Confundida, levantó los brazos y no pudo extenderlos demasiado lejos. A medida que el pánico empezaba a atenazarla, sus ojos cayeron en la cuenta de que había unas pequeñas líneas de luz atravesando la oscuridad. Directamente enfrente de ella había tres barras rectangulares de luz. Y esas barras fueron las que le informaron de su situación.
Estaba dentro de algún tipo de contenedor…. estaba bastante segura de que estaba hecho de acero o de algún otro tipo de metal. El contenedor tenía poco más de un metro de alto, con lo que no podía ponerse del todo en pie. Parecía tener algo más que un metro de profundidad y aproximadamente la misma anchura. Comenzó a tomar respiraciones rápidas, sintiéndose claustrofóbica al instante.
Se apoyó con fuerza en la pared frontal del contenedor y aspiró aire fresco a través de las aperturas rectangulares. Cada apertura medía unos quince centímetros de alto y quizá unos ocho de ancho. Cuando aspiró el aire fresco por la nariz, detectó un olor a tierra y a algo dulce pero desagradable.
En alguna parte más alejada, tan tenues que podían haber estado en otro mundo, pensó que podía escuchar algún tipo de chillidos. ¿Maquinaria? ¿Quizá algún tipo de animal? Sí, era un animal… pero no tenía ni idea de cuál. ¿Cerdos, quizás?
Ahora que su respiración se estaba estabilizando, dio un paso atrás desde su posición en cuclillas y entonces miró a través de las aperturas.
Afuera, vio lo que parecía ser el interior de un cobertizo o algún otro viejo edificio de madera. Como a unos siete metros por delante de ella, podía ver la puerta del cobertizo. La turbia luz natural entraba a través del marco deformado por donde la puerta no encajaba bien. Aunque no podía ver mucho, podía ver lo suficiente como para calcular que seguramente se encontraba en un lío muy serio.
Era evidente en el extremo de la puerta atornillada que apenas podía vislumbrar a través de las aperturas en el contenedor. Se apalancó y empujó con fuerza la parte delantera del contenedor. No dio resultado—ni siquiera provocó un crujido.
Sintió como el pánico le invadía de nuevo y entonces supo que tenía que echar mano de las pocas neuronas lógicas y calmadas que ahora poseía. Pasó las manos por la parte baja de la puerta del contenedor. Esperaba encontrar bisagras, quizá algo con tornillos o tuercas que pudiera aflojar con algo de tiempo. Ella no era demasiado fuerte, pero si uno de los tornillos estuviera suelto o torcido…
Una vez más, no encontró nada. Intentó lo mismo en la parte trasera y tampoco allí encontró nada.
En un acto de absoluta desesperación, le dio una patada a la puerta con toda la fuerza de la que fue capaz. Cuando eso no obtuvo resultados, se fue a la parte de atrás del contenedor y tomó carrerilla para lanzar su hombro derecho contra la puerta. Lo único que consiguió fue salir despedida y caerse hacia atrás. Se golpeó la cabeza con el lateral del contenedor y cayó bruscamente hacia atrás.
Un grito surgió en su garganta, pero no estaba segura de que eso fuera la mejor idea. Podía recordar claramente al hombre de la camioneta en la carretera y cómo le había atacado. ¿De verdad quería que viniera corriendo hacia ella?
No, la verdad es que no. Piensa, se dijo a sí misma. Utiliza ese cerebro creativo que tienes y busca la manera de salir de esta.
Pero no conseguía que se le ocurriera nada. Así que, aunque fue capaz de ahogar el grito que quería salir, fue incapaz de aguantarse las lágrimas. Le dio patadas a la parte delantera del contenedor y después se cayó en la esquina trasera. Sollozó lo más silenciosamente que pudo, meciéndose de adelante hacia atrás desde su posición sentada y mirando a los rayos de luz polvorienta que se derramaban a través de las aperturas.
Por ahora, era lo único que se le ocurría hacer.
