No faltaba mucho para las ocho de la mañana y el joven funcionario estaba a punto de acabar su turno. Sin embargo, antes de volver a casa pretendÃa ordenar a brigada a ir a la calle de Santa Luciella a comprobar que allà vivÃa realmente la madre del investigado y, en ese caso, si reconocÃa al hijo en la foto del permiso de conducir y confirmaba que era realmente un sargento mayor de artillerÃa. Pero el subcomisario no pensaba esperar la vuelta del susodicho, ni ver el informe al dÃa siguiente. Por tanto, antes de que llegase a su oficina el informe del forense habrÃan pasado al menos dos o tres dÃas, durante los cuales el detenido quedarÃa encerrado en la celda.
Bordin, después de encerrar al acusado en la celda, habÃa vuelto al puesto de DâAiazzo. Al entrar en la oficina le habÃa dicho:
âSeñor comisario, para mà que este Esposito o como se llame ha sido enviado por la Camorra para matar al Demaggi por dos posibles motivos: o por razones de competencia en el mercado negro o porque esa mugrienta puta no querÃa pagar el soborno.
â⦠Marino, esa mujer está muerta y no se insulta los difuntos âle habÃa amonestado el joven superiorâ, y además no estoy convencido de que el investigado sea un asesino.
âPerdonad que os lo diga, pero creo⦠Bueno creo que sois siempre demasiado bueno: nosotros le molerÃamos a golpes en el estómago con sacos de arenaâ¦
â⦠¿Que no dejan huellas?
âLo requiere la prudencia. Y estad seguro de que ese delincuente se declararÃa culpable e incluso camorrista y quién sabe qué más. Pero asÃâ¦
â⦠asà no me arriesgo a hacer confesar a un inocente, aparte de que si te veo moler a sacazos a alguno⦠¿Me has entendido, Marino?
âEehâ¦
âYa conseguirá al juez instructor, si acaso, que admita su culpabilidad, siempre que el médico no diga que se ha tratado un accidente, en cuyo caso archivo la práctica y libero a ese hombre.
âYa, puede ser. Pero, hablando en general, vos, señor comisario, sois el único que no ha dado al menos una bofetada a los interrogados. El doctor Perati, que estaba antes que vos, hacÃa confesar a todos.
Con el ardor de la edad, sin abandonar esa pizca de presunción que permanecÃa en él, se le habÃa escapado al subcomisario instintivamente en la lengua partenopea que usaba en familia:
âTu siâ ânu fésso.
â¿Qué? âEl suboficial habÃa enrojecido.
El superior se habÃa corregido en parte:
âEstá bien, Marino, retiro el fésso, pero deja de hablarme sin consideración solo porque tengo la mitad de tus años. Ten cuidado, porque si esto se repite, te castigo.
Bordin habÃa considerado sensato pedir perdón, aunque fuera a regañadientes:
âPerdonad, señor comisario, solo estaba hablando, no querÃa criticaros.
Aunque Vittorio DâAiazzo, con el paso del tiempo, adquirirÃa plena humildad gracias a las metafóricas bofetadas de la vida, por el momento seguÃa queriendo decir la última palabra:
âEstá bien, pero a partir de ahora piensa en lo que dices antes de decir lo que piensas.
El hombre consideró sensato mantener la posición de firmes:
âSÃ, señor.
âDescansa y no te mortifiques âEl superior suavizó el tono, en el cual habÃa entrado por fin la compasión. Prosiguióâ: Has dicho que Perati hacÃa confesar a todos: es verdad, ya lo sé, me lo contaron cuando llegué aquÃ. ¿Pero recuerdas quién le mató?
âSÃ, señor, la madre de un ladrón habitualâ¦
â⦠ladrón al que Perati habÃa acusado de acuchillar en una mano a un panadero para robarlo y al que habÃa hecho confesar que sÃ, ¿pero cómo? Tumbándolo boca arriba sobre una mesa y fustigándole con el cinturón. Y dos dÃas después ¿te acuerdas? el interrogado murió por una hemorragia interna.
âPerdonadme, ¿puedo hablar con libertad, pero con todo el respeto?
âPuedes.
âCreo que el doctor Perati hizo lo apropiado, porque no recibió ningún reproche de sus superiores.
âPues no sé si el asunto se olvidó por orden del federal de Nápoles,19 porque Perati era muy fascista y adulador, pero en la cabeza de la madre del muerto la cosa no estaba olvidada y además supo, un par de semanas después de la muerte del hijo, que era inocente tanto de las heridas como del hurto. Esto no lo sabÃas ¿verdad?
âSabÃa que el verdadero culpable fue reconocido en la calle del panadero y denunciado a una de nuestras patrullas, la cual lo arrestó y trajo aquÃ.
âYa, y la madre del muerto fue puesta al corriente por un amigo del hijo, que supo la verdad por casualidad. ¿Y sabes una cosa? No habÃa sido tan inicuo, a fin de cuentas, que esa mujer viniera aquà pidiendo hablar con Perati, con la excusa de tener algo que revelarle y una vez delante de él sacara un pequeño cuchillo para desollar carne de su costado y le acuchillara junto al corazón, y casi lamento que la detuvieran de inmediato y que ahora esté a la espera de juicio, porque me temo que será condenada a muerte por homicidio premeditado.
âEsperemos que le reconozcan el enajenamiento mental âdijo compasivamente Bordin.
âEsperémoslo. Pero aparte de esto, ahora mismo te vas al depósito de vehÃculos con esta hoja de servicio⦠toma: es mi autorización para recoger un automóvil con conductor. Luego te vas a comprobar en el callejón de Santa Lucia si Esposito es una persona conocida âLe entregó también la licencia del investigadoâ. Haz que la madre vea la foto, si es que existe, y también los vecinos y averigua todo lo que puedas de él.
âA las órdenes. Pero, al volver, señor comisario, tal vez me vaya a casa a dormir, ya que, por hoy, mis horas de servicio ya habrán terminado.
âDeber y sacrificio es nuestro lema âle habÃa contestado sonriente en un endecasÃlabo espontáneo el superior, gran lector de poetas clásicos.
Ya que se sabÃa en la comisarÃa que la temperatura social estaba subiendo en la ciudad y no era del todo improbable una sublevación, antes de acercarse al garaje el brigada quiso pasar por la sala de radio para obtener noticias de la situación en el exterior. Una vez al tanto, volvió a su superior directo y le informó de que camionetas de patrulla habÃan comunicado que ya se habÃan iniciado tiroteos aislados. Terminó diciendo:
âSeñor doctor, ¿tengo que ir hoy o puedo esperar a mañana, cuando tal vez el clima se haya calmado?
Antes de que se decidiera D'Aiazzo empezaron a subir de la vÃa Medina, a la que se asomaba y todavÃa se asoma la comisarÃa de Nápoles, el ruido de los motores diésel de vehÃculos que pasaban en columna delante de la entrada principal del edificio, como todos los dÃas desde hacÃa