Octubre de 1866: Carta de Marx a Kugelman, 13/10/1866
Abril de 1868: Carta de Marx a Engels, 30/4/1868
A lo largo de sus múltiples variaciones, el plan de investigación empírica- redacción- exposición lógico dialéctica más ambicioso que Marx tenía en mente apuntaba a escribir originariamente seis libros, según la carta enviada a Lasalle el 22/2/1858 (Marx y Engels 1968: 69-70). Un año antes, en la “Introducción” de los Grundrisse [1857], el plan original se detallaba aún más, aunque por entonces constaba de cinco libros: “Efectuar claramente la división [de nuestros estudios] de manera tal que [se traten]: 1) Las determinaciones abstractas generales que corresponden en mayor o menor medida a todas las formas de sociedad, pero en el sentido antes expuesto. 2) Las categorías que constituyen la articulación interna de la sociedad burguesa y sobre las cuales reposan las clases fundamentales. Capital, trabajo asalariado, propiedad territorial. Sus relaciones recíprocas. Ciudad y campo. Las tres grandes clases sociales. Cambio entre ellas. Circulación. Crédito (privado). 3) Síntesis de la sociedad burguesa bajo la forma del Estado. Considerado en relación consigo mismo. Las clases «improductivas». Impuestos. Deuda nacional. Crédito público. La población. Las colonias. Emigración. 4) Relaciones internacionales de la producción. División internacional del trabajo. Cambio internacional. Exportación e importación. Curso del cambio. 5) El mercado mundial y las crisis” (Marx [1857-1858] 1987a, T. I: 29-30).
Recorriendo cada una de las estaciones de esta abigarrada acumulación y variación de planes, resulta diáfano que todo el proyecto de Marx siempre tuvo el mismo objeto de estudio y apuntó inequívocamente en la misma dirección: hacia el mercado mundial capitalista. Comprendiendo este último como un sistema mundial (es decir, una instancia superior y más abarcadora que el mero intercambio comercial entre diversos Estados-naciones, presuntamente autónomos y recíprocamente autosuficientes). Estudio del mercado mundial que invariablemente iba acompañado, en cada uno de sus planes, de la investigación sobre su crisis.
El recorrido por toda esa gama de planes de investigación debería ser suficiente para despejar varias incógnitas y desenredar no pocos equívocos. El principal de todos, en lo que aquí nos atañe: ese inmenso edificio lógico dialéctico sintetizado en las miles de páginas que estructuran El Capital jamás presupuso como objeto de estudio una escala nacional del capitalismo, como suele repetirse mecánicamente en la vulgata convencional académica (incluyendo dentro de ella no sólo las diatribas e impugnaciones habituales contra Marx, sino también las versiones más cristalizadas del “marxismo” eurocéntrico, apologista encubierto del occidentalismo y la modernidad etnocéntrica).
El orden de investigación empírico y teórico y las primeras formas de redacción de los resultados no siempre coincidieron con el orden final de exposición lógico-dialéctica que adopta la versión que sale de imprenta, primero en 1867 y, luego, entre 1872 y 1873 (segunda edición alemana, corregida en vida de Marx). Tal es así que, en 1877, habiendo publicado ya dos ediciones alemanas y una francesa del libro primero, Marx escribe en su correspondencia: “En realidad, comencé a escribir El Capital, reservadamente, siguiendo el orden inverso en que la obra se presentará al público (comenzando por la tercera parte, la parte histórica), pero con la particularidad de que el tomo I, el último que abordé, fue el primero que quedó listo para la impresión, mientras que los otros dos permanecieron bajo la forma inacabada que originalmente presenta toda investigación” (Carta de Marx a Siegmund Schott, 3/11/1877, en Marx [1862-1863] 1987b, T. I: 7 y Marx y Engels 1968: 219). Es decir que Marx, según su propio testimonio epistolar, redactó El Capital primero en un orden histórico, en segundo lugar de un modo lógico dialéctico. Este último es el que irá a la imprenta, tanto en la primera versión de 1867 como en la edición corregida de 1872-1873.
Por la forma y el estilo de escritura y por el método lógico-expositivo elegido por su autor, la lectura lineal de El Capital (principalmente si se adopta en forma aislada y descontextualizada el libro primero) puede generar el gravísimo equívoco teórico que presupone que Marx nos está hablando allí de “un empresario” individual o, a lo sumo, de un pequeño segmento de “su” clase obrera que trabaja en una sola empresa.
