No se quiere oír hablar entre nosotros de regresión o de degeneración: Esta bien: cambiemos la palabra. Somos una agrupación transitoriamente debilitada por causas diversas. No llamemos, si así lo deseáis, el conjunto de los fenómenos hasta aquí denunciados una decadencia colectiva: llamémosla, entonces, una ligera depresión de nuestras energías y capacidades, que hasta hoy nos ha impedido marchar a la par con los pueblos de cultura intensa.11
Argumentaba Jiménez que la raza colombiana empezaba a ser vencida por las condiciones en que vivía. Sostenía que no era suficiente con educación e higiene. Para él, el mal era más profundo, urgía una transformación completa de la mentalidad e inclusive del organismo. Y para esto era urgente la infusión de sangre fresca y vigorosa en el organismo social, importada de aquellos puntos del planeta donde la especie humana había dado sus mejores productos:
Convenientemente seleccionada, una sana y copiosa inmigración es el primer elemento de nuestra regeneración […]. Somos un organismo herido que pierde savia y vigor en una lucha que ha durado años y siglos; obramos sin vacilar la vena exhausta para transfundirle sangre cálida y rebosante, y la vida, bullirá en nuestro pueblo con vibraciones de fuerza y energía!12
Invitaba a mirar Jiménez el progreso de algunos países del continente americano y se lo explicaba en la inmigración de la raza blanca: Argentina, el sur de Brasil, Uruguay y el ejemplo máximo: Estados Unidos. Solamente miraba hacia esa raza, el oriente asiático era descartado de plano: “La inmigración de sangre blanca, bien escogida y reglamentada como debe hacerse, es para los países en desarrollo, un elemento incomparable de población, de progreso, de producción y de estabilidad política y social”13. Su patético racismo quedó verticalmente plasmado de la siguiente manera:
Una corriente de inmigración europea suficientemente numerosa iría ahogando poco a poco la sangre aborigen y la sangre negra, que son, en opinión de los sociólogos que nos han estudiado, un elemento permanente de atraso y de regresión en nuestro Continente.14
Reportaba la prensa el éxito de la conferencia y hablaba del entusiasmo y de las ovaciones y felicitaciones que recibió el conferencista. Todo daba para pensar que expositor y público habían encajado a la perfección. Que “el país degeneraba todos los días” quedó sonando. Y no mejoraron las cosas con la segunda conferencia, “La Capacidad psicológica de nuestra Raza”, a cargo del penalista Rafael Escallón, que atinó en su diagnóstico de la instrucción pública en el país, la organización rentística de los departamentos basada en el alcoholismo, hasta desembocar en los síntomas de la lastimosa degeneración del pueblo colombiano. Y mucho más complicadas se vieron las cosas con la exposición de Calixto Torres Umaña, quien fue el más profundo en sus apreciaciones sobre los graves problemas de nutrición que tenía la raza colombiana.
Posicionada la temática racista, cientificista y pesimista, hubo respuestas desde el campo médico, pero también desde la misma prensa. El Tiempo no solo impulsaba las conferencias en busca de un buen diagnóstico, sino también con la estrategia de ir ubicando sus posturas ideológicas. Por ello, del seno mismo del periódico salió la contraparte. Enrique Santos, ‘Calibán’, salió al ruedo: “No degeneramos”, se llamó su columna Danza de las Horas. Empezó por manifestar su extrañeza por la aprobación entusiasta de la gente a las tesis de Jiménez. Llamó al fenómeno “seducción morbosa”, y se despachó con su propia hipótesis: “No solo no hemos degenerado, sino que en relación con toda nuestra existencia histórica anterior, hemos mejorado, ligeramente en algunos casos, y de manera muy notable en otros”15.
