“Y usted dice que solo cuatro personas trabajan aquí”, dijo Avery. “¿Siempre ha sido así?”.
“Bueno, éramos cinco hasta hace aproximadamente un año. Uno de mis colegas tuvo que retirarse. Estaba empezando a tener dolores de cabeza y otros problemas de salud. Simplemente no se sentía bien”.
“¿Renunció por su propia voluntad?”, preguntó Avery.
“Sí”.
“¿Podría darnos su nombre?”.
Un poco preocupado ahora, Bryson dijo: “Su nombre es James Nguyen. Perdónenme por decir esto, pero dudo mucho que sea el hombre que están buscando. Siempre fue muy amable, educado... un hombre tranquilo. También un genio”.
“Aprecio su sinceridad, pero tenemos que seguir cualquier posible pista. ¿Por casualidad sabe cómo podemos comunicarnos con él?”.
“Sí, puedo ubicarles esa información”.
“¿Cuándo fue la última vez que habló con el Sr. Nguyen?”.
“No sé... hace ocho meses, diría yo. Lo llamé una sola vez para ver cómo estaba”.
“¿Y cómo estaba?”.
“Me dijo que bien. Está trabajando como editor e investigador para una revista científica”.
“Gracias por su tiempo, señor Bryson. Sería útil si pudiera ubicarnos la información de contacto del señor Nguyen”.
“Claro”, dijo, viéndose un poco triste. “Un momento”.
Bryson se acercó a la recepcionista detrás del portátil y le habló en voz baja. Ella asintió con la cabeza y comenzó a teclear. Mientras esperaban, Ramírez se volvió a acercar a Avery. Era una sensación extraña. Era difícil conservar una actitud profesional cuando estaba tan cerca.
“¿Mecánica cuántica?”, dijo. “¿Vacíos en el espacio? Creo que esto supera mis habilidades”.
Ella le sonrió, y en ese momento sintió muchas ganas de besarlo juguetonamente. Hizo todo lo posible para mantenerse concentrada. En ese momento, Bryson volvió a acercarse a ellos con una hoja impresa en la mano.
“También supera las mías”, le susurró a Ramírez, sonriéndole de nuevo. “Pero de seguro no me molesta indagar y aprender algo nuevo”.
***
Avery se sorprendía algunos días por lo bien que le salían las cosas. Bryson les había dado el número de teléfono, dirección de correo electrónico y la dirección física de James Nguyen. Avery había llamado a Nguyen y no solo le había respondido, sino que los había invitado a su casa. De hecho, le pareció que eso le produjo alegría.
Por esta razón, cuando ella y Ramírez se acercaron a su puerta delantera cuarenta minutos después, no pudo evitar tener la sensación de que podrían estar perdiendo su tiempo. Nguyen vivía en una casa magnífica de dos pisos en Beacon Hill. Al parecer su carrera en la ciencia había dado sus frutos. A veces Avery admiraba a las personas con mentes matemáticas y científicas. Le encantaba leer textos escritos por ellas o simplemente escucharlas hablar (una de las razones por las que una vez había sentido tanto interés por el canal Discovery y las revistas Scientific American que a veces leía en la biblioteca de la universidad).
En el porche, Ramírez tocó la puerta. Nguyen la abrió casi que inmediatamente. Parecía tener unos sesenta años. Estaba vestido con una camiseta de los Celtics y unos shorts deportivos. Se veía casual, calmado y casi feliz.
Como ya se habían presentado por teléfono, Nguyen los invitó a pasar. Entraron en un vestíbulo que llevaba a una gran sala de estar. Al parecer Nguyen se había preparado para su visita. Había colocado panecillos y tazas de café en lo que parecía ser una mesa de centro muy costosa.
“Por favor tomen asiento”, dijo Nguyen.
Avery y Ramírez se sentaron en el sofá frente a la mesa de centro, mientras que Nguyen se sentó frente a ellos en un sillón.
