. Belfry. Estaba vacía, no había nadie dentro. Él había tenido la esperanza de que ella estaría allí temprano y podría hablar con ella. Pero pronto, sus compañeros empezaron a entrar en fila. Todavía no había ni rastro de la Sra. Belfry, así que a Oliver no tuvo más remedio que sentarse. Buscó un asiento delante y al lado de la ventana.
Oliver miró hacia fuera a los campos de juego, a todos los niños que jugaban deportes diferentes. Le sorprendía lo raro que se le hacía fingir que era un alumno normal otra vez, estar con gente normal en lugar de videntes con poderes extraordinarios.
Entraron más chicos a la clase. Entre ellos estaba Samantha, la chica que se había burlado de Oliver cada vez que había respondido una de las preguntas de la Sra. Belfry. Se sentó al final de la clase. Después entró Paul. Él fue el que lanzó papel estrujado a la cabeza de Oliver por detrás.
Ver de nuevo a los chicos que se burlaban de él hacía que Oliver se sintiera incómodo. Pero los recuerdos de ellos intimidándole ya se estaban disipando, el escozor de sus palabras tenía mucho menos poder sobre él. Gracias a la Escuela de Videntes y a los amigos que había hecho allí, a Oliver le parecía que esas heridas habían sanado. Él había avanzado. Los que le amenazaban ya no podían hacerle daño.
La clase se llenó y todos reían y charlaban en voz alta hasta el momento en que la Sra. Belfry entró corriendo por la puerta. Parecía nerviosa.
—Lo siento, iba con retraso —Dejó su material didáctico sobre la mesa. Entre sus cosas había una lustrosa manzana roja—. Hoy vamos a hablar de las fuerzas —Cogió la manzana y la tiró al suelo—. ¿Quién puede adivinar lo que vamos a aprender hoy?
Oliver levantó la mano de inmediato. La Sra. Belfry le hizo una señal con la cabeza.
—La gravedad —dijo.
Inmediatamente, Oliver oyó la voz de Samantha imitándole. Rápidamente le siguieron las risitas de sus amigos.
Oliver decidió que era el momento de vengarse. Nada demasiado cruel, solo una pequeña revancha por sus acciones.
Echó un vistazo hacia atrás, la miró directamente a los ojos y usó sus poderes para arrastrar un chorro de polvo directamente a su nariz.
Samantha estornudó de inmediato. De su nariz salió un enorme moco. Todos los chicos que había a su alrededor se echaron a reír y la señalaban.
La Sra. Belfry mostró un pañuelo en dirección a Samantha. Samantha rápidamente limpió todo aquel caos. Tenía las mejillas encendidas.
Oliver le sonrió y después se giró de nuevo hacia delante.
La Sra. Belfry tocó las palmas para atraer la atención de todos.
—La gravedad. La fuerza que nos mantiene con los pies en el suelo. La fuerza que hace que todas las cosas caigan hacia la tierra. Dime, Oliver, ¿cómo supiste que hoy íbamos a hablar de la gravedad?
Oliver habló con voz fuerte y segura:
—Porque Sir Isaac Newton descubrió la ley de la gravedad cuando vio caer una manzana. No en su cabeza, por cierto. Ese es un error común.
Justo entonces, Oliver notó que algo le daba en la cabeza. Un lápiz repiqueteó en el suelo a su lado. Ni siquiera tuvo que mirar hacia atrás para saber que el misil había venido de Paul.
«Intenta lanzar lápices sin las manos» —pensó Oliver.
Se giró y clavó su mirada en Paul. Después usó sus poderes para pegar las manos de Paul a la mesa.
Paul bajó la mirada hacia sus manos de inmediato. Intentó moverlas. Estaban firmemente pegadas.
—¿Qué está pasando? —chilló.
Todos se giraron y vieron las manos de Paul pegadas a la mesa. Empezaron a reírse, evidentemente pensando que estaba de broma. Pero Oliver sabía que la mirada de pánico en los ojos de Paul era real.
La Sra. Belfry no parecía impresionada.
—Paul. Pegarte las manos a la mesa no es la idea más sensata que hayas tenido.
La clase bajó a una risa estridente.
—¡No lo hice, Sra. Belfry! —gritó Paul—. ¡Me está pasando algo raro!
Justo entonces, Samantha soltó otro enorme estornudo.
Sonriendo para sí mismo, Oliver se giró hacia delante.
La Sra. Belfry tocó las palmas.
—Prestad todos atención. Sir Isaac Newton era un matemático y físico inglés. ¿Alguien sabe cuándo fundó la ley de la gravedad?
Oliver levantó de nuevo la mano con seguridad. Era el único. La Sra.