a pesar de haber más de una milla desde la ciudad a la cumbre del cerro y de ser en extremo pendiente la subida de la cuesta, era innumerable la concurrencia a la misa solemne que se celebraba a las nueve de la mañana […]. Tanto en la planicie de la cumbre del cerro como en la parroquia de su pie, numerosas mesas de juego, rodeadas del jornalero, del menestral, del marinero y de muchos caballeros de zapato, servían de sumidero al sudor del pobre y al oro del rico, regocijando al estafador que los recogía en boliches, pasadieces, bisbises, roletines y otras invenciones de la infame ciencia del garito […]. Para la gente pobre, libres y esclavos, pardos, negros, labradores, carboneros, carreteros, pescadores, etc., de pie descalzo, no había salón de baile […]. Ellos, prefiriendo la libertad natural de su clase, bailaban a cielo descubierto al son del atronador tambor africano que se toca, esto es, que se golpea, con las manos sobre el parche, y hombres y mujeres en gran rueda, pareados, pero sin darse las manos, dando vueltas alrededor de los tamborileros; las mujeres enflorada la cabeza con profusión, lustroso el pelo a fuerza de sebo, y empapadas en agua de azahar, acompañaban a su galán, en la rueda, balanceándose en cadencia, muy erguidas, mientras el hombre, ya haciendo piruetas, ya dando brincos, ya luciendo su destreza en la cabriola, todo al compás, procuraba caer en gracia a la melindrosa negrita o zambita, su pareja. Como una docena de mujeres agrupadas junto a los tamborileros los acompañaban en sus redobles, cantando y tocando palmadas, capaces de hinchar en diez minutos las manos de cualesquiera otras que no fueran ellas. Músicos, quiere decir, manoteadores del tambor, cantarinas, danzantes y bailarinas, cuando se cansaban, eran relevados, sin etiqueta, por otros y por otras […]. Era lujo y galantería en el bailarín dar a su pareja dos o tres velas de sebo, y un pañuelo rabo de gallo o de muselina de guardilla para cogerlas, las que encendidas todas llevaba la ninfa en la mano, muy ufana […]. Los indios también tomaban parte en la fiesta, bailando al son de sus gaitas, especie de flauta a manera de zampoña. En la gaita de los indios a diferencia del currulao de los negros, los hombres y las mujeres de dos en dos se daban las manos en rueda, teniendo a los gaiteros en el centro […]. Estos bailes se conservan todavía aunque con algunas variaciones. El currulao de los negros, que ahora llaman mapalé, fraterniza con la gaita de los indios, las dos castas, menos antagonistas ya, se reúnen frecuentemente para bailar confundidos, acompañando los gaiteros a los tamborileros […]. Llegaba por fin el gran día […]. Coches, faetones, berlinas, quitrines y hasta las carretas se ponían en movimiento desde las cinco de la mañana, llevando gente de todas las categorías y de todos los colores, de la ciudad al pie de la Popa41.
En el siguiente capítulo se abordarán, precisamente, la amplia participación social, la ocurrencia del mestizaje durante las prácticas festivas de los distintos grupos raciales y sociales, la confluencia de las fiestas religiosas, civiles y populares en Cartagena de Indias, así como su circulación y aporte a la configuración de una región cultural en el hoy llamado Caribe colombiano.
4 Archivo General de la Nación (AGN), sección Colonia, fondo Milicias y Marina, t. 128, d. 128, 1784, f. 519.
5 La fiesta de Nuestra Señora de la Candelaria o de Nuestra Señora de la Popa es una celebración religiosa católica, surgida en la península ibérica durante el siglo XV, que rememora la presentación de Jesús en el templo y la purificación de la Virgen María después del parto. Esta advocación mariana es especialmente popular en las islas Canarias, de donde es originaria; sin embargo, goza de especial importancia en países como Perú, Chile, Cuba, El Salvador, Colombia y México, donde experimentó diferentes tipos de sincretismo cultural.
