“El equipo forense llegó a la misma conclusión”, dijo Connelly. “Nos enviarán un reporte más detallado pronto, pero se sienten bastante seguros de eso”. Luego miró a Avery y le hizo un gesto para que continuara. “¿Qué más tienes, detective Black?”.
Se tomó un momento para discutir las cosas que le había señalado a Connelly, detalles que figuraban en la sesión informativa. Mencionó las uñas recortadas y pulidas, la falta de pelo y la ausencia de joyas. “Otro punto importante a señalar es que un asesino que llegaría a estos extremos para hacer que sus víctimas se vieran presentables sugiere ya sea una admiración sesgada por la víctima o algún tipo de arrepentimiento”.
“¿Arrepentimiento?”, preguntó Ramírez.
“Sí. La emperifolló y la puso bella porque tal vez no tenía la intención de matarla”.
“¿Hasta el punto de afeitar sus partes privadas?”, preguntó Finley.
“Sí”.
“Y diles por qué crees que se trata de un asesino en serie, Black”, dijo Connelly.
“Porque incluso si fue un error, el hecho de que el asesino le arregló las uñas y la afeitó indica paciencia. Y cuando le añades a eso el hecho de que esta mujer era muy bonita y libre de imperfecciones, me hace pensar que se siente atraído por la belleza”.
“Tiene una forma curiosa de demostrarlo”, dijo alguien más.
“Lo que me lleva de nuevo a pensar que tal vez no tenía la intención de matarla”.
“¿Así que piensas que fue una cita que salió muy mal?”, preguntó Finley.
“No podemos estar seguros todavía”, dijo. “Pero ahorita creo que no. Si fue así de deliberado y cuidadoso con la forma en la que se vería antes de verterla, creo que lo más probable es que fue igual de cuidadoso en seleccionarla”.
“¿Seleccionarla para qué, Black?”, preguntó Connelly.
“Creo que eso es lo que tenemos que averiguar. Con suerte el equipo forense tendrá algunas respuestas que nos llevarán por el camino correcto”.
“Entonces ¿qué hacemos mientras tanto?”, preguntó Finley.
“Trabajemos”, dijo Avery. “Investiguemos todo lo que podamos sobre la vida de Patty Dearborne con la esperanza de encontrar alguna pista que nos ayude a atrapar a este tipo antes de que lo haga de nuevo”.
Cuando la reunión terminó, Avery se dirigió al otro lado de la sala de conferencias para hablar con Ramírez. Alguien tenía que informarles a los padres de Patty Dearborne y ella sentía la necesidad de hacerlo. Aunque hablar con padres afligidos era increíblemente difícil y emocionalmente agotador, hacerlo era una de las mejores formas para encontrar la primera pista. Quería que Ramírez fuera con ella, ya que quería seguir equilibrando su vida personal y profesional. Aún le era difícil, pero se estaba acostumbrando.
Sin embargo, antes de que pudiera llegar a él, O’Malley entró en la sala. Él estaba hablando por teléfono, obviamente apurado. Era evidente que eso con lo que estaba lidiando lo estaba presionando lo suficiente como para haberle hecho perderse la reunión sobre el caso de Patty Dearborne. Se puso de pie junto a la puerta, esperó hasta que todos excepto Avery, Ramírez y Connelly se fueran y luego cerró la puerta. Finalizó su llamada con: “Sí, más tarde”, y luego respiró profundamente.
“Discúlpenme por haberme perdido la reunión”, dijo. “¿Surgió algo importante?”.
“No”, dijo Connelly. “Identificamos a la mujer y ahora tenemos que informarle a la familia de su muerte. Partimos del hecho de que esta persona lo hará de nuevo”.
“Black, ¿puedes enviarme un informe rápido explicando los detalles?”, preguntó O’Malley.
“Sí, señor”, dijo. Nunca le pedía cosas pequeñas como esas. Se preguntó si esta era otra de sus pruebas no tan sutiles. Había notado que había sido más indulgente con ella durante las últimas semanas, más dispuesto a darle más responsabilidad sin interferencia. Estaba segura de que todo eso tenía que ver con el ascenso ofrecido.
“Ya que ambos están aquí”, dijo O’Malley, mirando a Avery y Ramírez, “me gustaría decirles algo. No tengo mucho tiempo, así que esto será rápido. En primer lugar, no me molesta para nada que estén saliendo. Pensé mucho en separarlos, pero trabajan demasiado bien juntos. Así que, siempre y cuando ambos puedan tolerar las bromas y especulaciones internas, seguirán siendo compañeros. ¿Les parece bien?”.
“Sí, señor”, dijo Ramírez. Avery asintió con la cabeza.
“Ahora... Black. Con respecto al ascenso que te ofrecimos a sargento, necesitaré una respuesta pronto. Digo, en las próximas cuarenta y ocho horas. He tratado de ser paciente, dejándote pensar bien las cosas. Pero han pasado más de dos meses. Creo que es justo”.
“Es justo”, dijo ella. “Te haré saber mi respuesta mañana”.
Ramírez la miró, sorprendido. A decir verdad, su respuesta también la había sorprendido. En el fondo creía saber lo que quería.
“Ahora, respecto a este caso del río”, dijo O’Malley. “Es oficialmente tuyo, Black. Ramírez trabajará contigo, pero compórtense como los profesionales que son”.
Avery se sentía un poco avergonzada y comenzó a ruborizarse. “Dios mío”, pensó. “Primero un día de compras y ahora sonrojándome por un chico. ¿Qué demonios me pasa?”.
Avery desvió el tema para mantener las cosas en marcha. “Quisiera ser la encargada de informarles a los padres”.
“Podemos delegarle eso a otra persona”, sugirió Connelly.
“Lo sé. Pero, aunque suene muy feo, los padres que reciben noticias así de terribles suelen ser los mejores recursos para obtener información. Están vulnerables”.
“Dios mío, eso es bastante cruel”, dijo Connelly.
“Pero efectivo”, dijo O’Malley. “Excelente, Black. Son las cuatro y cincuenta. Con un poco de suerte, podrás encontrarlos llegando a casa de sus trabajos. Me aseguraré de que alguien te envíe la dirección por mensaje de texto dentro de los siguientes diez minutos. Ahora manos a la obra. Pueden retirarse”.
Avery y Ramírez salieron de la sala. En el pasillo, los oficiales que trabajaban en horario de oficina estaban finalizando su día. Pero a Avery aún le faltaba mucho trabajo por hacer este día. De hecho, con la tarea de darles la noticia de la muerte de una mujer joven a sus padres en el horizonte, Avery supo que esta sería una noche muy larga.
CAPÍTULO CUATRO
Los Dearborne vivían en una pequeña casa pintoresca en Somerville. Avery leyó la información que le habían enviado por mensaje de texto y correo electrónico mientras que Ramírez conducía. Patty Dearborne había sido una gran estudiante. Estaba cursando su último año en la Universidad de Boston y tenía intenciones de convertirse en la consejera de una empresa de salud del comportamiento. Su madre, Wendy, era una enfermera especializada en traumatismos que trabajaba en dos hospitales diferentes. El padre de Patty, Richard, era el director de desarrollo de negocios de una gran empresa de telecomunicaciones. Eran una familia acomodada con un expediente impecable.
Y Avery estaba a punto de decirles que su hija había muerto. No solo que estaba muerta, sino que había sido arrojada a un río helado completamente desnuda.
“Entonces”, dijo Ramírez mientras conducía por las pequeñas calles rústicas de los vecindarios de Somerville. “¿Vas a aceptar el puesto de sargento?”.
“No sé todavía”, dijo.
“¿Qué