No obstante la carga cientificista, social-darwinista, si se quiere, de las cosas que había dejado dichas Jiménez, Bejarano se encargó de hacerlas ver simplistas. ¿De cuál raza se trata?, dirá Bejarano. De nada servía la generalización. Eran mucho más complejas las cosas.
Curiosamente, las conferencias contaban con la presencia de mujeres, por lo regular de la alta sociedad, de la clase media de entonces. Esta vez Bejarano se dirigió hacia ellas como su principal destinatario: “Madres! Recordad que no hay mejor inmigración que la de vuestros propios hijos!”20. Así, de una, le respondió a Jiménez, dejando sin piso su propuesta inmigratoria. Y fue alrededor de la mujer que empezó su amplia disertación. Les manifestó que se las estaba condenando a la degeneración y que por ello debían tomar parte en el debate, ellas, en cuyos órganos residía la vida21.
Como para Bejarano el problema principal era el de la educación, no se podría avanzar sin la presencia de las mujeres. Aceptar la degeneración de la raza sería injusto con los hombres que tanto habían contribuido e influido a su mejoramiento. La existencia de estos mismos hombres era una prueba fidedigna de que la raza no decrecía. Le reconoció méritos a Rodó, a Gumplowicz, a Cajal, a Blanco Fombona, a Gil Fortoul, a Ugarte, a Novicov, a Simmerman, a Payot, a Ingenieros, a Mendoza Pérez, a Escobar Larrazábal, a Araújo, a Alfonso Castro, a José María Samper, a Felipe Pérez, a Nieto Caballero, Santos, Solano, Olaya Herrera22.
Bejarano, como los intelectuales de su época, admiraba a los grandes hombres y estaba convencido de sus roles en la dirección de los Estados y en la resolución de acuciantes problemas sociales. Los grandes hombres que sabían interpretar anhelos populares y patrióticos. Aquellos que incluso debían su triunfo a la valentía de los humildes como en las batallas de la Gran Guerra recientemente pasada. Leyendo el texto de la conferencia de Bejarano no dejamos de pensar en el libro de Los sertones, de Euclides da Cunha, publicado en 1900, y que describe la guerra de Canudos y las dificultades que tuvo el sofisticado ejército republicano brasileño para vencer a un pueblo hambriento y menudo, pero paradójicamente fuerte23.
Había distinguido a la pasada intervención de Jiménez el uso de la estadística para la comprobación de sus hipótesis. Se estrenaba la estadística en el país, era una herramienta nueva, y Bejarano frente a ello ponía sus dudas. No le daba crédito no por la estadística misma, sino por los métodos utilizados para la recolección de la información. La mala instrucción, la ética y la moral y la costumbre reinante en el país terminaban minando los resultados:
Preguntad en Colombia, no más, cuántas Escuelas hay, y ni los Gobiernos departamentales os sabrán responder. Y si no ignoran el dato, ese número es falso porque al darlo cada Municipio ha tenido el interés de aumentarlo para que su auxilio departamental no se merme o se suprima en una próxima legislatura.24
Así, en vez de apelar a la estadística, Bejarano insistía en la explicación y argumentación desde las condiciones concretas en las que se encontraban los sujetos que le habían servido a Jiménez para comprobar sus tesis de la degeneración de la raza colombiana. La mortalidad infantil, por ejemplo, se debía a las condiciones en que vivían los niños y no a un problema de degeneración. Había que poner en iguales circunstancias a todos los niños del orbe para ver resultados diferentes; fundar instituciones que fomentaran la crianza de los niños; crear escuelas de maternidad, asilos donde las futuras madres descansaran de sus labores y se instruyeran respecto de las funciones que debían cumplir, es decir, las Gotas de Leche, las sala cunas, escuelas al aire libre, escuelas para ciegos y anormales; lugares a donde fueran los niños débiles; organizar conferencias; establecer premios para estimular a las madres; y cuanta institución fuera necesaria25. Aseguraba que estaba en más capacidad que nadie para decir si lo que había en los niños era degeneración o hambre.
