Delores Manning era la tercera mujer cuya desaparición se había denunciado en los últimos nueve días. La primera mujer era una habitante local y su hija había denunciado su desaparición. Naomi Nyles, de cuarenta y siete años de edad, también abducida de una cuneta en la carretera. La segunda era una mujer de Des Moines llamada Crystal Hall. Tenía cierto historial, mayormente relacionado con asuntos de promiscuidad durante su juventud, pero nada serio. Cuando fue secuestrada, había estado visitando una granja de ganado local en la zona. El primer caso no había dejado ni rastro de juego sucio—solamente un coche abandonado en la cuneta. El segundo vehículo abandonado era una pequeña camioneta con un neumático pinchado. Habían descubierto la camioneta en medio de un cambio de neumáticos, con el gato todavía debajo del eje y la rueda pinchada apoyada contra el lateral de la camioneta.
Los tres sucesos parecían haber tenido lugar durante la noche, en algún momento entre las 10 de la noche y las 3 de la mañana. Hasta el momento, nueve días después de que se diera el primer secuestro, no había ni un solo rastro de pruebas y absolutamente cero pistas.
Como hacía usualmente, Mackenzie repasó la información en varias ocasiones, haciendo lo que podía por memorizarla. No era difícil en este caso, ya que no había gran cosa que memorizar. Seguía regresando a las fotografías de los parajes rurales—las carreteras secundarias que serpenteaban a través de los bosques como una enorme culebra sin ningún lugar al que ir.
También se permitió adentrarse en la mente del asesino utilizando esas carreteras y la noche como refugio. Tenía que ser paciente. Y debido a la oscuridad, tenía que estar acostumbrado a estar a solas. La oscuridad no le preocuparía. Quizá hasta prefería trabajar en la oscuridad, no solo por el refugio que le proporcionaba sino por la sensación de soledad y aislamiento. Seguramente este tipo era una especie de lobo solitario. Se las estaba llevando de la carretera, aparentemente de distintas situaciones de estrés. La reparación de un coche, ruedas pinchadas. Eso significaba que probablemente él no estaba metido en esto por el deporte de matar. Simplemente quería a las mujeres, pero… ¿por qué?
¿Y qué había de la última víctima, Delores Manning? Quizá fuera una habitante del pueblo que había vivido antes en la zona, pensó Mackenzie. Se trataba de eso o la mujer era realmente valiente para conducir por esas carreteras secundarias a esas horas… No me importa lo bueno que sea un atajo, eso es bastante arriesgado.
Esperaba que así fuera. Esperaba que la mujer fuera realmente valiente. Porque con frecuencia el valor, da igual cómo se interprete, ayuda a la gente a lidiar con situaciones de tensión. Era más que una simple medalla de honor, era una característica profunda que ayudaba a la gente a enfrentarse a la vida. Trató de imaginarse a Delores Manning, la escritora del momento, conduciendo por esas carreteras de noche. Valiente o no, la verdad es que no era una imagen bonita.
Cuando Mackenzie terminó, le devolvió la carpeta a Ellington. Entonces miró más allá de él y de la ventana a los mechones de nubes blancas que pasaban a la deriva. Cerró los ojos por un momento y regresó de vuelta al pasado, no a Iowa sino a la vecina Nebraska. Un lugar donde había campos abiertos y bosques altísimos en vez de tráfico congestionado y edificios elevados. La verdad es que no lo echaba en falta, pero descubrió que la idea de regresar allí, aunque fuera por razones de trabajo, le resultaba emocionante de una manera que no conseguía comprender del todo.
“¿White?”
Ella abrió los ojos al escuchar su nombre. Se dio la vuelta hacia Ellington, un tanto avergonzada de que le hubiera pillado en la inopia. “¿Sí?”
“Te quedaste en blanco por un momento. ¿Estás bien?”
“Sí,” dijo ella.
Y lo más chocante es que estaba realmente bien. Las primeras seis horas del día habían sido física y emocionalmente agotadoras, pero ahora que estaba sentada, suspendida en el aire con un inverosímil compañero temporal, se encontraba bien.
