El gran cambio de su vida se produjo al conocer a Ignacio Hidalgo de Cisneros y López de Montenegro, militar de linaje aristocrático y lealtades republicanas (lo que le llevaría a ser jefe de la Aviación de la República durante la contienda civil). Decidieron casarse en cuanto se aprobara la Ley del Divorcio de 1932 e iban juntos a las tribunas de invitados del Congreso a ver cómo iba a quedar la ley que les permitiría contraer matrimonio. En consecuencia, Connie no aceptó anular su primer matrimonio, como hacía la clase alta, y fue de las primeras españolas que se divorció y se casó por lo civil (con Hidalgo de Cisneros). Sin duda, esta boda, a la que asistieron varios ministros, abrió el camino a otras españolas declase media y alta. En aquellos momentos, el matrimonio Hidalgo de Cisneros encarnaba un progresismo exquisito: además de relacionarse con Zenobia y Juan Ramón, estaban en contacto con la clase política a través de su amistad con Indalecio Prieto y Azaña. De algún modo, se sentían próximos a la tercera España, la que apostaba por las reformas y la modernidad desde una óptica comprometida, pero no partidista.
Cosmopolita, inquieta y visceral, Constancia y su marido residieron en Roma y Berlín de 1933 a 1935, al ser nombrado Hidalgo de Cisneros agregado de aviación en ambas embajadas españolas. Alarmado ante las noticias involucionistas que le llegaban del ejército español, Hidalgo de Cisneros pidió el traslado a España para sumarse a los sectores progresistas y apoyar en las urnas la vuelta de la izquierda. Meses después, a raíz del golpe militar de julio del 36, Constancia y el agregado militar se mantuvieron a lado del Gobierno legítimo y radicalizaron sus posiciones, hasta el punto de ingresar en el Partido Comunista para combatir mejor a los sublevados. En un principio, Constancia se ocupó de cuidar y evacuar a los niños de un orfanato madrileño a la zona de Valencia, pero más tarde se ocupó de la Oficina de Prensa Extranjera, encargada de facilitar y censurar la información que mandaban los corresponsales extranjeros a sus respectivos países. Hablaba varios idiomas y desde este cargo desplegó una gran influencia en todos los grandes corresponsales: Jay Allen, Hemingway o Dorothy Parker, entre otros. Estableció asimismo una buena amistad con Burnett Bolloten, que, con el tiempo, acabaría adoptando posiciones conservadoras y muy críticas respecto a la influencia soviética en el lado republicano.
La fascinación comunista
Fue en este periodo, entre los años 37 y 39, cuando se forjó el perfil comunista de Constancia de la Mora. Al no estar curtida en la militancia, una mezcla de fascinación e ingenuidad le hizo sublimar el papel del Partido Comunista en la contienda. Recién llegada a las filas del PCE, decidió enviar a su hija Luli a la URSS para apartarla de los bombardeos y de los peligros de la Guerra Civil, pero subestimó lo que ese gesto implicaría en un futuro. De la Mora tenía suficientes recursos y amistades en Europa, en Francia principalmente, y podía haber enviado a Luli a casa de amigos o a algún internado. Al elegir laURSS descartó, sin duda, una solución individual a favor de una ilusión colectiva: mandarla a la patria soviética. Este hecho debe ser entendido en el contexto histórico en el que fue tomado: en los años treinta del siglo XX, la URSS representaba la tierra promisoria para la izquierda ansiosa de igualdad y de justicia.
Constancia de la Mora e Hidalgo de Cisneros no fueron los únicos burgueses seducidos por este ideario. Aunque el PCE no tenía gran arraigo en la sociedad española en los años previos a la Guerra Civil, sus ideales igualitarios calaron en parte de la juventud burguesa ilustrada. A pesar de que en el Instituto-Escuela y en sus instituciones hermanas estaba prohibido que sus alumnos tomaran partido mientras estudiaran en sus aulas, muchos de ellos se vieron abocados entre 1935 y 1936 a militar o a simpatizar con las formaciones políticas que preconizaban la igualdad y la universalidad. Constancia de la Mora seunió a esta corriente en unos años en los que el estalinismo cobraría un auge insoportable, pero en el momento de ingresar en el PCE desconocía la oscuridad que encerraba este vasallaje. Aunque los anarquistas le han atribuido una relación estrecha con los servicios secretos soviéticos y un ardor comunista excesivo, no fue más estalinista que cualquier otro militante de la época.
