Pero, ¿qué significan esas llagas dolorosas en las manos y en los pies de personajes que en algunos casos, con su espiritualidad, han cambiado la historia del mundo y del cristianismo? Se ha analizado muy poco el papel que estos santos y beatos han desempeñado en la Iglesia, no se ha reflexionado suficientemente en la misión particular que está ligada a los estigmas. Transcribimos a continuación algunos textos que aportan distintos puntos de vista a la hora de considerar la trascendencia de los estigmas en general, y de los del Padre Pío en particular, intentando responder al interrogante: ¿por qué y para qué da el Señor esta «gracia» a ciertas personas?
«La respuesta está precisamente en su misión. Es un servicio que la Iglesia necesita en un momento particular de su historia. Es como un signo profético, un llamamiento, un dato sorprendente capaz de recordar a los hombres las cosas esenciales, es decir, la conformación con Cristo y la salvación de Cristo, que con sus llagas nos ha rescatado.
En cierto sentido, todos nosotros llevamos los estigmas, pues con el bautismo estamos sumergidos en la vida de Cristo, que nos permite participar en el misterio pascual de su muerte y resurrección. En su pequeñez, cada uno de nosotros lleva los estigmas. Si los llevamos con espíritu de fe, esperanza, valentía y fortaleza, estas llagas pueden servir para curar a los demás.
En definitiva, los estigmas representan la aceptación consciente de la Cruz vivida espiritualmente».[23]
«El Padre Pío llevaba la convicción íntima de que Dios se las dio, en primer lugar, para recordar ante los hombres la verdad de Cristo crucificado y resucitado, y para que él fuera, en su persona y en toda su existencia, testimonio indicativo de los misterios de la muerte y resurrección de Cristo. Las llagas son también, en la convicción del Padre Pío, signos externos de su crucifixión interior».[24]
María Winowska describe así este aspecto pragmático o acreditativo de las llagas del Padre Pío: «Dios sabe muy bien que nosotros, los mortales, estamos siempre ávidos y golosos de testimonios externos y de signos visibles para creer. Al Padre Pío, destinado a ser pescador de hombres, le va a ser muy necesario el reclamo, la propaganda [...]. Los carismas nos sirven a nosotros como reclamo para creer, para hacernos caminar. Si los hombres, si muchedumbres inmensas se han llegado hasta este lugar olvidado, tiene que haber una causa que convoque a este lugar... y esta causa, este reclamo, son las llagas de manos, pies y costado del Padre Pío».[25]
«Quien acudía a San Giovanni Rotondo para participar en su Misa, para pedirle consejo o confesarse, descubría en él una imagen viva de Cristo doliente y resucitado. En el rostro del Padre Pío resplandecía la luz de la resurrección. Su cuerpo, marcado por los estigmas, mostraba la íntima conexión entre la muerte y la resurrección que caracteriza el misterio pascual. Para el beato de Pietrelcina la participación en la Pasión tuvo notas de especial intensidad: los dones singulares que le fueron concedidos, y los consiguientes sufrimientos interiores y místicos le permitieron vivir una experiencia plena y constante de los padecimientos del Señor, convencido firmemente de que “el Calvario es el monte de los santos”».[26]
«La divina Providencia ha querido que el Padre Pío sea proclamado beato en vísperas del gran jubileo del año 2000, al concluir un siglo dramático. ¿Cuál es el mensaje que, con este acontecimiento de gran importancia espiritual, el Señor quiere ofrecer a los creyentes y a toda la humanidad? El testimonio del Padre Pío, legible en su vida y en su misma persona física, nos induce a creer que este mensaje coincide con el contenido esencial del jubileo ya cercano: Jesucristo es el único Salvador del mundo. En Él, en la plenitud de los tiempos, la misericordia de Dios se hizo carne para salvar a la humanidad, herida mortalmente por el pecado. “Con sus heridas habéis sido curados” (1Pe 2,24), repite a todos el beato Padre Pío, con las palabras del apóstol san Pedro, precisamente porque tenía esas heridas impresas en su cuerpo».[27]
«Nunca debemos olvidar que san Pablo nos enseña cómo supera él con alegría sus tribulaciones: “Suplo en mi carne lo que le falta a la pasión de Cristo”. ¿Es que no fue completa?: superabundante. Pero en la cabeza, y ahora es a nosotros, los miembros del Cuerpo, a quienes nos corresponde ayudarle a corredimir las almas del pecado con nuestros propios padecimientos por su amor y el de los hombres, que nos vendrán dados o que con generosidad habremos de proporcionarnos nosotros de acuerdo con nuestra diligencia amorosa.
