En medio de la inesperada crisis sanitaria ocasionada por la covid-19, la publicación del libro se retrasó por las restricciones de desplazamiento y la difícil y lenta adaptación a la virtualidad. Sin embargo, esto fue posible gracias a la ayuda de un gran número de personas e instituciones. Agradezco a Ana Roda, directora de la Biblioteca Luis Ángel Arango en Bogotá, quien me facilitó el acceso a importante material de la colección y me concedió los permisos necesarios para usar parte de este. De la misma forma, estoy en deuda con Greta Friedemann-Sánchez, quien autorizó el uso algunas de las fotos del importante archivo audiovisual de su madre, Nina S. de Friedemann.
En el Archivo General de la Nación, María Elvira Zea facilitó el acceso a importantes documentos en un momento cuando las medidas de prevención impedían que los consultara en sala. Con una amabilidad casi injustificada, la doctora María Cristina Navarrete interrumpió sus vacaciones para proporcionarme los mapas de los palenques en la provincia de Cartagena de los siglos XVI y XVII, cruciales para desarrollar algunos de los argumentos presentados en el libro. Asimismo, el doctor Shawn van Ausdal, profesor de la Universidad de los Andes, me permitió reproducir uno de los mapas del Estado Soberano de Bolívar, de su disertación doctoral, y me concedió el permiso para usarlo en el libro.
El proyecto también recibió el apoyo de las editoriales de la Universidad del Rosario, la Pontificia Universidad Javeriana, la Universidad del Norte y la Universidad de los Andes, que emprendieron un esfuerzo conjunto para editar el manuscrito y transformarlo en un libro. Finalmente, quiero agradecerle a Ingrith Torres Torres, jefe editorial de la Universidad del Rosario, quien siempre estuvo dispuesta a resolver las dudas que tuve durante el proceso de edición del libro y por su disposición a concederme el espacio para hacer modificaciones de última hora.
Al finalizar estas palabras, vienen a mi mente todos los fines de semana que pasé con Alberto en su apartamento del Bosque Izquierdo, compartiendo comidas, amables conversaciones y nuestros puntos de vista acerca de la historia, la región y la cultura. En abril de 2019, cuando estábamos cada vez más cerca de finalizar el manuscrito, Alberto solía decirme con mucha sensatez y algo de contundencia, “¡continuemos, que cuando acabe el libro, comienza nuestra amistad!”. A pesar de su inesperada partida, estas palabras se quedaron conmigo, y con algo de nostalgia solo puedo imaginar cómo habría sido ese futuro y en lo mucho que a Alberto le hubiera gustado tener el libro que el lector tiene ahora en sus manos.
Juan Sebastián Macías
Carnaval y fiesta republicana en el Caribe colombiano indaga por la incorporación de las prácticas festivas de un carnaval colonial a orillas del Caribe a la conmemoración republicana de la independencia absoluta de Cartagena de Indias de la Corona española en hechos ocurridos el 11 de noviembre de 1811.
Un año más tarde de esta independencia, el 11 de noviembre de 1812, durante la primera celebración de aquel suceso histórico, que ocupa un lugar destacado en la línea de tiempo del largo proceso revolucionario de la Nueva Granada y de la formación de las naciones latinoamericanas, se sumaron expresiones festivas heredadas de la colonia a los actos organizados por las autoridades civiles y la Iglesia católica. Se trataba de músicas, danzas, vestuario, máscaras y desfiles que hacían parte de festividades religiosas, de celebraciones de la administración pública y de fiestas populares, como los fandangos y un carnaval criollo y mestizo, en la ciudad portuaria durante la colonia. Todas estas prácticas culturales, por lo demás, tenían antecedentes en diferentes regiones geográficas del mundo1.
Con la costumbre, esas celebraciones se conocieron como Fiesta del Once de Noviembre o, también, fiestas novembrinas, y han estado presentes en la historia social de Cartagena de distintas maneras durante los siglos XIX, XX y XXI. Con el objeto de superar su debilitamiento a finales del siglo XX, por razones que se explicarán adelante, entre ellas la imposición de un certamen nacional de belleza por parte de un sector de la élite local, y de recuperar su sentido histórico y cultural, fueron renombradas como la Fiesta de Independencia a partir de 2003.
