—¿Mis padres?
Seguramente era una señal. Un regalo del mismo universo.
—¿Qué le hace estar tan seguro de que era de ellos? —preguntó Oliver.
—Mira las manecillas —dijo.
Oliver bajó la mirada. Vio que entre las más de doce manecillas, una señalaba directamente a un símbolo. A Oliver, el símbolo le recordaba a los jeroglíficos egipcios por su estilo, dibujos raspados en líneas negras. Pero lo que representaban estaba claro. Un hombre y una mujer.
Ahora Oliver no tenía ninguna duda. Decididamente era una señal.
—¿Qué más sabe? —le preguntó a Armando—. ¿Les vio dejar el paquete? ¿Dijeron algo? ¿Dijeron algo sobre mí?
Armando negó tristemente con la cabeza.
—Me temo que no sé nada más, Oliver. Pero tal vez esto te ayudará a guiarte en tu misión para descubrir de dónde vienes realmente.
Oliver volvió a posar la mirada sobre la brújula. Era muy extraña, cubierta de símbolos y manecillas. Puede que no tuviera ni idea de cómo descifrarla, pero sabía que era importante. Que, de algún modo, sería parte de la misión para encontrar a sus padres. Para descubrir quién era y de dónde venía. Solo tener una parte de ellos en sus manos le daba fuerza para buscar.
Justo entonces, vio que una de las manecillas se estaba moviendo. Merodeaba alrededor de unas líneas onduladas que a Oliver le hicieron pensar en agua. Alargó la mano y frotó el símbolo con el dedo pulgar. Ante su sorpresa, cuando salió la suciedad, vio que el símbolo de debajo era de colores. Las líneas de agua estaban hechas del azul más vivo y brillante.
—Y sé por dónde empezar —dijo Oliver decididamente.
Azul. Los Blue. Sus supuestos padres. El hombre y la mujer que lo habían criado como si fuera suyo. Si alguien tenía respuestas sobre de dónde venía, serían ellos.
Y, además, tenía un asunto pendiente.
Ya era hora de poner por fin a Chris en su sitio.
CAPÍTULO CUATRO
En el oscuro y tormentoso atardecer, Oliver salió de la fábrica hacia las calles de Nueva Jersey. Los restos de la tormenta estaban desparramados por las aceras, moviéndose con el viento que todavía soplaba con fuerza.
Mientras caminaba, Oliver se quedó atónito al ver que aunque todo estaba igual desde el punto de vista de edificios, calles y aceras, nada tenía el mismo aspecto que antes. Habían transformado toda la zona. Parecía más nueva, más limpia, más próspera. En los jardines delanteros había arbustos y parterres, en lugar de lavadoras rotas y coches destartalados. No había baches en el asfalto, ni bicicletas oxidadas y abandonadas atadas a las farolas.
Oliver se dio cuenta de que el hecho de que Illstrom’s Inventions no hubiera cerrado significaba que mucha gente de la ciudad había conservado su trabajo. Las repercusiones de sus acciones en el pasado parecían muy trascendentales. Oliver parecía algo abrumado por las enormes responsabilidades que implicaba ser vidente. Un solo cambio en el pasado parecía afectar a todo en el futuro. Pero también sentía orgullo porque las cosas habían cambiado para mejor.
Oliver esperó en la parada del autobús, ahora su señal era brillante en lugar de oxidada. El autobús llegó y él subió. Este no olía a cebollas y patatas fritas grasientas como el de su antigua línea de tiempo, sino a loción de afeitar persistente y a abrillantador.
—¿No eres un poco joven para estar fuera tan tarde? —preguntó el conductor.
Oliver le dio dinero para el billete.
—Ahora me voy a casa.
«¡Incluso los conductores son más simpáticos que en mi antigua línea de tiempo!» —pensó Oliver.