Los dolores del Padre Pío no son sólo fisiológicos e incómodos. Sus llagas no estaban allí de adorno. Su sufrimiento misterioso es una participación del de Cristo agonizante. Es un miembro eminente de la Iglesia que compadece con el Redentor y que con Él redime. Su eficacia en el Cuerpo Místico de Jesús es enorme. Visiblemente contemplamos el día de su canonización la extensión, si no la intensidad de su dimensión. Ejemplar lección para este mundo nuestro de eficacia y de ejecución, que sólo cuenta lo que aparece y lo que se ve y lo que se cuenta. El Padre Pío de Pietrelcina, “el pobre fraile que reza”, completa en su cuerpo lo que le falta a la Pasión de Cristo».[28]
«El hombre moderno, observando los estigmas del Padre Pío, viendo aquellas manos y aquellos pies perforados, experimenta un sentido de horror. Pero esas heridas hay que verlas en su significado místico. Se llaman el “misterio del sufrimiento”, que es un elemento esencial de la vida cristiana. Jesús, el hijo de Dios, para cumplir la redención del mundo eligió el sufrimiento físico. Habría podido venir entre los hombres como un triunfador, un conquistador y derrotar a las fuerzas del mal con su potencia sobrenatural. En cambio eligió la vida humilde, escondida, anónima, la condición humana y, al final, la muerte en la Cruz, la humillación, el suplicio reservado a los malhechores».[29]
«Pero, ¿por qué recibió el Padre Pío los estigmas visibles, algo que hizo de él una señal pública y que desencadenó un amplio movimiento de conversión? Hay toda una historia que nos queda por contar. Porque esa oferta propiciatoria de la víctima fue la semilla plantada en el momento inicial del más colosal cataclismo espiritual de la historia cristiana. Tendrá que ver con la I Guerra mundial, la gran catástrofe a partir de la que se desencadenó todo (las ideologías del mal, los totalitarismos con sus genocidios, la II Guerra mundial, esas persecuciones contra la Iglesia nunca vistas en la historia). Y tendrá que ver con la gravísima crisis de la Iglesia, la apostasía de nuestro tiempo, el apocalíptico derrumbe del sacerdocio [...].
El haber podido ver y tocar hoy –al cabo de 2.000 años– esas llagas que vuelven a sanarnos en la carne de un hombre de Dios, en la carne visible de la Iglesia, es la señal más clamorosa de que la cabeza, Jesús, quien nos sanó a través de esas llagas, sigue vivo y activo hoy. He aquí su respuesta divina frente a la incredulidad de nuestros días: meted vuestros dedos en mis heridas [...]. Esas llagas, en efecto, vienen representadas en el Evangelio como la prueba suprema de la resurrección y de la divinidad de Jesús. Por eso exclama san Bernardo: “¡Afortunadas esas heridas, que nos confirman la fe en la resurrección y en la divinidad de Jesús!”».[30]
Resumiendo y concluyendo las reflexiones de este capítulo, todos los testimonios parecen apuntar claramente a que la figura extraordinaria del Padre Pío es la respuesta divina a unos tiempos difíciles, oscuros, pudiendo decirse que la concentración de virtudes y dones sobrenaturales en su persona es un hecho con el que la divina Providencia quiere hacer una llamada a la conversión en una época marcada por el laicismo y el materialismo, promoviendo esos dones maravillosos con el fin de contrarrestar el poder omnipresente y retador de las sombras que hoy acechan a la humanidad. «La misión del Padre Pío fue el sufrimiento por el pecado de los hombres. Quizá si el pecado del mundo no se manifestara en todas direcciones, grave, pesado, opresor, con malicia satánica, su caso habría sido otro, y quizá Dios le hubiera otorgado sus dones místicos sin obligarle a estar medio siglo en la Cruz. Pero no ha sido así: ha sido un signo de Dios».[31]
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