Este cisma duró poco porque en el 867 subió al trono Basilio I, que depuso a Focio y volvió a colocar a Ignacio. El emperador llevó a cabo esta acción porque deseaba contentar al papado y a una gran parte del pueblo constantinopolitano, que estaba a favor de Ignacio. Con esta situación, Ignacio y Basilio mandaron unas cartas al papado en las que reconocían la autoridad pontificia y su deseo de supervisión en los asuntos que afectaban a toda la Iglesia. En el 869 hubo, además, un concilio ecuménico en Constantinopla, reconocido hasta hoy solo por los católicos, que depuso a Focio.
Sin embargo la postura de Basilio hacia Focio fue cambiando poco a poco. Primero lo llamó a la corte y le encargó la educación de sus hijos. Luego, cuando Ignacio murió, lo restituyó en el patriarcado y se celebró otro concilio en Constantinopla, que invalidaba el anterior, en el que se afirmaba que Roma no tenía ninguna autoridad sobre la Iglesia universal. La respuesta del papa Nicolás a este concilio no se hizo esperar; enseguida exigió a Focio la rectificación y, al no obtenerla, lanzó un anatema contra él. Sin embargo en esta ocasión las relaciones entre las Iglesias no quedaron rotas.
A comienzos del siglo X volvemos a encontrar otro conflicto entre las Iglesias romana y constantinopolitana por culpa del cuarto matrimonio que pretendía contraer el emperador León VI quien, después de deponer a Focio de la sede patriarcal, había colocado en su puesto a un tal Nicolás. Dado que el emperador no había tenido herederos varones en sus tres matrimonios anteriores, deseaba casarse con su concubina Zoe, con la que había engendrado a un varón llamado Constantino. El patriarca Nicolás, que no veía con buenos ojos la posibilidad de casarse más de dos veces, le prohibió la entrada en la Iglesia en el 906 y se negó a retirar el castigo que se le había impuesto por culpa de este matrimonio.
Por su parte en el 907 el emperador León depuso al patriarca Nicolás y en su lugar colocó a Eutimio. Sin embargo en el año 912 Nicolás volvió a ser puesto en la silla patriarcal y lo primero que hizo fue deponer de todas las sedes a los partidarios de Eutimio, lo que produjo una serie de luchas intestinas entre partidarios de ambos patriarcas que se agravaron hasta la muerte de Eutimio en el 917. En el año 920 Romano Lecaperno publicó el Tomo de la Unión y tres años más tarde se unieron los legados del Papa y el patriarca Nicolás para anatematizar el cuarto matrimonio de León.
En consonancia con la época de esplendor del Imperio bizantino desde el 925 al 1025, el patriarcado de Constantinopla empezó a ejercer su influencia en Bulgaria, Rusia y el sur de Italia, y se afianzó en su pretensión de ser la cabeza religiosa de su área de influencia. Durante estos años hay un período de paz entre las Iglesias latina y griega que durará hasta que en el 1012, siendo obispo de Roma Benedicto VIII (1012-1024), el papa deja de ser nombrado en los «dípticos» (parte de la liturgia en la que se mostraba la comunión con la Iglesia de Roma), por haber este introducido en el credo de la misa la adición Filioque («y del Hijo») en referencia a la procedencia del Espíritu. En 1024, último año de la vida de Basilio II, hubo un intento de reconciliación. Se decidió negociar con el papado para que se le concediera a Constantinopla un área de influencia religiosa como la que tenía Roma en todo el mundo cristiano, lo que no fue aceptado por el papa Juan XIX.
Entre los años 1025 y 1043 ascendió a la sede patriarcal Alejo el Estudita. Este, como sus sucesores, se mostró obsesionado por atraer a la fe ortodoxa a la Iglesia de Armenia, que era monofisita, y ejercer su influencia religiosa sobre el área bizantina. Lo mismo hizo su sucesor, Miguel Cerulario (1043-1058), quien trató de tener bajo su control a las Iglesias separadas monofisitas y, además, se consideró siempre superior a los otros tres patriarcados tradicionales (Antioquía, Alejandría y Jerusalén), e igual a la sede romana, a la que recriminó las costumbres que diferían de la de Constantinopla. No logró su propósito de atraer hacia sí al patriarca de la Iglesia de Armenia, que usaba pan ácimo para celebrar la Eucaristía y ayunaba los sábados, mientras que los bizantinos consagraban con pan fermentado y no ayunaban los sábados. Como no pudo por la vía del diálogo, recurrió al brazo secular, lo que produjo un rechazo mayor por parte de los armenios. Por otro lado, el papado, que durante el siglo X y hasta el nombramiento de León IX (1048) estuvo dominado por los emperadores germánicos, empezó a resurgir después de un siglo de decadencia.
