Anexo: La polémica sobre la autoría de In Place of Splendor
Una trayectoria tan singular y novelesca como la de Constancia de la Mora no está exenta aún de interrogantes. Su propia autobiografía ha concitado controversias en los últimos años. A pesar de que De la Mora debe su proyección internacional a esa autobiografía que narra la metamorfosis de una joven de la alta burguesía en una española de izquierdas, la obra no puede verse ya como un espejo acabado de lo que fue su vida. Ni siquiera como una obra enteramente propia.
Lo llamativo es que In Place of Splendor, publicado por primera vez en 1939 en Estados Unidos, no es exactamente el mismo libro que Doble esplendor, la primera edición en castellano publicada en México en 1944 (y en España en 1977). No sólo porque se aprecian cambios de voz, sino porque al traducirla al español, De la Mora introdujo variaciones, aunque el contenido esencial permaneciera.
Ambos libros, además, fueron escritos en circunstancias muy distintas. Aunque narran la misma historia, hay diferencias en la redacción y en la información. En la edición inglesa, además, contó con ayuda externa, aunque en su momento se obviara o minimizara esa colaboración. Al traducirse al español (su idioma materno,justamente en el que por fuerza pensó su historia mientras trataba de escribirla en inglés) tenía la posibilidad de pulir el texto inicial, apresurado y en cierto modo colectivo, aunque se identificara con él en líneas sustanciales. La edición española es si cabe en este sentido más suya. Con la limitación de que la historia ya estaba escrita y no podía desdecirse de lo contado, aunque sí narrarlo de otro modo.
Algunos de los cambios introducidos en la versión española no son ajenos al modo en que se gestó In Place of Splendor: the autobiography of a Spanish woman (Harcourt. Brace and Co, 1939).Sobre esta autobiografía circularon toda clase de especulaciones y leyendas. Cabe incluso preguntarse: ¿De dónde sacó el tiempo y la concentración suficientes Connie de la Mora para escribir en unos pocos meses estas memorias de su vida y de la España reciente? Sabemos que llegó a Nueva York a primeros de marzo de 1939 con el fin de pedir ayuda para la ya casi derrotada República. La neutralidad de las potencias occidentales (traicionada por Alemania e Italia) había posibilitado la victoria franquista, argumentaba. Con su viaje, pretendía conmover a la opinión norteamericana y forzarla a modificar su papel neutral en aras de la acción humanitaria. Mientras abordaba el libro, además, llegó la noticia inapelable: la capitulación del coronel Casado, con la entrada de Franco en Madrid. Desde ese momento, De la Mora se centró en denunciar el trato inhumano que infringía Francia a los refugiados y las represalias políticas que sufrían los vencidos que habían quedado en el interior.
Constancia de la Mora dedicó la primavera y parte del verano del 39 a escribir In Place of Splendor. Simultáneamente, desplegó cierta actividad social y diplomática, desde visitas a la primera dama, Eleonore Roosevelt (en una ocasión acompañando a Juan Negrín), a encuentros con los corresponsales que habían cubierto la contienda española y con los antiguos brigadistas. Podría pensarse que De la Mora llevaba escritas algunas ideas para su autobiografía, pero es una hipótesis improbable, ya que la idea de escribir su vida nació en suelo estadounidense.
En Nueva York estuvo arropada por Jay Allen, el primero en animarla a que escribiera sus memorias, y el círculo de Ernest Hemingway y Martha Gellhorn. Teniendo en cuenta la capacidad de Constancia de la Mora para aunar voluntades en torno a sus ideales o intereses, no hay duda de que recabó su consejo respecto al borrador que escribía. Entre los exiliados circuló la idea de que sus amigos periodistas habían intervenido en la redacción del libro. Es esclarecedora en ese sentido una carta del poeta Pedro Salinas a Katherine Whitmore, el 10 de diciembre de 1939, en la que ironiza sobre la autoría de In Place of Splendor: “¿Te gusta el libro de Coni de la Mora? Yo no lo he leído, pero lo he ojeado despacio. ¿Suyo? Se me figura que es un producto colectivo del grupo de Jay Allen, gran amigo de ella y su marido, y de los escritores afines” (O. Completas, III, Cátedra, Madrid, 2007, p. 800).