“Coman lo que quieran”, dijo Nguyen, señalando al café y los panecillos. “Ahora bien, ¿qué puedo hacer por ustedes?”.
“Bueno, como dije por teléfono, hablamos con Hal Bryson y nos dijo que había renunciado a su trabajo con Tecnologías Esben. ¿Podría hablarnos un poco sobre eso?”.
“Sí. Por desgracia, estaba dedicando demasiado de mi tiempo y energía a mi trabajo. Empecé a sufrir de visión doble y cefaleas en racimos. Llegué a trabajar hasta ochenta y seis horas a la semana durante unos siete u ocho meses. Me obsesioné con mi trabajo”.
“¿Con qué aspecto del trabajo, exactamente?”, preguntó Avery.
“En realidad no lo sé”, dijo. “Creo que el hecho de saber que estábamos tan cerca de crear temperaturas en el laboratorio que podrían imitar lo que alguien podría sentir en el espacio. Encontrar formas de manipular elementos con temperaturas me parece casi divino. Puede volverse adictivo. Simplemente no me di cuenta hasta que fue demasiado tarde”.
“Su obsesión con su trabajo se ajusta perfectamente bien a la descripción de la persona a quien estamos buscando”, pensó Avery. Aun así, después de estos minutos de conversación con Nguyen, estaba bastante segura de que Bryson había estado en lo cierto. Era imposible que Nguyen estuviera involucrado.
“¿En qué estaba trabajando exactamente cuando dejó el cargo?”, preguntó Avery.
“Es bastante complicado”, dijo. “Y desde entonces he pasado la página. Pero, en esencia, estaba trabajando para deshacerme del exceso de calor que se produce cuando los átomos pierden su impulso durante el proceso de enfriamiento. Estaba trabajando con unidades cuánticas de vibración y fotones. Ahora, según entiendo, ha sido perfeccionado por nuestra gente en Boulder. Pero, en ese momento, ¡estuve trabajando como loco!”.
“Aparte del trabajo que está haciendo para la revista y las cosas con la universidad, ¿sigue trabajando en eso?”, preguntó.
“En ciertas cosas”, dijo. “Pero solo aquí en la casa. Tengo mi propio laboratorio privado en un espacio de alquiler a pocas cuadras de distancia. Pero no es nada serio. ¿Quieren verlo?”.
Avery sabía que no estaban siendo cebados o ilusionados. Nguyen claramente se sentía muy apasionado por el trabajo que solía hacer. Y cuanto más hablaba de lo que había hecho una vez, más se adentraban en el mundo de la mecánica cuántica, algo que estaba muy lejos de un asesino enloquecido vertiendo un cuerpo en un río helado.
Avery y Ramírez compartieron una mirada, que terminó con un movimiento de cabeza. “Bueno, Sr. Nguyen, realmente apreciamos su tiempo. Le haré una última pregunta. Durante el tiempo que pasó trabajando en el laboratorio, ¿alguna vez se cruzó con algún compañero de trabajo, estudiante, con cualquiera persona que le haya parecido un poco excéntrica o rara?”.
Nguyen se tomó unos momentos para pensar, pero luego negó con la cabeza. “Nadie se me viene a la mente. Por otra parte, todos los científicos somos un poco excéntricos. Pero los llamaré si recuerdo a alguien”.
“Gracias”.
“Y si cambian de opinión y quieren ver mi laboratorio, háganmelo saber”.
“Apasionado por su trabajo y solitario”, pensó Avery. “Maldición... así era yo hasta hace unos meses”.
Se sentía identificada. Y, debido a eso, aceptó gustosamente la tarjeta de presentación de Nguyen cuando se la ofreció en la puerta. Cerró la puerta y Avery y Ramírez se abrieron paso por las escaleras del porche y regresaron a su auto.
“¿Entendiste algo de lo que dijo?”, preguntó Ramírez.
“Muy poco”, respondió.
Pero la verdad era que había dicho una cosa que no podía sacarse de la mente. No la hacía pensar que valía