La nieta comunista de Antonio Maura que se enfrentó al exilio era una mujer muy distinta de la que en 1931 decidió abrazar la República. Aquella joven burguesa de 25 años que en 1931 descubrió las libertades que encarnaba la República y que en pocos meses se convirtió en demócrataconvencida, poco tenía que ver con la joven señora de 33 que, con la mirada preocupada, avistaba la ciudad de Nueva York desde el barco que la acercaba a Estados Unidos. Si en el 31 Constancia de la Mora se adhirió a lasfilas republicanas desde una visión moderada, durante la Guerra Civil adquirió un compromiso ideológicoque iba a marcar su exilio: su adscripción al Partido Comunista. Hija de la oligarquía burguesa y terrateniente (su padre, Germán de la Mora, era presidente de la compañía Electra y propietario de diversas fincas rurales, entre ellas la de la Mata del Pirón, en Sotosalbos, en la provinciade Segovia), Constancia de la Mora saltó desde su privilegiada clase social a los círculos reformistas e ilustrados, hacia algo todavía indefinido que podría identificarse con una tercera España que no era ni conservadora ni obrera, pero sí impulsora de reformas y atenta a las carencias de las clases populares. Sin embargo, la brecha de la guerra civil, la profunda herida que dividió al país en dos, la empujó ya en el otoño de 1936 a buscar en el Partido Comunista la fortaleza y la trinchera desde la que combatir al bando armado que se había levantado contra el Gobierno republicano.
Figura poliédrica
No se puede hablar, por tanto, de una Constancia de la Mora monolítica, roja y estalinista. De la Mora fue un personaje poliédrico, a pesar de la energía y la capacidad de mando y decisión que destilaron algunas de sus actuaciones. Aproximarse a esta figura fascinante que debería ser asumida como un símbolo de pluralidad y de libertad, aun con los debidos matices, exige diferenciar sucesivas etapas en su evolución: un periodo inicial de entusiasmo y fervor republicano hasta 1932; la latente radicalización gestada durante el periodo derechista marcado por la CEDA y los primeros meses del Frente Popular y, una tercera etapa, la de la Guerra Civil, en la que el dramatismo y la gravedad de los acontecimientos la condujeron a ingresar enel Partido Comunista. No es justo contemplar su figura como una foto fija: como la estalinista que llegó a ser al frente de la censura en la Oficina de Prensa Extranjera republicana. O desde el otro extremo, no parece tampoco serio considerarla una out-sider dentro de la izquierda, una comunista a la que algunos militantes reprocharon ciertos tics burgueses a pesar de sí misma. En Constancia de la Mora confluyó todo eso al mismo tiempo: era una burguesa con convicciones comunistas. O lo que es lo mismo: eligió libremente ser de izquierdas y defender la República al lado de los comunistas, pero no podía borrar ni negar su origen. Su patrimonio político y moral es un compendio de estas identidades: nunca dejó de ser del todo una De la Mora Maura, aun en el exilio; nunca perdió su amor por la libertad, encarnado en la Segunda República y, en la medida en que pudo o supo, siempre fue leal al Partido Comunista de España. Aunar estas señas de identidad no siempre fue fácil, pero el poso de todas ellas permaneció hasta su muerte, en el exilio, en 1950.
El fracaso de su primer matrimonio (se casó en 1927 con Manuel Bolín, hermano de Luis, el héroe franquistadel Dragon Rapide) fue el revulsivo que precipitó su interés por la política. Unos años antes, su estancia en un internado católico de Cambridge, el Saint Mary’s Convent, en los años posteriores a la I Guerra Mundial, había dejado en Constancia de la Mora una huella latente de deseos de autonomía que iba a cristalizar con toda virulencia en los años republicanos. En Cambridge, De la Mora había descubierto cierto sentido de la independencia. Cuando una de sus amigas inglesas le acompañó a España en unas vacaciones y se alojaron en La Mata, se sintió avergonzada al comprobar la ignorancia en la que vivían los empleados de su padre: como la inglesa no hablaba ni entendía castellano, se dirigían a ella a gritos o recalcando las palabras para que “les comprendiera”. Aquella gente vivía enuna tosca burbuja en la que la simplicidad y el analfabetismose alimentaban mutuamente. La visita de su amiga le abrió los ojos y concluyó que su padre y su clase social no eran ajenos a aquella situación. En medio de las brumas de Cambridge encontraba más libertad que en los salones madrileños.
