Concluida la celebración, todos los monjes deben ir al refectorio para comer. Algunos de los monjes, durante la comida, tendrán que servir a los hermanos, siguiendo el modelo de Cristo. Nuestro higúmeno exhorta a los monjes a que no empiecen a ingerir alimento antes de que se imparta la bendición y de que hayan comenzado los mayores. Se come en silencio y recogimiento interior mientras se escucha a un monje que lee durante la colación. Además, pide al religioso que no busque ni la ración más apetitosa ni la menos, sino que coma lo que le pongan delante sin buscar saciarse, huyendo asimismo del vino y de la gula.
Finalizada la comida, el monje volverá a su celda para leer un poco y, a continuación, seguir con los trabajos manuales o, si es verano, dormir un rato la siesta hasta que toquen para el canto del lychnicón11. Una vez que este oficio ha terminado, aquel que no pueda pasar con una comida al día, se dirigirá al comedor donde le darán un trozo de pan seco y un poco de agua, salvo en caso de enfermedad, que podrá comer algo más sustancioso.
Termina el día con el rezo del apodeipnon12 en el que se pide perdón al superior y este da la bendición. En ese momento, el monje va a su celda en silencio a recogerse en oración y meditación y a entregarse a la penitencia mientras repasa los salmos del día. Después de la plegaria, lee un poco y retoma el trabajo manual hasta la primera vigilia, en la tercera hora de la noche. Una vez que ha recitado el salmo 118, se retira a descansar, no sin antes hacer un examen de conciencia y confiar todos sus pensamientos, proyectos y pecados al higúmeno, que no solo es el director del monasterio sino también el director espiritual.
Con estas exigencias de vida espiritual Simeón consiguió elevar el nivel moral del Monasterio de San Mamas y atraer hasta allí a cristianos de varios países, entre ellos un obispo italiano. También venían a él personajes de Constantinopla a ser dirigidos espiritualmente por él. Sin embargo, no todos los miembros de la comunidad aceptaron gustosos a su higúmeno. En efecto, según su biógrafo, un grupo de unos treinta monjes, cierto día, durante el rezo de los maitines, se amotinaron contra él intentando echarlo del monasterio. Al ver la calma con que actuó el Nuevo Teólogo, salieron del recinto sagrado y fueron a entrevistarse con el patriarca Sisinio quien, después de oír las denuncias de los amotinados, decidió llamar a Simeón y, tras escucharlo, optó por expulsar a los monjes y condenarlos al exilio, castigo que no se llevó a cabo gracias a la intercesión del propio Simeón. Acto seguido, el santo intentó hacer volver a algunos de estos, lo que consiguió en parte.
Durante esta época, por lo que sabemos gracias a sus obras y a los testimonios de su discípulo Nicetas, nuestro autor trata de seguir en su vida espiritual el camino de la renuncia al mundo y a sí mismo, iniciando luego la búsqueda de la quietud y la dedicación al ministerio de la Palabra. Con este programa de vida personal y con las normas que regulaban su monasterio, entró una corriente de aire fresco en la espiritualidad monástica de la época en Constantinopla. Por eso fue conocido y venerado por varias generaciones y, aunque no todos estuvieran de acuerdo con el contenido de sus reformas, nadie duda que fue un gran reformador, serio, convencido y eficiente.
En el año 1005, a los cincuenta y seis años de edad y casi veinticinco de higúmeno, renunció a su cargo y colocó a su discípulo Arsenio como sucesor. El motivo que aduce es que los muchos años al frente del monasterio le impedían dedicarse como quisiera a la práctica de la virtud y la quietud. Es en esta época cuando tiene una nueva visión en la que todo su cuerpo se convierte en una luz inmaterial, de tal manera que apenas siente que está en él aunque, cuando se fija, ve que sí lo tiene, pero ya como un cuerpo espiritual. En esta experiencia contempla la gloria de Dios y oye una voz que le dice que esta es la gloria que alcanzan los bienaventurados en el cielo y que así serán los cuerpos en la otra vida.
2.4. La disputa con Esteban de Nicomedia
En la renuncia al cargo de higúmeno hay en el fondo una disputa con Esteban de Nicomedia que le llevará a tener que exiliarse durante algunos años de su vida. Esta disputa empezó con el rechazo al culto de su padre espiritual que Simeón comenzó a demostrar a partir de su fallecimiento hacia el año 987. A este culto añadió el Nuevo Teólogo la composición de himnos y de una biografía completa en su honor. El asunto llegó a oídos del Patriarca, quien le permitió seguir con el culto que tributaba.
