Si la extensión e intensificación de los controles fácticos mitiga la crisis de las jerarquías dentro de los universos funcionales, en la vida social, como lo señala muy bien Randall Collins (2009), muchos prestigios de clase han dejado de ser operativos. Incluso si su observación vale sin duda más para los Estados Unidos que para muchas otras sociedades (como en América Latina), lo cierto es que el prestigio estatutario ya no impresiona o solo lo hace en un radio muy estrecho, e informado, de personas. ¿Quién está socialmente intimidado por un gran, o sea, como lo precisaremos en un momento, célebre dentista? ¿O por un exitoso y rico dueño de una mediana empresa?
Las razones que dan cuenta de este proceso son variadas, pero la pérdida del prestigio social, en sus dimensiones más generales, se puede asociar tanto con los anhelos de relaciones sociales más horizontales en todos los ámbitos de la vida social, como con el acceso creciente que se tiene con respecto a la vida privada e incluso íntima de muchas personas, digamos la escena posterior de la vida ajena, aquella que tradicionalmente se sustraía a la mirada de los otros (Goffman, 1973). La segunda dimensión es tan importante como la primera. ¿Qué es en verdad lo nuevo? Ni necesariamente la publicitación de la vida privada de los jerarcas –piénsese en el protocolo de la Corte de Luis XIV (Elias, 1985)– ni, tampoco, los chismes sobre nobles, políticos o famosos en muchas otras épocas. Lo nuevo está en la amplísima difusión y publicitación, sin el control de estos actores, de los aspectos más privados e íntimos, y a veces sórdidos, de su existencia. El prestigio social durante mucho tiempo asociado a la posesión de ciertas virtudes muchas veces se desploma. La intimidación social, la inhibición ante los oropeles y la munificencia del poder y de las jerarquías se debilitan por doquier: se vuelve transparente el hecho de que detrás de las diferencias estatutarias solo hay individuos similares que ocupan posiciones disimiles.
Esta situación interactiva, en mucho exterior al mundo de las jerarquías dentro de una organización, tiene empero consecuencias a nivel de las jerarquías. El prestigio social en el sentido más amplio del término (violencia simbólica, aura, etc.) no sostiene más el ejercicio ordinario de la jerarquía. Aquí también es evidente lo que esto implica a nivel de la autoridad y el consentimiento conciliado.
2. Una nueva modalidad de prescripción normativa
En la teoría social, durante mucho tiempo, un solo y único gran mecanismo de inscripción fue privilegiado a la hora de describir y analizar las maneras en que la dominación y la coacción del consentimiento jerárquico operó a nivel de los individuos: de una u otra manera se trató siempre de analizar la adhesión del dominado a través de distintos procesos de sujeción e inculcación ideológica. Hoy, dada la desestabilización de muchas jerarquías, debemos reconocer la presencia de otra gran modalidad de inscripción subjetiva de la dominación: la responsabilización. La diferencia analítica entre los dos procesos reside sobre todo en las maneras como se conmina a los actores sociales a plegar sus conductas a ciertos mandatos (Martuccelli, 2001 y 2004a).
La primera forma canónica de la inscripción subjetiva de la dominación, la sujeción, subraya ante todo el proceso por el cual se hace adherir (por introyección, por interiorización, por incorporación) de manera más o menos durable un elemento (una práctica, una representación) en el espíritu o en las disposiciones corporales de un actor. La sujeción obliga a los dominados a definirse con las categorías que la dominación impone, un proceso que a veces se inscribe más allá de sus conciencias, sobre sus cuerpos y sus automatismos más reflejos (Foucault, 1976; Althusser, 1995; Butler, 2009). En todos los casos, el proceso se sujeción, incluso de manera implícita, supone la existencia de sólidas jerarquías de conminación entre gobernantes y gobernados.