“Deja que te haga una pregunta,” dijo Mackenzie.
“Dispara.”
“¿Hiciste una solicitud para trabajar conmigo en este caso?”
Ellington no le respondió de inmediato. Ella podía ver sus engranajes girando detrás de su mirada antes de responder y se preguntó por qué podría tener alguna razón para mentirle.
“En fin, oí hablar del caso y, como ya sabes, tengo una relación laboral con la oficina de campo en Omaha. Y como esa es la oficina de campo más cercana a nuestro objetivo en Iowa, me presenté para la tarea. Cuando él me preguntó si me importaba trabajar contigo en este caso, no discutí.”
Ella asintió, empezando a sentirse casi culpable por preguntarse si él tenía otras razones para querer el trabajo. A pesar de que ella había albergado algún tipo de sentimientos hacia él (que nunca había estado segura de si eran estrictamente físicos o en cierto modo emocionales), él nunca le había dado razones para asumir que él sentía lo mismo. Era demasiado fácil recordar cómo le había hecho una proposición la primera vez que se conocieron en Nebraska para después ser rechazada.
Esperemos que él se haya olvidado de eso, pensó ella. Ahora soy una persona diferente, él está demasiado ocupado como para preocuparse de mí, y estamos trabajando juntos. Es agua pasada.
“¿Y qué hay de ti?” preguntó ella. “¿Cuáles son tus primeras impresiones?”
“Creo que no tiene intención de matar a las mujeres,” dijo Ellington. “No hay pistas, no es presuntuoso, y como tú, creo que tiene que tratarse de un habitante de la zona. Creo que quizá las esté coleccionando… con qué finalidad, no voy a especular, pero eso me preocupa si tengo razón.”
También le preocupaba a Mackenzie. Si había alguien suelto secuestrando a mujeres, con el tiempo se le acabaría el espacio. Y quizá el interés… lo cual significaba que tendría que detenerse más tarde o más temprano. Y mientras que esto era en teoría algo positivo, también significaba que su rastro se enfriaría sin la existencia de más escenas donde pudiera dejar pruebas.
“Creo que tienes razón sobre lo de coleccionarlas,” dijo ella. “Viene a por ellas cuando son vulnerables—mientras trajinan con coches o ruedas pinchadas. Significa que se aproxima discretamente en vez de afrontarlas directamente. Seguramente es tímido.”
Él esbozó una sonrisa y dijo, “Bueno, esa es una buena observación.”
Su esbozo se convirtió en una sonrisa de la que ella tuvo que alejar la vista, consciente de que habían desarrollado la costumbre de alargar las miradas entre ellos un poco de más. En vez de ello, volvió la mirada al cielo azul y a las nubes mientras el Medio Oeste se acercaba rápidamente por debajo de ellos.
***
Con muy poco equipaje entre los dos, Mackenzie y Ellington atravesaron el aeropuerto sin ningún problema. Durante la parte final del vuelo, Ellington informó a Mackenzie de que ya se habían concertado ciertos planes (supuestamente mientras ella había ido a su apartamento a toda prisa para ir después al aeropuerto). Ellington y ella se iban a encontrar con dos agentes de campo locales y a trabajar con ellos para solucionar el caso tan rápido como fuera posible. Sin la necesidad de detenerse junto a la cinta transportadora de equipajes, pudieron encontrar a los agentes sin ninguna pega.
Se reunieron en uno de los incontables Starbucks que había en el aeropuerto. Ella dejó que Ellington llevara la voz cantante porque era evidente que McGrath le veía a él como el agente encargado del caso. ¿Por qué otra razón dejaría a Ellington a cargo de saber dónde encontrarse con los agentes de campo? ¿Por qué otra razón le había dado a Ellington un aviso adecuado, con tiempo de sobra para llegar cómodamente a tomar su vuelo a tiempo? De ninguna manera el tipo tenía más de veinticuatro años. Su compañero parecía más endurecido y mayor—seguramente a punto de cumplir los cincuenta en cualquier momento.
Ellington se dirigió directamente hacia ellos y Mackenzie le siguió. Ninguno de los agentes se levantó, pero el más mayor ofreció su