Todos se dieron las manos de una manera que casi se había hecho tediosa para Mackenzie desde que se uniera al Bureau. Era casi una formalidad, un asunto incómodo que tenía que hacerse para ponerse manos a la obra. Ella notó que cuando Heideman le dio la mano, su agarre era endeble y sudoroso. No parecía tan nervioso como a lo mejor algo tímido e introvertido.
“¿Así que a qué distancia se encuentran las escenas?” preguntó Ellington.
“La más cercana está como a una hora de distancia,” dijo Thorsson. “Las demás están a entre diez y quince minutos de distancia entre ellas.”
“¿Ha habido alguna novedad desde primeras horas de la mañana?” preguntó Mackenzie.
“Zero,” dijo Thorsson. “Esta es una de las razones por las que os llamamos a vosotros. Hasta el momento, este tipo se ha llevado tres mujeres y no podemos generar ni un amago de pista. Es tan terrible que el estado está pensando en usar cámaras a lo largo de la autopista. El obstáculo de eso, sin embargo, es que no es tan fácil poner bajo cámaras de vigilancia setenta y cinco kilómetros de carreteras secundarias.”
“En fin, técnicamente se puede,” dijo Heideman. “Aunque son un montón de cámaras y un buen puñado de monedas. Por eso algunos agentes a nivel estatal solo lo consideran como un último recurso.”
“¿Entonces podemos ponernos en marcha y ver la primera escena?” preguntó Ellington.
“Sin duda,” dijo Thorsson. “¿Tenéis que encargaros primero de hoteles y cosas así?”
“No,” dijo Mackenzie. “Pongámonos a trabajar por ahora. Si decís que hay tanta carretera que recorrer, no podemos perder el tiempo.”
Mientras Thorsson y Heideman se levantaban, Ellington le miró de manera peculiar. Ella no estaba segura de si estaba impresionado con la dedicación que mostraba al querer ir a la primera escena tan rápido como fuera posible o si le parecía divertido que ella no le estuviera dejando tomar las riendas del todo en esto. Lo que ella esperaba que no pudiera percibir era que la idea de acercarse a un hotel con Ellington le hacía sentir demasiadas emociones a la vez.
Salieron del Starbucks en algo parecido a una fila india. A Mackenzie le emocionó ligeramente que Ellington la esperara, asegurándose de que no se quedara la última de la fila.
“Sabéis,” dijo Thorsson, mirando por encima de su hombro. “Me alegro de que queráis salir a la escena de inmediato. Hay un mal presentimiento circulando sobre todo este asunto. Se puede sentir cuando hablas con las fuerzas de policía locales y está empezando a afectarnos también a nosotros.”
“¿Qué tipo de presentimiento?” preguntó Mackenzie.
Thorsson y Heideman intercambiaron una mirada de aprensión antes de que los hombros de Thorsson descendieran un poco y respondiera: “De que no va a solucionarse. Jamás he visto algo como esto. No hay ni una sola pista para empezar. El tipo es como un fantasma.”
“Bien, esperamos poder ayudar con eso,” dijo Ellington.
“Eso espero,” dijo Thorsson. “Porque por el momento, el sentimiento generalizado entre todos los que trabajan en el caso es que puede que nunca encontremos a este tipo.”
CAPÍTULO TRES
Mackenzie estaba bastante sorprendida de que la oficina local hubiera provisto a Thorsson y Heideman con un todoterreno. Comparado con su propia chatarra de coche y los coches de alquiler ordinarios con los que había estado funcionando los últimos meses, le parecía que estaba viajando a todo lujo desde el asiento de atrás junto a Ellington. Sin embargo, para cuando llegaron a la primera escena una hora y diez minutos más tarde, casi se alegró de salir del vehículo. No estaba acostumbrada a tales privilegios con su posición y le hacía sentir un poco incómoda.