Pero en el año 1003 esta disputa se convertirá en una gran controversia que cerrará una etapa en la vida de Simeón. El oponente de nuestro personaje fue Esteban de Nicomedia, que había sido el metropolita de esta ciudad y ocupaba, por entonces, el cargo de sincelo13. Todas las fuentes de la época le reconocen un gran don de palabra, y por esa razón fue enviado por Basilio II como embajador ante Bardas Escleros para convencerlo de que depusiera las armas. Así nos lo describe Nicetas: «Un cierto Esteban de Alexina, metropolita de Nicomedia, estaba entonces vivo. En el discurso y el conocimiento era superior a las masas. No solo era influyente con el Patriarca y el Emperador, sino que era capaz de solucionar problemas imprevistos a cualquiera que se los plantease»14.
Sobre el carácter del personaje, sin embargo, tenemos pocas fuentes. Nicetas nos lo presenta como un ser envidioso, dispuesto a destrozar a su adversario, no contento con hundirlo, y nos lo describe con tintes iconoclastas15. En cambio, Cedreno nos lo muestra como hombre virtuoso16. I. Hausherr, por su parte17, conjetura que podría haber tomado parte en la edición del Menologio de Basilio, obra de Simeón Metafrastes, en un compendio de textos hagiográficos ordenados según la celebración litúrgica de cada santo, que parece ser un intento de controlar la denominación de «santo». Por eso opina que en realidad la primera disputa con nuestro autor sería un problema de canonización: la santidad de Simeón Eulabes. No es extraño que, si Esteban tomó parte en los trabajos de esta «enciclopedia», viera con malos ojos la pretensión de Simeón el Nuevo Teólogo de festejar públicamente a su padre espiritual, cuando no lo consideraba digno de formar parte en esta enciclopedia.
Pero, a pesar de esto, resulta extraño que estos dos hombres lucharan entre sí con una obstinación de años. Sería muy pueril aceptar sin ninguna clase de crítica la interpretación de Nicetas, o la teoría de que se trataba solo de negar al higúmeno de San Mamas el derecho de dar culto privado a Simeón Eulabes, puesto que en el año 1000 nadie discutía esta facultad, aunque empezaba ya a haber intentos de centralizar la «canonización» de los santos. El motivo profundo de la disputa hay que buscarlo, más bien, en el modo de concebir la ciencia teológica de uno y de otro, sin que, claro está, las profundas convicciones ascéticas del higúmeno de San Mamas, o incluso su posible carácter fuerte, queden excluidas como un motivo más en la discusión.
Según Simeón solo los que poseen el Espíritu pueden enseñar, y este no se tiene sin tener consciencia del mismo. Es más, según nuestro autor la teología no consiste en repetir lo que otros teólogos venerables han dicho anteriormente para ser admirados por los demás. Eso, para el Nuevo Teólogo, no es más que filosofar ya que, sin la posesión del Espíritu, no se puede hablar de Dios.
Junto a esta disputa teológica se halla, además, un viejo litigio entre el clero regular, los monjes y el secular. Después de la cuestión iconoclasta este último quedó desacreditado y los monjes aprovecharon este descrédito de la jerarquía para monopolizar la dirección y la confesión de los laicos. Simeón va más lejos despojando a la jerarquía, en nombre del Espíritu Santo, nada menos que de su poder de perdonar los pecados en caso de que caigan en la indignidad.
No es extraña, por lo tanto, la reacción del sincelo Esteban, quien, por su parte, atacó a Simeón en dos frentes: uno, el teológico, preguntando a nuestro monje la siguiente cuestión trinitaria: «¿Cómo separas tú al Hijo del Padre? ¿Con una distinción de razón o real?». El Nuevo Teólogo, ante este interrogante, no se limita únicamente a responderle diciendo que no hay ni distinción real ni de razón, sino que, al mismo tiempo, aprovecha la ocasión para volver a enfrentarse a aquellos que pretenden hablar de Dios sin poseer el Espíritu, pues únicamente las personas que tienen el Espíritu pueden hablar de Dios, y lo demás es osadía, en clara referencia a Esteban.
El segundo frente de ataque de Esteban contra Simeón consistía, como es obvio, en