La sujeción, más allá de la diversidad de las apelaciones, designa pues todas las inculcaciones, imposiciones, simbólicas y corporales, inscritas en los individuos, que les impiden autorizarse ciertas actitudes o que los obliga a percibirse bajo la forma de estigmatizaciones múltiples. Ya sea a través del sistema educativo, de las representaciones sociales, de la identificación psíquica con la Ley, de las normas de género se trata siempre de imponer definiciones. La inculcación está así sistemáticamente apoyada en una serie de contenidos culturales (a veces llamados ideológicos), pero también en un conjunto de factores organizacionales y jerárquicos cuyo objetivo explícito es la producción de los consentimientos (Burawoy, 1979).
Al lado del modelo de sujeción y de sus múltiples variantes, en las últimas décadas se afirmó, a medida que las jerarquías fueron cuestionadas, otro modelo de inscripción subjetiva de la dominación. Este modelo supone que el individuo se sienta, siempre y en todas partes, responsable no solamente de todo lo que hace (noción de responsabilidad) sino igualmente de todo lo que le acaece (noción de responsabilización). En este marco, la imposición y la autoridad jerárquica, puesto que en el fondo siempre se trata de esto, operan de una manera distinta. En la medida en que el individuo está conminado a decidir y elegir por sí mismo, cada individuo es vuelto responsable de las consecuencias de sus libres decisiones.
La responsabilización es así el proceso por el cual se conmina al individuo a asumir una situación (de clase, de trayectoria escolar, de vida conyugal) como el resultado, más o menos directo, de las decisiones que tomó, o no tomó, en el pasado. La situación presente (ya sea una situación de desempleo, fracaso escolar, crisis familiar, etc.) se interpreta a la luz de las decisiones (de acción o de omisión de acción) hechas en el pasado (Beck, 1998). El resultado es una confrontación inédita del individuo con las consecuencias de sus actos en medio de un vacío destructor. Si esto no niega necesariamente ni la permanencia de los destinos sociales ni la disimilitud de las trayectorias o experiencias, obliga a los individuos a asumir las biografías y las trayectorias de clase de una manera altamente personalizada (Beck, 1998; Martuccelli, 2001; Murard, 2003: 213-246). O sea, un mecanismo de este tipo minimiza el peso condicionante de las estructuras y de las posiciones sociales sobre las trayectorias individuales. De la afirmación según la cual las estructuras sociales no determinan las trayectorias de los actores, se cae en el exceso de que éstos son los únicos responsables del destino de sus vidas.
En la base de la expansión de la lógica de la responsabilización se encuentra una concepción de la libertad identificada exclusivamente con la libertad de elegir. Concebido como un elector universal de opciones, el individuo es fuertemente responsabilizado por todo lo que le acaece en su existencia. En este sentido, contrariamente a lo que ciertas posturas conservadores indican, nuestra época no se caracteriza por la ausencia de deberes o responsabilidades; por el contrario, se generaliza un modo de prescripción que, explícitamente dirigido a la reflexividad de los individuos, genera una inflación de consecuencias a nivel de su responsabilización. Frente a la dificultad de las jerarquías a la hora de prescribir conductas se postula que, puesto que cada cual eligió libremente en el pasado, cada cual debe hacerse cargo de las consecuencias de sus actos en el presente.
La responsabilización está así en la raíz de una exigencia generalizada de implicación de los individuos en la vida social y en la base de una filosofía que los obliga a interiorizar, bajo la forma de una falta personal, su situación de exclusión o su fracaso. Esta nueva modalidad de inscripción subjetiva nunca es tan paradójica como a propósito de la prescripción a la autonomía, ya que se trata de conminar a alguien para que se dote a sí mismo de su propia ley. Esta obligación al no imponer un contenido preciso conmina simplemente a que el individuo, en tanto actor, tome decisiones autónomas. Se trata de un nuevo modo de funcionamiento y de imposición de las normas en donde el individuo tiene que dar más pruebas de flexibilidad y apertura que de obediencia y disciplina (Beck, 1998; Roussel, 1989; Kaufmann, 2001; Dubet, 2002; Singly, 2003).
La responsabilización camufla la responsabilidad de las jerarquías. El modelo funciona como un espejo, que engorda y deforma las consecuencias de los actos individuales, pero que se presenta como un modelo puramente consecuencial. No se trata más, en principio, de imponer normas, sino de llegar a una gestión de lo social tomando en cuenta simplemente las consecuencias, deseables