En el año 1054 se produjo la ruptura entre las dos Iglesias en un momento en el que nadie se lo esperaba, ya que el emperador y el obispo de Roma intentaban ponerse de acuerdo para hacer frente al poder normando en el territorio italiano. Aunque se quiso llegar a un acuerdo entre ambas Iglesias, los colaboradores no fueron los más idóneos: por parte bizantina, el ya mencionado patriarca Miguel Cerulario, que era un buen organizador pero también un hombre ambicioso, orgulloso y despótico; por el lado pontificio, el cardenal Humberto, persona intransigente que no toleraba ningún desprecio de nadie.
Todo comenzó con el intento por parte de Roma de imponer los usos romanos a las Iglesias griegas del sur de Italia y, por parte bizantina, de hacer lo mismo en las Iglesias latinas de Constantinopla, mandándolas cerrar en el año 1053. A esto se añadió la petición de Cerulario a León de Ocrida, jefe de la Iglesia búlgara, de enviar una carta llena de insultos contra las prácticas de la Iglesia latina. En respuesta a la actitud de Cerulario sobre los templos latinos, el cardenal Humberto escribió una carta a Cerulario en la que invalidaba su ordenación, por ser un neófito, le reprendía por haber criticado las costumbres latinas y se despedía informando que iría a Constantinopla en una embajada mandada por el Papa y que esperaba encontrarlo en una actitud de arrepentimiento. La embajada llegó a Constantinopla en abril del 1054. Durante tres meses se sucedieron los insultos y los desplantes por parte de los dos hombres de Iglesia, actos impropios de su condición. Después de que Cerulario se negara a que Humberto celebrara misa, este cardenal, como respuesta, colocó sobre el altar una bula de excomunión contra el patriarca y sus partidarios el 16 de julio de 1054 en la iglesia de Santa Sofía.
2. Vida de Simeón el Nuevo Teólogo
Es en este contexto en el que transcurrió la azarosa vida de Simeón el Nuevo Teólogo desde su nacimiento, en el 949, hasta su muerte en el 1022.
2.1. Infancia y juventud
Simeón nació el año 949 en Paflagonia, región bizantina situada en el norte de Asia Menor, entre Galacia y el mar Negro, en el seno de una rica familia perteneciente a la aristocracia provincial. Su verdadero nombre parece que fue Jorge, porque él mismo se denomina de esta manera cuando nos refiere la visión mística que tuvo en el palacio imperial antes de decidirse por la vocación monástica (cf Catequesis 22). Esto responde a la costumbre de los monjes, tanto orientales como occidentales, de variar sus nombres cuando entran en religión, siguiendo Ap 2,17. Por tanto, el nombre de Simeón lo habría tomado de su padre espiritual Simeón Eulabes al hacerse monje.
Sus padres, Basilio y Teófano, lo enviaron a casa de sus abuelos paternos, que vivían en Constantinopla, para comenzar sus estudios en casa de un gramático que le enseñó taquigrafía y lengua griega ática a través de textos profanos. Cuando terminó estos estudios, su tío paterno, que ocupaba un cargo importante en el palacio durante el reinado de Romano II (959963) y que gozaba de una gran influencia sobre este emperador, le consiguió un puesto importante en la corte, aunque lo rechazó por la fama del emperador de ser un hombre licencioso, ya que a Simeón le horrorizaba tener que estar cerca de él. Al final logró que aceptara el puesto de spatharocubicularius7 y que fuera admitido en el Senado. Tenía entonces catorce años y era el año 963 cuando falleció Romano II, comenzó la regencia de la emperatriz Teófano y su tío desapareció de la vida política.
Al inicio del gobierno de Nicéforo Focas, el Nuevo Teólogo intentó ingresar en el Monasterio de Estudios, donde vivía su director espiritual, Simeón Eulabes, quien desaconsejó al joven su entrada en esa institución y le indicó que viviese en casa de un patricio donde podía seguir sus enseñanzas, que consistían en hacer penitencias, recitar salmos y la jaculatoria «Señor ten piedad» –siguiendo el consejo de san Marco el Ermitaño en su obra La ley espiritual–, en practicar esto antes del descanso nocturno y, además, en no acostarse nunca con algo que le reprochara su conciencia.
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