Unas páginas más delante, De la Mora elimina de la versión en español el modo en que conoció en Madrid a Jay Allen y el origen de su amistad. En la versión inglesa explica que, después de vivir en Madrid, volvió a marcharse a Málaga a instancias de la familia de su primer marido, y durante su ausencia, su amiga Zenobia Camprubí alquiló su apartamento al corresponsal y a su familia. No obstante, al separarse definitivamente y regresar a Madrid, ella misma necesitaba para sí el apartamento, por lo que tuvo que ir a solicitarlo a los Allen, según cuenta en In Place of Splendor.
“While I was still in Malaga, I had rented the apartament through Zenobia to an American newspaperman, Jay Allen, and his wife and small son. Now when I returned to Madrid I found the paper hangers and painters busily making the apartment ready for the Americans. The Allens were impatiently waiting for the paint to dry while they stayed at a hotel. With my heart in my mouth I went to call on them to beg them to let me have the apartment back for myself.
Jay Allen was in bed when I arrived-sick, he explained cheerfully. (…) “I hope you will forgive me,” I stammered.
The Allens listened to my story and then all three, including the grave child, assured me that it was no trouble at all, of course I should have my own apartment, they would start immediately to look for another, I shoulden´t waste a moment of worry for disturbing their plans-it was nothing.
I backed out of the door with the Allens waving cheerfully” (In Place of Splendor (pág. 135-136).
Luego añade que a pesar de haber aprendido inglés en un internado de Oxford, el acento americano de Allen y otros estadounidenses resultaba tan pegadizo que pocos días de después de visitar al periodista y a su familia alguien le hizo notar que hablaba como si hubiera vivido en Kansas… Unas observaciones que la autora ahorra al lector español. Si en la versión inglesa tenía sentido aludir a su fluido inglés para congraciarse con el lector estadounidense, en la edición castellana esta cuestión resultaba irrelevante. No obstante, al borrar el origen de su amistad con Allen, el lector en español puede experimentar cierta perplejidad cuando se refiere al corresponsal americano como un viejo amigo, sin dar más detalles. Un desconcierto, por otra parte, menor.
La desaparición del primer encuentro con Allen en la versión castellana le obliga a eliminar los detalles de su vuelta al apartamento madrileño y se limita a decir: “Luli y yo nos habíamos instalado apenas, en nuestro pisito de Madrid, cuando estalló una nueva crisis política. El general Berenguer…”.El equivalente en inglés decía: “Luli and I had hardly settled down in our redecorated apartment when a new political crisis hit Madrid. General Berenguer…”
Había además un trasfondo de tipo personal al hacer desaparecer de Doble esplendor su inicial amistad con Jay Allen. Este corresponsal que había sintonizado bien con la España republicana, no compartía al cien por cien el punto de vista de su amiga española. A pesar de avalarla ante la opinión pública estadounidense, nunca compartió sus afinidades comunistas. Si en los primeros tiempos denunciaron y combatieron juntos los abusos del franquismo victorioso, poco a poco se abrió una brecha entre ellos. La marcha de De la Mora a México a finales de 1939, en pleno reconocimiento literario de su obra, y su posterior ruptura con algunos de sus colaboradores norteamericanos en la causa de los refugiados, acentuó este distanciamiento.
Uno de los misterios que envuelven el exilio de Constancia de la Mora y su a veces errática trayectoria gira en torno a esa decisión de afincarse en México justamente cuando la crítica norteamericana alababa su autobiografía. Quizás influyera el hecho de que su marido, Hidalgo de Cisneros, tuviera dificultades con el inglés o que la estrecha relación de éste con la Unión Soviética durante la Guerra Civil imposibilitara su estancia en Estados Unidos. Aunque ambos eran comunistas, en los primeros meses de la derrota se les identificaba fundamentalmente con el gobierno republicano, y Constancia, en un principio, eludió definirse ante la prensa neoyorkina. Por poco tiempo. Un año después, ella misma pasó de heroína a villana, al serle denegado el visado para volver a Estados Unidos desde México: el fantasma de su militancia comunista y el escenario de caza de brujas que se dibujaba le cerraron las puertas del país que inicialmente se le había rendido.
Todas estas circunstancias hacen pensar que De la Mora aprovechó la versión castellana (Doble esplendor) para ajustar cuentas con la inglesa (In Place of Splendor): ¿su propia versión o la de otros? Al enfrentarse a la traducción al castellano debió conjurar el verano de 1939 y el fantasma de Ruth McKenney. Todo quedaba atrás.
Algunas de las modificaciones introducidas en la versión castellana parecen tener una función didáctica. En la página 278 de Doble esplendor, equivalente a la 254 de la edición neoyorquina, intercala un nuevo párrafo sobre Mussolini en el contexto de la intervención italiana y alemana en el conflicto español. En ambas versiones, De la Mora relata las primeras semanas de la Guerra Civil y apunta que ya en los primeros días de agosto el gobierno republicano denunció la invasión de aviadores italianos. Tras señalar que las democracias occidentales hicieron oídos sordos (“Democracies turned a deaf ear to our pleas while the fascist strangled democracy in Spain” en la versión original), incluye en la edición castellana un nuevo párrafo: “Mussolini, naturalmente, se apresuró a negar la veracidad de las palabras de sus aviadores lo mismo que Hitler negó desde el principio (…)”.
Tras este párrafo inédito vuelve al texto inicial: “Cuando A. Malraux llegó a España… (“When André Malraux arrived...”). No hay duda de que cotejar ambos textos es un ejercicio instructivo. De la Mora reconoció que su borrador inicial (donado a una institución de amigos americanos) era más largo que el manuscrito publicado. La edición española rescató quizás algunos de estos folios que habían quedado en el tintero. Lo que no podemos saber es qué nueva versión habría ofrecido Constancia de la Mora de haber reescrito estas memorias en 1950, poco antes de morir en aquel extraño accidente de tráfico, a los 44 años, cuando vivía en el hastío de un exilio cuyo sentido se le escapaba, alejada de los dirigentes del PCE en México y del que había sido su marido, Ignacio Hidalgo de Cisneros.
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