CAPÍTULO CINCO
A Mackenzie no le hacía ninguna gracia que su mente conjurara docenas de estereotipos mientras Ellington y ella aparcaban en la entrada del Parque para Casas Móviles de Sigourney Oaks. Todas las casas móviles tenían el aspecto polvoriento de las que están en las últimas. Los vehículos aparcados enfrente de la mayoría de ellas estaban en el mismo estado. En el patio yermo de una de las caravanas que pasaron de largo, había dos hombres desnudos de cintura para arriba sentados en sillas de jardín. Había un frigorífico para cerveza colocado entre ellos, además de varias latas vacías y aplastadas… a las 4:35 de la tarde.
La casa de Tammy Manning, la madre de Delores Manning, estaba justo en medio del parque. Ellington aparcó el coche de alquiler detrás de una vieja y magullada camioneta de reparto Chevy. El coche de alquiler tenía mejor aspecto que los vehículos del parque, pero no por mucho. La selección en Smith Brothers Auto era muy limitada y habían acabado seleccionando un Ford Fusion del 2008 que estaba pidiendo a gritos una mano de pintura y neumáticos nuevos.
Mientras subían los escalones quejumbrosos que llevaban a la puerta principal, Mackenzie hizo un examen rápido del lugar. Había unos cuantos niños empujando coches de juguete por la tierra. Una niña de unos 10 años caminaba sin mirar sus pasos con los ojos pegados a su teléfono móvil, su tripa expuesta a través de la camisa sucia que llevaba puesta. Un hombre mayor dos caravanas más abajo estaba tumbado en el suelo, escudriñando debajo de una cortadora de césped con una llave en la mano y aceite en los pantalones.
Ellington llamó a la puerta y la respondieron casi al instante. La mujer que abrió la puerta era hermosa de manera sencilla. Parecía tener unos cincuenta y tantos y los mechones de pelo gris en su pelo mayormente negro sobresalían de un modo que les hacían parecer decoración en vez de signos de vejez. Parecía cansada pero el aroma que salió de su boca cuando dijo “¿Quiénes son ustedes?” le dijo a Mackenzie con bastante certeza que había estado bebiendo.
Ellington respondió, pero se aseguró de no ponerse delante de Mackenzie al hacerlo. “Soy el Agente Ellington y esta es la Agente White, del FBI,” dijo.
“¿FBI?” preguntó ella. “¿Por qué diablos?”
“¿Es usted Tammy Manning?” preguntó él.
“Lo soy,” dijo ella.
“¿Podemos pasar adentro?” preguntó Ellington.
Tammy les miró de una manera que no indicaba desconfianza sino algo más cercano a la incredulidad. Asintió con la cabeza y dio un paso atrás, dejándoles pasar al interior. En el instante que pasaron adentro, el intenso olor del humo de tabaco les envolvió. El aire estaba lleno de él. Un cigarrillo solitario se consumía en un cenicero lleno de colillas apagadas sobre una vieja mesita de café.
Había otra mujer sentada en el sofá al extremo opuesto de la mesita de café. Parecía estar algo incómoda. Mackenzie pensó que lo cierto es que parecía asqueada de estar sentada allí.
“Si tiene compañía,” dijo Mackenzie, “quizá deberíamos hablar afuera.”
“No es compañía,” dijo Tammy. “Es mi hija Rita.”
“Hola,” dijo Rita, poniéndose en pie para estrecharles la mano.
Era evidente que esta era la hermana menor de Delores Manning por unos tres o cuatro años. Tenía un aspecto muy similar al de la foto de Delores que Mackenzie había visto en la contraportada de Amor Bloqueado.
“Oh, ya veo,” dijo Ellington. “Bueno, quizá sea buena cosa que tú también estés aquí, Rita.”
“¿Por qué?” preguntó Tammy, acercándose a su hija más joven. Agarró el cigarrillo del cenicero y tomó una calada honda.
“Anoche encontraron el coche de Delores Manning abandonado con dos ruedas pinchadas en la Ruta Estatal 14. Nadie la ha visto ni ha sabido