Cuando las tropas franquistas tomaron Barcelona, Constancia cruzaba la frontera hacia Francia, donde posteriormente se reunió con su marido. Hidalgo de Cisneros, sin embargo, regresó a los pocos días a la zona central de nuevo, en un último intento de resistir y de salvar Madrid y el escaso territorio que permanecía en manos de la República. De la Mora, mientras tanto, viajaba desde Francia a Nueva York. Sus amigos periodistas norteamericanos la invitaron a Estados Unidos con vistas a pedir una desesperada ayuda para inyectar nueva vida a la República. No hubo tiempo para solicitar aviones ni apoyos al presidente Roosevelt ni a la opinión pública norteamericana. Laguerra terminó mientras De la Mora, alojada en casa de Jay Allen, el futuro jefe de prensa de las tropas norteamericanasen la II Guerra Mundial, escribía con letras de fuego sus memorias, In Place of Splendor (Doble esplendor). A finales del 39 se retiró definitivamente a México, primero en la capital y poco después en Cuernavaca, donde se afincaban los refugiadoseuropeos que huían del fascismo y del nazismo, y trabajó en los primeros años cuarenta por la dignidad de los exiliados. En 1944, año en que sus memorias fueron editadas por primera vez en castellano en México (en la editorial Atlante, en la que participaba Juan Grijalbo como administrador antes de constituir su propia editorial), De la Mora publicó con la escritora judeo-alemana Anna Seghers The Story ofthe Joint Antisfascist Refugee Comittee, opúsculo en el que hacían balance de la ayuda destinada a los refugiados. En ese tiempo De la Mora confiaba en que Franco abandonara el poder con la victoria aliada. En algunas de sus visitas a Europa en los años cuarenta se reunió con su padre en Portugal. Jorge Semprún (primo de Constancia) contaba con hilaridad que Germán de la Mora tuvo la ocurrencia de proponerle a su hija la instalación de una especie de koljós (colectivización agraria soviética)en su finca segoviana para animarla a volver a España. Naturalmente, era un atrevimiento difícil de llevar a cabo en pleno franquismo, aunque se tratara de experimentarlo en una porción de su propia finca. Y no era eso lo que quería Constancia. Había apoyado la reforma agraria durante la República y había sido muy crítica con su padre por este motivo, pero no se trataba de que ella se entretuviera en su finca, sino de repartir la riqueza de forma racional y justa para todos.
La continuidad del dictador frustró su regreso a España. Para entonces, se había divorciado de Hidalgo de Cisneros, que regresó a Europa del Este reclamado por el PCE, y había tratado de encauzarsu vida hacia la escritura, sin conseguirlo del todo. Dejó un segundo manuscrito sobre la cultura indígena mexicanay trató de integrarse en el mundo artístico del país. Figura de relieve dentro del PCE en México, pero no dirigente, se fue apartando al final de suvida de las reuniones políticas. Mantuvo sus convicciones hasta el final, pero queda la incógnita de si desde el puntode vista ideológico se produjo alguna evolución. Los retrasosy dificultades que encontró para reunirse de nuevo con su hija, que llegó a México desde la URSS en 1946, y los sinsabores de la derrota y la soledad debieron influir en su ánimo, pero el hecho de que en ese tiempo colaboraracon la embajada soviética en México como traductora, hace pensar que su ortodoxia era granítica.
Su muerte, en un accidente de tráfico en Guatemala, en vísperas de cumplir 44 años, completó de modo trágico una vida de leyenda. No estaba en Guatemala de viaje turístico, aunque en parte pudiera parecerlo. Para mantener su amplia casa en Cuernavaca, Constancia aceptaba de vez en cuando acompañar a turistas norteamericanas a visitar los paisajes más genuinos de México y Guatemala, y de paso compraba ropa y artesanía que luego vendía a sus amistades. Acompañaba a la millonaria Mary O’Brieny a otros amigos por Guatemala cuando le sobrevino el accidente de tráfico en el que sólo ella perdió la vida. Este hecho, unido a su juventud, despertó todo tipo de especulaciones entre los refugiados, e incluso en el entorno de Indalecio Prieto se discutió si podría haber sido un accidente intencionado. No había sido el primero ni el último caso en el que la larga mano de Stalin se cebaba en los refugiados mexicanos. Frente a tales hipótesis, lo más probable es que la muerte de Connie fuera fortuita, un simple accidente.
Su