Marx comienza los primeros capítulos del primer libro detallándonos el comportamiento aparentemente “individual” de un empresario, poseedor de dinero, prácticamente como si estuviera retratando al personaje de una obra de teatro. Es más, el traductor del inglés al castellano de la obra de Francis Wheen que explora la historia de la redacción de El Capital, mantiene el nombre de un supuesto “señor Caudales” para la expresión Moneybags de la edición en inglés. Marx se refiere a él con lujo de detalles, sólo le faltó detallarnos su nariz, el color de sus ojos, su vestimenta y el tamaño de su barriga. Un recurso literario que condujo al biógrafo Wheen a comparar el libro primero de El Capital con (a) una novela gótica; (b) un melodrama victoriano; (c) una comedia negra y (d) una tragedia griega (Wheen [2006] 2007: 62-67 y 95). Su inigualable estilo literario y la proliferación de expresiones metafóricas en una obra que pretende cuestionar desde sus raíces al capitalismo como sistema mundial y a toda la economía política que intenta legitimarlo, son desplegadas por Marx en función de su crítica científica. Pero no se puede responsabilizar al autor de El Capital de las desorientaciones que derivan de confundir recursos literarios y expresiones metafóricas con categorías científicas y nuevos conceptos teóricos (Gramsci [1932-1933] 1999-2000, Tomo 4: 322; Silva [1971] 1980: 53, 63, 66); así como tampoco podemos atribuirle los enormes dislates y malos entendidos originados en la confusión de su escala de análisis, propias de lecturas simplistas que congelan aquellos recursos estilísticos creyendo, infructuosamente, que Marx está atacando a un capitalista individual por supuestas “maldades” y “falta de ética” cometidas contra “su” obrero particular o, en el mejor de los casos, a los capitalistas de Inglaterra por la explotación de “su” propia clase obrera inglesa y la de su colonia más cercana, Irlanda.
En este sentido, puede tomarse como ejemplo arquetípico y sintomático de toda la obra, la última página del capítulo cuarto del libro primero, donde Marx nos describe a dos personajes dramáticos, aparentemente singulares (que pasan juntos desde la esfera visible y superficial del mercado y la circulación al ámbito oculto y profundo de la producción y la explotación), tan bien retratados que parecen extraídos de una obra de teatro. Uno es un capitalista hipócrita, codicioso, egoísta y malvado, que cree en la ficción jurídica de un supuesto “Edén de los derechos humanos innatos”. El otro es un obrero humillado, derrotado, resignado y aislado, a quien van a exprimir y, en palabras de Marx, a “curtir el cuero” (Marx [1872-1873] 1988, T. 1, Vol. 1: 214). Pero ese estilo de escritura, que tanto le debe a sus admirados William Shakespeare y Johann W. Goethe, dos de sus dramaturgos más amados, no debe confundirnos. La enorme calidad literaria de la pluma de Marx no puede, bajo ningún pretexto, ocultar, desdibujar o soslayar que nos está hablando de algo bien distinto a la trama y las escenas de la célebre novela de Daniel Defoe, protagonizada por el náufrago burgués inglés Robinson Crusoe, de York, y el indígena “Viernes” del río Orinoco, dos individuos aislados (Marx [1857-1858] 1987a, T. I: 3).
Aunque allí su pluma nos pinte el retrato de personajes cuasi teatrales, presuntamente individuales (¡para otorgarle a su crítica del régimen capitalista una tensión dramática y una carga de impugnación incomparable con cualquier otro científico social de su época o la nuestra!), en El Capital Marx está tratando de construir una teoría crítica del sistema mundial capitalista, su crisis y sus relaciones sociales fundamentales, jamás reductibles ni al duelo entre un par de individuos enemistados entre sí, ni a los conflictos sociales reducidos a una sola empresa ni tampoco a las relaciones internas dentro de un estado-nación aislado, por más poderoso que este sea (para el caso, Inglaterra).
No comprender algo tan básico en el fondo presupone no entender las sutilezas de su manejo y empleo magistral de la lógica dialéctica, la articulación de lo lógico y lo histórico, su descripción de la “ruidosa esfera de la apariencia superficial” y su explicación de las profundidades esenciales que condicionan y determinan las leyes tendenciales del movimiento y el proceso de desarrollo del conjunto de la economía mundial capitalista. Lo cual deriva, no en una mala hermenéutica