Intentó prolongar su estancia en Reino Unido pidiendo permiso a sus padres para trabajar en una tienda de modas que regentaba una dama conocida en su ambiente familiar, pero su madre fue a rescatarla de tales veleidadesy juntas volvieron a España para ser presentada en sociedad.De la Mora, a la que empezaron a llamar Connie en Cambridge, nombre que mantuvo a su vuelta, se plegó a los deseos de sus padres y aceptó el plan establecido: casarse, tener hijos y continuar la vida diseñada de antemano para las mujeres de su clase.
De cualquier modo, el 14 de abril de 1931, Connie no sabía aún que la llegada de la República iba a ser tan decisiva para ella. Había vuelto a Madrid poco antes, en marzo de 1931, “para empezar una nueva vida” después de residir un tiempo en Málaga, y sólo se dio cuenta de que “España enterase disponía a hacer algo muy parecido”. Al instalarse de nuevo en la capital con su hija Lourdes (Luli), de poco másde 3 años, y separarse de su marido, Constancia se convertía en pionera: en vez de residir en casa de sus padres,Germán de la Mora y Constancia Maura, como era habitual en las clases altas, prefirió vivir en un piso con su hija y trabajar en la tienda de arte español que Zenobia Camprubí, la esposa de Juan Ramón Jiménez, y su socia, Inés Muñoz, tenían en Madrid. Esto la colocó en el centro dela vida madrileña: por origen familiar frecuentaba a la clase alta, por sus propias convicciones los cenáculos de la cultura progresista. En esos momentos, la República representaba ante todo un soplo de libertad, la posibilidad de dejar atrás su desastroso y precipitado matrimonio con Manuel Bolín.
El encuentro con Ignacio Hidalgo de Cisneros
La relación con Zenobia Camprubí fue crucial en esta etapa. Además de darle trabajo en su tienda de artesanía, la puso en contacto con otra clase de burguesía: la que amaba la cultura y apostaba por el progreso. En ese sentido, Zenobia Camprubí, miembro de la junta directiva del Lyceum Club, selecto círculo de conferencias promovido por la élite cultural femenina de la época,l e proporcionó a Constancia de la Mora el ambiente social y las amistades que su espíritu inquieto demandaba. La nieta de Maura comprendió que el país cambiaba, que los privilegios de su clase eran obsoletos, que la población española estaba atrasada, y que había que acometer cambios. En su familia, liberal y conservadora, estaban acostumbrados a que hubiera disidentes (el hermano de su madre, Miguel Maura, republicano moderado, fue ministro del primer gabinete formado tras la caída de la Monarquía). Pero lo llamativo y hasta escandaloso para algunos fue que una mujer se erigiera en ferviente republicana. Un deslizamiento hacia el progresismo que De la Mora vivió como una liberacióny como un desafío. Hay que tener en cuenta que, aunque Constancia de la Mora era consciente de los privilegios que conllevaba pertenecer a su clase social, sufría las trabas que condicionaban la vida de las mujeres a principios del siglo XX.
Los deseos de independencia adormecidos resucitaron con su separación y su nuevo planteamiento de vida. El cambio ideológico fue rápido, pero la transición de ambientes no fue brusca. Una de las amigas de su clase social a la que frecuentaba aún en la primavera de 1931, María Ruspoli Caro, condesa de Buelna, refleja una imagen todavía convencional de Connie en unas cartas dirigidas a su marido, Mariano del Prado O’Neill, candidato de Acción Nacional a las primeras elecciones constituyentes de juniode 1931. En esta correspondencia, escrita entre el 18 y el22 de junio de 1931, Ruspoli relata a su marido, de campaña electoral, su acontecer en Madrid y le habla a menudo de Connie: se visitaban, al menos en aquellos días, jugaban al bridge y compartían actos sociales exentosde significación política. A través de estas cartas, depositadas recientemente en la Fundación Antonio Maura, Connie aparece como una amiga apreciada, aunque de carácter serio. Ruspoli cuenta a su marido una de sus partidas de bridge con otros amigos y, además de asegurarle que lo pasaron muy bien, aclara que jugaban en dos mesas: la de Connie,