6 La clasificación de “libres de todos los colores” hace referencia a una categoría impuesta durante el siglo XVIII a los sectores populares, principalmente compuestos por individuos de origen racial mixto, en el momento en el que la sociedad colonial hispanoamericana alcanzó el punto de mayor complejidad. El término de libre no solo denotaba una condición jurídica particular que facilitaba el control de estas poblaciones, sino que también es diciente del grado de conciencia colectiva que alcanzaron ciertos grupos a finales del siglo XVIII, especialmente a la hora de ganar espacios en una sociedad cada vez más móvil. Algunas investigaciones acerca de los “libres de todos los colores” en el contexto específico del Virreinato del Nuevo Reino de Granada son las siguientes: Anrup Roland y María Chaves, “La ‘plebe’ en una sociedad de ‘todos los colores’. La construcción de un imaginario social y político en la colonia tardía en Cartagena y Guayaquil”. Caravelle, n.o 84 (2005): 93-126; Katherine Bonil, Gobierno y calidad en el orden colonial: Las categorías del mestizaje en la provincia de Mariquita en la segunda mitad del siglo XVIII (Bogotá: Universidad de los Andes, 2011), y Margarita Garrido, “Libres de todos los colores en Nueva Granada: Identidad y obediencia antes de la independencia”, en Cultura política en los Andes (1750-1950), editado por Cristóbal Aljovín y Nils Jacobsen (Lima: Institut Francais D’études Andines, Embajada de Francia en el Perú y Fondo Editorial Universidad Nacional Mayor de San Marcos, 2007), 245-266.
7 La ciudad de Cartagena de Indias, ubicada en la costa norte del Virreinato del Nuevo Reino de Granada, fue una de las plazas más importantes del imperio español en América. Durante el periodo colonial la ciudad se especializó, entre otras cosas, en la importación de mano de obra esclava y en las operaciones logísticas para el transporte de metales preciosos, correspondencia, pasajeros y mercancías. Estos aspectos son tratados con mayor detalle en David Wheat, “The First Great Waves: African Provenance Zones for the Transatlantic Slave Trade to Cartagena de Indias, 1570-1640”. The Journal of African History 52, n.o 1 (2011): 1-22; Nelson González, “‘Allí donde no hubiere Correos Mayores’: La circulación de correspondencia en el Nuevo Reino de Granada (1680-1764)”, en Comunicación, objetos y mercancías en el Nuevo Reino de Granada: Estudios de producción y circulación, editado por Nelson González, Ricardo Uribe y Diana Bonnett (Bogotá: Universidad de los Andes, 2017), 13-59, y Anthony McFarlane, “Comerciantes y monopolio en la Nueva Granada: El consulado de Cartagena de Indias”. Anuario colombiano de historia social y de la cultura, n.o 11 (1983): 43-69.
8 Frances Ramos, “Saint, Shrines and Festival Days in Colonial Spanish America”, en The Cambridge History of Religions in Latin America, editado por Virginia Garrard, Paul Freston y Stephen C. Dove (Nueva York: Cambridge University Press, 2016), volúmenes II y III.
9 AGN, sección Colonia, fondo Policía, t. 4, d. 4, 1808, ff. 28-29. Una cita curiosa en este documento relata la observación del libre José Medrano sobre los asistentes: “vio por una rendija de las tablas que entre los jugadores estaban los presbíteros don Cayetano Lozano, don Miguel Carvajal y don Bernardo Rodríguez y que también sabe por haberlo oído decir que el que llevaba la banca era el subteniente del Regimiento Fijo don José Fierro”.
10 Charles Chasteen, “Patriotic Footwork: Social Dance and the Watershed of Independence in Buenos Aires”, en State and Society in Spanish America During the Age of Revolution, editado por Víctor Uribe-Urán (Wilmington: Scholarly Resources Books, 2001).