Thorsson aparcó junto a la cuneta de la Ruta Estatal 14, una carretera básica de dos carriles que se adentraba serpenteando en los bosques de la Iowa rural. La carretera estaba bordeada de árboles a ambos lados. Durante las pocas millas que habían discurrido por esta carretera, Mackenzie había visto unas cuantas carreteras que parecían estar olvidadas de la mano de Dios, y que estaban bloqueadas por un cable atado a dos postes a los lados de las pistas. Además de esas pequeñas aperturas, no había nada más que árboles.
Thorsson y Heideman les hicieron pasar junto a unos cuantos policías locales que les saludaron con gestos manuales mecánicos mientras pasaban. Delante de los dos coches patrulla aparcados, había un pequeño Subaru rojo. Las dos ruedas del lado del conductor estaban totalmente pinchadas.
“¿Cómo es el cuerpo de policía por aquí?” preguntó Mackenzie.
“Pequeño,” dijo Thorsson. “La localidad más cercana a aquí es un pequeño lugar llamado Bent Creek. Con una población de unos novecientos. El cuerpo de policía consiste de un alguacil—que está allí atrás con esos dos tipos—dos ayudantes, y siete oficiales. Llegaron unos cuantos de traje de Des Moines, pero cuando aparecimos nosotros, se retiraron del asunto. Ahora es un problema del FBI. Ese tipo de cosas.”
“¿Así que, en otras palabras, se alegran de que estemos aquí?” preguntó Ellington.
“Oh, sin ninguna duda,” dijo Thorsson.
Se acercaron al coche y lo rodearon entre todos por un momento. Mackenzie volvió la mirada hacia los oficiales. Solo uno de ellos parecía legítimamente interesado en lo que estaban haciendo los agentes del FBI que habían llegado de visita. Por lo que a ella concernía, eso le parecía bien. Le había tocado tratar con unos cuantos agentes de policía local entrometidos que hacían las cosas más difíciles de lo que tenían que ser. Estaría bien realizar un trabajo sin tener que andar de puntillas para no herir las sensibilidades y el orgullo de la policía local.
“¿Ya han espolvoreado el coche en busca de huellas?” preguntó Mackenzie.
“Sí, esta mañana temprano,” dijo Heideman. “Adelante.”
Mackenzie abrió la portezuela del copiloto. Un breve vistazo le dijo que, aunque hubieran espolvoreado el coche en busca de huellas, no se habían llevado nada para etiquetarlo como prueba. Todavía había un teléfono móvil en el asiento del copiloto. Había un paquete de chicles sobre unas cuantas cuartillas de papel dobladas que estaban esparcidas por el salpicadero.
“Este es el coche de la escritora, ¿correcto?” preguntó Mackenzie.
“Así es,” dijo Thorsson. “Delores Manning.”
Mackenzie continuó con su examen del coche. Encontró las gafas de sol de Manning, una agenda de direcciones básicamente vacía, unas cuantas copias de La Casa de Hojalata esparcidas por el asiento de atrás, y unas cuantas monedas por aquí y por allá. El maletero solo contenía una caja con libros. Había dieciocho copias de un libro llamado Amor Bloqueado escrito por Delores Manning.
“¿Comprobaron todo esto de atrás en busca de huellas?” preguntó Mackenzie.
“No, creo que no,” dijo Heideman. “No es más que una caja con libros, ¿no es cierto?
“Sí, pero faltan algunos.”
“Ella venía de una promoción,” dijo Thorsson. “Hay bastantes posibilidades de que vendiera o regalara unos cuantos.”
No era nada que mereciera la pena discutir así que lo pasó por alto. Aun así, Mackenzie hojeó dos de los libros. Ambos habían sido firmados por Manning en la página del título.
Colocó los libros de vuelta en la caja y después empezó a estudiar la carretera. Caminó junto a la cuneta, en busca de cualquier marca donde se hubiera preparado algo para pinchar las ruedas. Miró hacia Ellington y le complació ver que ya estaba examinando las ruedas pinchadas. Desde donde ella estaba de pie, podía ver