Mientras el autobús se iba, Oliver intentaba recordar en qué momento del tiempo regresaría. En referencia al Sr. y la Sra. Blue, Oliver no había conseguido volver en autobús de la escuela durante la tormenta. Era una cosa muy extraña de entender. Para Oliver, él había vivido toda una aventura. Había viajado atrás en el tiempo y se había encontrado cara a cara con Hitler, había jugado a un juego de locos a lomos de una criatura modificada genéticamente del año 3000 y se había hecho amigo de chicos de todas las épocas diferentes. Y lo más importante de todo, había descubierto que tenía un papá y una mamá, de verdad, no los odiosos Blue. Por lo que a ellos respectaba, Oliver no había logrado regresar a casa de la escuela durante la tormenta y dudaba que ni siquiera les aliviara verlo regresar sano y salvo. Probablemente solo se quejarían de la preocupación que les había causado.
Mientras el autobús se movía ajetreadamente, se sacó el regalo de Armando del bolsillo. Mirarlo le llenaba de asombro. El latón estaba pulido y le hacía falta un buen abrillantado. Pero aparte de eso, era un instrumento extraordinario. Había muchas flechas y manecillas y, por lo menos, cien símbolos diferentes. Con curiosidad, Oliver intentaba imaginar a sus padres con la brújula. ¿Para qué la habían usado? ¿Y por qué se la habían mandado a Armando?
Justo entonces, Oliver se dio cuenta de que había llegado a su parada. Se levantó de un salto y tocó el timbre y fue corriendo hasta la parte de delante del autobús. El conductor aparcó y le dejó salir.
—Cuidado, chico —dijo—. Los vientos podrían empezar de nuevo en cualquier momento.
—Estaré bien, gracias —le contestó Oliver—. Mi casa está allí mismo.
Bajó del autobús. Pero la escena que tenía delante de sus ojos le quitó la respiración. No era para nada lo que esperaba. El que había sido un barrio en decadencia tenía un aspecto mucho mejor que cuando él se fue. No parecía el tipo de lugar que sus padres podían permitirse. De repente, le atacó el miedo de que quizás esta ya no era su casa.
Rápidamente, consultó la brújula. Las manecillas todavía señalaban a la imagen incompleta de un hombre y una mujer, igual que a las líneas azules onduladas. Si lo estaba interpretando correctamente, este era el lugar correcto. Esta todavía era su casa.
Con el corazón acelerado por el miedo, Oliver abrió la verja del jardín y fue hasta la puerta delantera. Probó su llave y se sintió aliviado al ver que entraba en el cerrojo. La giró y entró.
La casa estaba muy oscura y muy silenciosa. Lo único que oía Oliver era el tictac de un reloj a lo lejos y un ligero ronquido. Cayó en que era de noche y todos estarían durmiendo.
Pero al entrar en la sala de estar, se sobresaltó al ver que sus padres estaban dentro. Estaban sentados en el sofá, ambos con la cara pálida. Parecían desaliñados, como si ninguno de ellos hubiera ni siquiera hecho la intención de ir a dormir.
Su madre se puso de pie de un salto.
—¡Oliver! —gritó.
A su padre se le cayó el teléfono que tenía cogido con fuerza en las manos. Miró a Oliver como si estuviera viendo a un fantasma.
—¿Dónde estabas? —preguntó su madre—. ¿Y qué llevas puesto?
Oliver no tenía una explicación para el mono de trabajar azul. Pero no importó porque no tuvo ocasión de hablar. Su padre se lanzó a dar un discurso.
—¡Estábamos muy preocupados! ¡Llamamos a todos los hospitales! ¡Llamamos al director del Campbell Junior High para echarle la bronca! ¡Incluso llamamos a la prensa!
Oliver cruzó los brazos al recordad el artículo del periódico en el que pedían ayuda económica. Esto había sucedido en otra línea de tiempo, pero eso no significa que si Oliver no hubiera regresado a casa esa noche, no hubiera pasado en esta también.
—Pues claro que lo hicisteis —dijo irónicamente.
—¿Por qué no estabas en el autobús escolar? —preguntó