Aunque no lograra su objetivo político, In Place in Splendor alcanzaría en diciembre la segunda edición y un innegable éxito. De la Mora empezó a ser considerada una figura mediática entre los progresistas norteamericanos. Su personaje, el de la ficción y su espejo real, atrajo la atención de las feministas. Un protagonismo que en parte le abrumaba, teniendo en cuenta que era más una mujer de acción que una intelectual.
Nadie escribió entonces, fuera de ciertos comentarios privados, que la autobiografía no fuera su vida o que alguien se la hubiera fabricado. Se sospechaba que no la había escrito sola, no ya por la dificultad que representaba para una española elaborar la primera versión en inglés, aunque hablara y tradujera con fluidez esta lengua, sino por el tono elegido para acercarse al público norteamericano, más propio de una cronista. Un tono, al mismo tiempo, no exento de encanto e ironía al abordar su infancia y su privilegiada vida familiar en la España de principios del siglo XX. Sin duda, su testimonio era lo bastante auténtico como para que nadie pudiera ponerlo en entredicho. Y después de todo, resultaba más bello alimentar la leyenda que desmontar el mito. Como consecuencia, In Place of Splendor fue publicado también en Londres al año siguiente, y luego sucesivamente traducido al español, al francés, al italiano y al alemán…
Sin embargo, en 1993, la biógrafa de Tina Modotti, Margaret Hooks, reveló que la autora material del manuscrito de Constancia de la Mora fue Ruth McKenney (en Tina Modotti. Photographer and Revolutionary (Londres, Pandora / Harper Collins, 1993, p. 239). Hooks había pasado una temporada en México buscando testimonios para escribir la biografía de Modotti y aunque su interés se centraba en la fotógrafa, obtuvo abundante información sobre De la Mora. Supo así que en su autobiografía intervinieron varias manos. Pero la que probablemente unificó el texto, fue Ruth McKenney, una guionista de moda de ideas filocomunistas. Hooks alude así a esta colaboración: “Her life story and version of events in Spain, In Place of Splendor, apparently ghost-written by the popular american writer Ruth McKenney [sic], was destined to become a best-seller”
El hecho de que McKenney fuera autora de la editorial en la que De la Mora iba a publicar su manuscrito facilitó la colaboración de ambas mujeres en las semanas previas a la edición del libro. Por su parte, Jay Allen revisó todo lo concerniente al papel de los corresponsales, la fauna periodística y literaria a la que pertenecía él mismo. De cualquier modo Constancia debía confiar mucho en Ruth McKenney para aceptar que interviniera en su historia. Aunque no sólo recurrió a ella: hizo circular el manuscrito entre sus amigos, y algunos, como Tina Modotti y el cubano Manuel Fernández Colino, le ayudaron a corregir pruebas. Fernández Colino era bilingüe y tanto él como Modotti habían estado en España durante la Guerra Civil. Era lógico que De la Mora se apoyara en ellos para que corrigieran su inglés o para captar las expresiones locales de McKenney. En consecuencia, cuesta pensar que De la Mora, acostumbrada a repartir y encargar tareas que finalmente supervisaba, atribuyera a McKenney o al resto de sus colaboradores el éxito de su propia autobiografía, aunque valorase su ayuda.
Cuando abordó la versión en castellano, De la Mora, afincada ya en México, eliminó anécdotas y explicaciones coyunturales y añadió alguna que otra idea que ayudaran a contextualizar lo narrado. Así sucede cuando relata el impacto que produjo su metamorfosis republicana entre sus amistades, y en concreto el desencuentro vivido con una amiga aristócrata a la que visitó en su domicilio.
“La marquesa debió de entretenerse en contar la escena que se había desarrollado en su casa, porque bien pronto corrió la voz por el Madrid que me conocía, de que yo “estaba hecha una terrible republicana”. Claro que causó menos sorpresa de la que era de esperar, porque ¿no había trabajado en una tienda?, y ¿no me había separado de mi marido?, y ¿no decía que quería seguir trabajando para poder vivir independientemente con mi hija? Una cosa lleva a la otra y lo natural, al fin y al cabo, era que una mujer con “esas ideas” acabase por hacerse republicana y traidora al rey a quien su abuelo sirvió durante tantos años. A los quince días no me quedaba un solo amigo de mi infancia y juventud. Pero había adquirido un tesoro desconocido para mí hasta entonces: aprendí a pensar ¡y el que una mujer se permitiese el lujo de “tener ideas” y discurriese era precisamente