Para la comprensión de cómo una fiesta, importada de Europa y transformada en Cartagena de Indias por el mestizaje cultural ocurrido durante la colonización española, como es el caso del carnaval, toma cuerpo siglos más tarde en una fiesta popular republicana ha sido necesario estudiar esa expresión e identificar los cambios que experimentó con la configuración de un sistema urbano regional al norte de la actual Colombia, de la mano de procesos de poblamiento y del vaivén de movimientos sociales, económicos y políticos, que la hicieron trascender más allá de una simple localidad y le otorgaron una importancia singular frente a las instancias de poder. Del mismo modo, a sabiendas de que la república no hizo tabula rasa con el pasado colonial, ha sido fundamental estudiar cómo los carnavales terminaron articulándose de manera funcional a los elementos conceptuales y fundacionales de la nación, en tanto espacios de materialización temporal de los imaginarios de libertad e igualdad.
En efecto, para el propósito de esta investigación fue necesario estudiar tanto los orígenes del carnaval surgido en Cartagena de Indias durante la colonia, como su circulación por el territorio que conformaba la antigua provincia de Cartagena. Durante el periodo colonial, desde Cartagena, una fuerza centrífuga, movida por los movimientos poblacionales y la actividad económica, dio origen, con el nacimiento de los palenques de cimarrones, las rochelas, los sitios de libres y las fundaciones por parte de la administración española, a la aparición de carnavales a lo largo y ancho de la provincia. Estos fueron apropiándose de las particularidades de los contextos locales (flora, fauna, economía, política, mitos y ritos), los cuales los nutrieron y los transformaron, aumentando su riqueza y diversidad en cada lugar donde se realizaban. Más adelante, durante el periodo republicano, en las últimas décadas del siglo XIX, esas riqueza y diversidad fueron tributarias, a la manera de fuerzas centrípetas, del Carnaval de Barranquilla, ciudad que crecía con la dinámica de la economía exportadora nacional y las migraciones poblacionales que esta atrajo. Así, el Carnaval no solo fue una fuerza motriz que en su circulación fue configurando una región cultural, sino que se incorporó a la república con sus prácticas festivas resignificadas en la república, al romperse el pacto colonial.
Es preciso recordar que el carnaval es una expresión mundial de las artes y la cultura, es polisémico y plural. Se trata de una enorme diversidad de eventos festivos, muchos con similitudes entre sí, como aquellos que se realizan en la gran área del Caribe, o mejor conocida como el Gran Caribe, en la que se pueden dibujar redes culturales entre unos y otros, y que son resultado de la interculturalidad que ocurre con las transformaciones ambientales, sociales, económicas y políticas; sin embargo, también presentan diferencias en lo simbólico y en el conjunto de significados que los constituyen.
Una mayor comprensión de las fiestas de la independencia de Cartagena de Indias no es posible entonces sin una referencia histórica de largo plazo, la cual obliga a remontarse a los primeros tiempos de la ciudad, cuando se implantaba en su territorio un nuevo rizoma cultural2 a partir de la interacción de múltiples raíces étnicas americanas, europeas y africanas, que hizo florecer manifestaciones, expresiones y costumbres, presentes en fiestas civiles, religiosas y populares.
Como la de la cultura misma, no es posible reconstruir la trayectoria de las fiestas populares de manera lineal. Como los rizomas, se caracteriza por continuidades y discontinuidades, similitudes y diferencias, implantaciones y trasplantes. Como en la botánica, injertos, esquejes, acodos y migraciones permiten su reproducción con el surgimiento de nuevos brotes. De ahí que en este libro no seguiremos una cronología estricta, se privilegian en cambio las continuidades y discontinuidades de los grandes procesos dentro de la relación festiva entre la población y las autoridades.
En las trayectorias festivas no existe una regla universal que las rija, como es el caso de los carnavales que se trasladan con las costumbres humanas de un territorio a otro, que son nómadas, irrumpen y se dispersan haciendo difícil seguir su ruta migratoria, que bien puede darse entre continentes, o que se trasladan de una fecha en el