A la estadística, al método científico y a las innumerables muletas teóricas de los conferencistas, Calibán oponía el sentido común, la observación y la experiencia, curiosamente componentes también del método científico. Para él, primero habría que averiguar si antaño eran superiores los colombianos a lo que eran en 1920. No creía que los nuevos colombianos fueran biológicamente inferiores, más enfermizos o más débiles que aquellos. Sostenía que los progresos de la higiene y de la medicina protegían a la raza contemporánea, mejor que otrora, contra las inclemencias de la naturaleza y contra las enfermedades. Las epidemias, anotaba, no tenían la virulencia de antaño. Reconocía que el tifo, la anemia tropical y el paludismo, habían estado presentes y, sin embargo, en los tiempos que corrían se vivía en mejores condiciones. Decía conocer ejemplares de raza indígena muy fuertes como castillos, y mujeres que eran como ánforas de la raza. Le parecía exagerado que se hablara de degeneración colectiva en un país de razas distintas en regiones distintas.
Sin ambages, anotaba que el colombiano de 1920 era, en todo, superior a los venerables y respetados antecesores. Calibán desmitificó una supuesta edad de oro de la República de Colombia en que no había sino héroes, sabios, grandes estadistas, filósofos, literatos, superhombres, junto a los cuales la pequeñez de los hombres nuevos resultaba vergonzosa. Y desarrolló una postura que años después sería recogida por Alberto Lleras Camargo:
Somos unas pobres víctimas del romanticismo, del espíritu belicoso, de la falta de seriedad y la inconstancia de aquellos viejos servidores de la República. La mayor parte de las dificultades en que hoy nos vemos envueltos, las debemos a su imprevisión; casi todas nuestras desventuras hijas son de la política selvática, y feroz que ellos practicaron y de la cual apenas principiamos a desembarazarnos. Vinimos a la vida con una abrumadora carga de odios y de prejuicios; con la consigna de arrojarnos los unos contra los otros; alcanzamos a oír los disparos de la última contienda, provocada por nuestros heroicos antepasados.16
Enfatizaba en que lo único que se les debía a los hombres de la edad de oro era el horror que inspiraban sus hazañas y la resolución inquebrantable de encauzar a la república por sendas distintas de las dolorosas y sangrientas que ellos le hicieron trajinar. Celebraba Calibán que la edad heroica se hubiera ido, porque eso había permitido orientar las energías hacia otros fines. Destacaba que en vez de cubrir el suelo patrio con sangre, lo cubrían de café, de algodón, de trigo; y antes que a limpiar fusiles, preferían dedicarse a engordar ganado. Aunque hacía algunas excepciones, no era un admirador de las letras de la supuesta edad de oro. Tenía certeza al afirmar:
Dígase lo que se quiera, no creo yo que en época alguna floreciera en este país una juventud más inteligente, más llena de curiosidad intelectual, con mayor anhelo de saber, ni se ha escrito nunca aquí mejor de como hoy se escribe; ni el periodismo, en ningún sentido, fue igual al de estos tiempos; ni los románticos versificadores de hace medio siglo pueden compararse con Guillermo Valencia o José Eustasio Rivera.17
Donde los conferencistas pusieron sus grados de pesimismo, Calibán insuflaba optimismo. Sostenía que el pueblo colombiano constituía en América Latina una de las agrupaciones dotadas de mejores cualidades para la vida colectiva; que poseía admirables virtudes privadas y excelentes condiciones ciudadanas que hacían de Colombia uno de los países más libres del continente.
El 4 de junio debutó en el Teatro Municipal Jorge Bejarano. “La raza no decae” fue el tema de su conferencia. Es muy posible que haya sido la mejor oportunidad que había tenido para trascender al futuro. Lo cierto es que a partir de allí su carrera se disparó. Tuvo el mismo éxito o más, de pronto, que la de Miguel Jiménez, porque se entendía que era la continuación del diálogo sobre la temática de la degeneración de la raza. Era tan hombre de ciencia el uno como el otro, solo que a su favor tenía Bejarano su talento de político, y como tal intervino. No es que Jiménez no fuera un político, pues se desempeñaba como congresista conservador, lo que ocurría era que Bejarano estaba a favor de una propuesta política sanitaria más acorde con los tiempos por venir que las reaccionarias tesis de la degeneración racial.
Jorge Bejarano
Fuente: El Gráfico, 24 de agosto de 1919, 299.
Jiménez, de Paipa, Boyacá, tenía 45 años; Bejarano, de Buga, Valle, con sus 32 años, era el alfil que estaba necesitando