En la tierra agrietada del desierto, en esas historias de cowboys humillados y ultrajados, vuelvo a ver la figura de tu abuelo. Renato Prunetti trabajó durante toda una vida llena de problemas y de dolencias, en labores de mantenimiento, aislamiento, soldadura y carpintería de hierro en las refinerías y en las acerías de media Italia. Sus pulmones enfermaron por las fibras grises del amianto, por el gas de la máquina de soldar, por el polvo sutil y los metales pesados de refinerías y acerías. Pero ningún patrón ha tenido que rendir cuentas por ello.
Los sabios debaten sobre el sexo de los ángeles en lo concerniente al derecho y la justicia. En cambio, las pretensiones de tu abuelo eran pocas. Nuestros viejos no querían ciertos lujos. No les interesaba un carajo la idea de imitar a los ricos, de ser los loros de la pequeña burguesía. Querían una vida digna para todos. Pan, salud, trabajo, derechos y justicia en los días laborables. El fútbol, el huerto, el vino, la petanca y la bicicleta en los festivos. Esa era la vida obrera. Se sentían héroes working class, cowboys del metal con la llave inglesa y la funda azul en lugar de sombrero y espuelas. Y una carretilla elevadora con motor diésel que a veces iba al trote y a veces al galope. Enderezaban los hierros y los entuertos con unos cuantos hábiles golpes de martillo, convencidos de su lealtad hacia los demás.
Cuarenta años después, con el juego de carambolas entre derecho y justicia, aprendí que el derecho de los más fuertes es erróneo y que la justicia sabe ser injusta. Ya sabíamos que el pan del trabajo estaba envenenado y que la salud de nuestros viejos se la guardaron en sus bolsillos los patrones, como garantía pignoraticia por las nóminas con las que nos criamos y estudiamos.
Con esa sed de justicia traicionada atravesé como un desperado el desierto que desde el Supremo me llevaba de vuelta a casa. Por el camino, machacaba mis tímpanos el sonido, metálico y punzante, de una armónica. Una armónica que repite su estribillo hasta que la cuenta queda saldada. Naciste con hambre de justicia.
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