De la misma manera zanjó las acusaciones de degeneración en el Ejército. Sostenía que solo bastaba ponerlo en condiciones de abundancia y de higiene, y advertía que decaía por obra de los dirigentes. Llamaba la atención sobre el odio por el militarismo en oposición a un acentuado y acendrado amor por el civismo que iban poco a poco borrando los antiguos atractivos que antes se tenían por la espada y por el quepis. Agregaba que la adoración por los héroes se había tornado más tranquila y serena, que si antes se los estudiaba divinizándolos, ahora se los humanizaba. Lo importante era dar al Ejército la organización metódica y científica que tenía en países como Chile, quitándole el aspecto repulsivo de injusticia e intriga; alejando de él la política; dotándolo de todos los elementos que pudieran hacerlo fuerte, iniciando desde temprano en los ciudadanos la preparación y entrenamiento para la defensa de la patria; vulgarizando la organización militar en las escuelas y fundando instituciones que como la de los Boy Scouts eran verdaderas escuelas de ciudadanos y soldados. Y claro, no olvidaba recordar que no eran las clases mejor instruidas las que concurrían a los cuarteles.
El significante raza era manejado y manipulado por todos los conferenciantes, pero en realidad no parecía tener una connotación negativa. Se lo utilizaba como construcción metafórica: la raza colombiana, como si en verdad existiera cosa parecida. Venía, además, siendo utilizado en positivo por reconocidos autores26. Y, sin embargo, el propósito principal de Bejarano era sin duda desnudar la naturaleza reaccionaria del concepto raza, y en eso fue contundente.
Sostuvo que a medida que la humanidad avanzaba, retrocedía la teoría de las razas. Concepto dañino, según él, porque había producido el odio entre ellas causando la división entre los hombres. De esa manera se había generado el concepto de clases superiores e inferiores o despreciables, y así también las castas aristocráticas o superiores; razas que nacían con el imperio del mando y razas que nacían débiles e inferiores. Bejarano enfatizó que gracias a la influencia del cruzamiento, practicado casi inconscientemente, las razas perdieron sus distinciones especiales.
Los cientificistas sostenían que las enfermedades más comunes de los colombianos de entonces eran muestras palpables de la degeneración racial. Bejarano no coincidía con ellos, afirmaba que eran enfermedades infecciosas y no productos de decadencia celular. Anotaba que el cáncer no había engendrado todavía productos degenerados; que la sífilis y la tuberculosis encontraban su profilaxis en la higiene y en la cultura física.
Ante la demostración cuantitativa que hacía Jiménez del crecimiento de la criminalidad en Colombia como síntoma de degeneración racial, Bejarano echó mano del positivismo jurídico. Citó a E. Ferri: “Cada criminal no es sino la resultante del concurso simultáneo de las condiciones del medio físico y social en que nace, vive y obra”27. Al fatalismo, Bejarano oponía la iniciativa social. Protestaba por los silencios de Jiménez frente a la indiferencia social, a la miseria, al alcoholismo, a la ignorancia, etc. Señaló que no existía en Colombia el pretendido criminal nato, sino el ocasional, y sostenía que era la indiferencia la razón de la criminalidad. Apoyándose en el médico y criminalista francés Alexandre Lacassagne28, manifestó que las sociedades no tenían sino los criminales que merecían, y hacía un gran llamado: “Legisladores, periodistas, médicos, madres de Colombia, jóvenes estudiantes, en vuestras manos está el porvenir moral de la República y la raza!”29.
Los contenidos de la conferencia de Bejarano que compartía El Tiempo le sirvieron al diario republicano para sentar cátedra. Se despachó con todo lo que pensaba al respecto:
No creemos que nuestra raza degenere; no creemos que la estén destruyendo males de todo género y que estén casi cerradas las puertas para la salvación por el propio esfuerzo; pensamos que hemos progresado y mejorado, lenta, pero auténticamente; que nuestras actuales condiciones son intrínsecamente muy superiores a las de casi todas las repúblicas indo-latinas, a pesar de nuestra pobreza y nuestro atraso; nos parece evidente que el país es hoy mejor, en todos sentidos, de lo que lo ha sido en el último medio siglo, y que para ir al futuro que tantas amenazas encierra, debe animarnos una esperanza, una fe fundadas en hechos indiscutibles.30
Siguiendo las directrices de Bejarano,