CAPÍTULO UNO
Mackenzie White estaba en pie debajo un paraguas mientras observaba cómo colocaban el ataúd en la fosa y la lluvia arreciaba hasta convertirse en una llovizna constante. Los sollozos de los participantes estaban casi enmudecidos por las gotas de lluvia que caían en el cementerio y en las lápidas cercanas.
Lo observó con una punzada de dolor mientras su antiguo compañero pasaba sus últimos momentos en el mundo de los vivos.
El ataúd penetraba en la tumba sobre los raíles de acero en los que había estado apoyado durante la ceremonia mientras los seres más cercanos a Bryers lo presenciaban.
La mayor parte de la procesión se había dispersado tras las palabras finales del pastor, pero los más cercanos a él se habían quedado.
Mackenzie permaneció de pie a un lado, a dos filas de distancia. Le dio por pensar que a pesar de que Bryers y ella hubieran confiado sus vidas el uno al otro en varias ocasiones, realmente no le había conocido demasiado bien. Lo probaba el hecho de que no tuviera ni idea de quiénes eran las personas que se habían quedado para ver cómo le metían a la tumba. Había un hombre que parecía tener treinta y tantos años, y dos mujeres arrimadas bajo la lona negra, disfrutando de su último momento con él.
Cuando Mackenzie se dio la vuelta, notó la presencia de una mujer mayor que estaba de pie una fila más atrás, sujetando su propio paraguas. Iba completamente vestida de negro y parecía bastante atractiva de pie bajo la lluvia. Tenía el pelo totalmente canoso, atado en un moño, pero de algún modo tenía un aspecto juvenil. Mackenzie le asintió con la cabeza cuando pasó a su lado.
“¿Conocía a Jimmy?” preguntó la mujer de repente.
¿Jimmy?
Tardó un momento en darse cuenta de que la mujer estaba hablando de Bryers. Mackenzie solo había escuchado su nombre de pila en una o dos ocasiones. Para ella, siempre había sido solamente Bryers.
Quizá no fuéramos tan íntimos como yo pensaba.
“Así es,” dijo Mackenzie. “Hemos trabajado juntos. ¿Qué hay de usted?”
“Ex-mujer,” dijo ella. Con un suspiro tembloroso, añadió: “Era un hombre muy bueno.”
¿Ex-mujer? Dios, la verdad es que no le conocía. Aun así, en las bambalinas de su mente, podía recordar una conversación durante uno de sus largos trayectos en coche en que había mencionado que había estado casado en el pasado.
“Sí que lo era,” dijo Mackenzie.
Quería contarle a la mujer todas las veces que Bryers le había guiado en su carrera profesional y que hasta le había salvado la vida, pero imaginó que debía de haber una razón para que la mujer se hubiera distanciado de las tres siluetas apiñadas bajo la lona.
“¿Eras íntima amiga suya?” preguntó la ex mujer.
Pensaba que lo era, dijo Mackenzie, mirando a la tumba de nuevo con arrepentimiento. Sin embargo, su respuesta fue más simple. “No mucho.”
Entonces se dio la vuelta tras sonreír con pesadumbre a la mujer y se dirigió hacia su coche. Pensó en Bryers… su sonrisa taciturna, la manera en que apenas se reía pero cuando lo hacía, era casi explosivo. Entonces pensó en cómo iba a cambiar el trabajo ahora. Sin duda, era egoísta por su parte, pero no podía evitar preguntarse cómo iba a ser alterado su entorno laboral ahora que su compañero, el hombre que esencialmente le había acogido bajo su protección, estaba muerto. ¿Tendría un nuevo compañero? ¿Cambiaría su posición y la pondrían detrás de un escritorio o en algún otro trabajo cutre sin un propósito genuino?
Cielos, deja de pensar en ti misma, pensó.
La lluvia seguía golpeteando el paraguas. Era tan ensordecedora que Mackenzie casi no escuchó cómo sonaba su teléfono dentro del bolsillo de su abrigo.
Lo sacó diestramente de su bolsillo mientras abría la portezuela del coche, dejaba dentro el paraguas, y entraba para protegerse de la lluvia.
“Al habla White.”
“White, soy McGrath. ¿Estás en la ceremonia en el cementerio?”
“Saliendo en este momento,” dijo ella.
“Lo siento de verdad por Bryers. Era un buen hombre. Y un agente increíble también.
“Sí que lo era,” dijo Mackenzie.
Mas cuando miró una vez más a través de la lluvia hacia la tumba, le pareció que realmente no había conocido a Bryers en absoluto.
“Odio interrumpir, pero te necesito de vuelta aquí. Pásate por mi oficina, ¿de acuerdo?”
Su corazón pareció detenerse por un instante. Sonaba a algo serio.
“¿De qué se trata?” preguntó ella.
Él hizo una pausa, como si estuviera debatiendo consigo mismo si era buena idea decírselo, y finalmente dijo:
“Un nuevo caso.”
***
Cuando llegó al recibidor de la oficina de McGrath, Mackenzie vio a Lee Harrison sentado en la zona de espera. Le recordaba como el agente que le habían asignado como compañero temporal cuando Bryers se puso enfermo. Se habían estado conociendo durante las últimas semanas pero realmente no habían tenido aun la oportunidad de trabajar juntos. Él parecía un agente decente—quizá un poco precavido de más para el gusto de Mackenzie.
“¿También te llamó a ti?” preguntó Mackenzie.
“Sí,” dijo él. “Parece que puede que tengamos nuestro primer caso juntos. Pensé en esperar a que llegaras antes de llamar a la puerta.”
Mackenzie no estaba segura de si había hecho eso por respeto hacia ella o por miedo a McGrath. Fuera como fuera, pensaba que había sido una decisión sabia.
Ella llamó a la puerta y fue respondida con un rápido “Entrad” desde el otro lado. Hizo una señal a Harrison para que se acercara y entraron juntos al despacho. McGrath estaba sentado detrás de su escritorio, tecleando algo en su portátil. Había dos carpetas colocadas a la izquierda, como si estuvieran esperando a que las reclamaran.
“Tomen asiento, agentes,” dijo él.
Mackenzie y Harrison se sentaron en las dos sillas que había delante del escritorio de McGrath. Mackenzie vio que Harrison estaba sentado bien rígido y que sus ojos estaban abiertos de par en par… no llenos de temor del todo pero sin duda llenos de nerviosismo y emoción.
“Tenemos un caso en la Iowa rural,” comenzó él. “Como es el lugar donde creciste, pensé que serías ideal para este caso, White.”
Ella se aclaró la garganta, incómoda.
“Crecí en Nebraska, señor,” le corrigió.
“Es todo lo mismo, ¿no es cierto?” dijo él.
Ella sacudió la cabeza; estaba claro que los que no eran del Medio Oeste jamás lo entenderían.
Iowa, pensó. Sin duda, no era Nebraska, pero estaba lo bastante cerca, y la sola idea de regresar a aquellos lares le hacía sentir incómoda. Sabía que no había razón para temer al lugar; después de todo, había llegado a Quantico y se había convertido en alguien. Había logrado su sueño de conseguir un puesto en el FBI. Entonces ¿por qué le alteraba con tal rapidez la idea de regresar allí por un caso?
Porque todo lo malo que ha habido en tu vida está allí, pensó. Tu infancia, tus antiguos compañeros de trabajo, los misterios que rodeaban la muerte de su padre…
“Ha