[…] no ser árbitro para adquirir un real, esto es, sin faltar en nada a su amo, en la habilidad de peluquero en lo que le impide se ejercite con lucro alguno, no dándole hueco para salir de casa jamás si no es a diligencia de su servicio, de cuyo beneficio gozan todos los esclavos. Estando por ello, y por no darle el sustento necesario, próximo el suplicante a cometer cualquier yerro, para reparo de sus hambres. Lo que sucede es que va donde el pulpero a pedirle fiado ya el real, ya los dos reales, cargándose por ello de deudas, de que inferir se debe que llegará a contraer alguna crecida, y que no teniendo de donde pagar por no poder adquirirlo con su habilidad, se verá precisado a buscarlo prestado, y tal vez, si no lo encuentra, a hurtarlo, que todo cabe en la fragilidad de los hombres, y más en aquellos que por ser desdichados, no encuentran otros medios de que valerse […]19. (Énfasis añadido)
Como se puede colegir, el dominio de un oficio servía a los intereses del propietario al poder aumentar los valores de sus esclavos en posibles transacciones comerciales, y para los intereses de los esclavos, pues les permitía cierta ascendencia sobre otros esclavos, potencialmente recibir un mejor trato de sus amos y tener algunas prerrogativas, como ciertos márgenes de autonomía (vivir por fuera de la casa del amo, lograr permanecer al lado de su pareja e hijos) y alcanzar algunas ganancias que les permitieran automanumitirse20.
Retomando las festividades, los interrogatorios realizados a Juan de la Cruz Pérez y otros pardos que habían participado de los juegos revelan el interés de las autoridades por controlar las prácticas vitales de los habitantes; esto es, las horas en las cuales podían estar deambulando por la ciudad o fuera de ella, las fechas en las cuales podían permitirse ciertas diversiones y el tipo de uniones que estos podían mantener21. Tanto la celebración de la fiesta de Nuestra Señora de la Candelaria o fiesta de Nuestra Señora de la Popa, como la celebración de carnavales que tenían lugar, además de en Cartagena, en muchas de las poblaciones de las llanuras del Caribe neogranadino, son ejemplos de cómo a pesar de las prohibiciones los subalternos tuvieron la capacidad de negociar algunos privilegios, como podría sugerir la posición ambivalente de José María del Real frente a las peticiones de los libres de Cartagena. La reiteración de las disposiciones a lo largo del tiempo con las cuales se intentaron controlar las fiestas y los juegos también reafirman la idea de la existencia de conductas colectivas que las autoridades difícilmente pudieron controlar22.
Por la proximidad de dos importantes fiestas en el calendario (la fiesta de Nuestra Señora de la Candelaria y el carnaval) los libres acostumbraban extender el tiempo de la primera hasta la llegada de la segunda, lo cual generaba respuestas heterogéneas por parte de las autoridades. Juan de la Cruz Pérez se presentó, finalmente, a la Casa Consistorial el 8 de febrero, ocho días después de ocurridos los hechos aquí narrados y seis días después del día de la Virgen. Ante la pregunta de por qué los juegos seguían instalados, respondió que tenía como justificación su interés de divertir al pueblo y, además, porque era costumbre en toda la ciudad23.
Otros declarantes expresaron que la costumbre era darles continuidad a las fiestas, luego de la celebración del día de la Virgen, y para ello se referían a lo que sucedía como costumbre durante la administración de alcaldes y gobernadores anteriores. En esas fiestas continuas se realizaban bailes y diversiones públicas a las que concurrían “las señoras y demás gente del pueblo” hasta entrados los carnavales. Esas celebraciones, además, no ocurrían solamente en el Cerro de la Popa sino en otros lugares de la ciudad, como en la Casa del Coliseo24.
Por este tipo de precedentes que estaban establecidos por la costumbre, don José María del Real escribe al gobernador de la provincia mostrándose de acuerdo en conceder más días de ocio, dado que esta situación constituía solo “un pequeño desahogo de diversiones”25, y señalando que “ahora y en mejores circunstancias” se habían permitido, sugiriendo que estos encuentros eran tolerados, siempre y cuando no generaran mucho escándalo. La comunicación dice: “Habiendo tenido por conveniente en las circunstancias en que se haya la ciudad permitir las moderadas diversiones que todos mis antecesores han concedido al pueblo en el sitio de la Popa en estos días hasta los de carnaval”26.
Sin embargo, el gobernador de la provincia Blas de Soria tenía un concepto diferente de estas libertades y entendía el festejo, la música, los disfraces y los juegos más como una oportunidad de subvertir el orden establecido que de consolidar la lealtad de los vasallos a la Corona. De ahí que solicitara que los juegos organizados por Juan de la Cruz Pérez en el Cerro de la Popa fueran interrumpidos. A pesar de esto, los funcionarios terminaron cediendo a las demandas de los libres y permitieron que la celebración continuara en los días subsecuentes, argumentando que el procedimiento ya estaba estipulado por la costumbre. No obstante, a Juan de la Cruz Pérez, su más visible promotor, se le imputaron cargos por estafa y cohecho, ya que las autoridades descubrieron durante los interrogatorios que este último halagaba con bailes y comida al sargento y la tropa de guardia con el propósito de que se abstuvieran de dictar sanciones cuando los encuentros tenían lugar27.
No solo eran los juegos y la peligrosa proximidad entre miembros de las diferentes castas las que eran sancionadas por las autoridades. De forma similar, los vestidos y las máscaras suscitaban preocupación y, por este motivo, se buscó prohibirlas de forma definitiva durante fiestas religiosas y carnavales. Especialmente, algunas leyes fueron implementadas para evitar que los esclavos y los libres utilizaran vestidos y joyas semejantes a los de los individuos adinerados de las ciudades y villas28. Un caso que podría ilustrar la evolución de estos conflictos la encontramos en una representación, con fecha de 1791, que enviaron algunos mulatos y pardos residentes de la ciudad de Portobelo a la Real Audiencia de Santafé, en la cual se quejaban de las “innovaciones” introducidas por el nuevo gobernador de Panamá, según las cuales se les había restringido el uso de trajes de seda y adornos de plata, oro y piedras preciosas. De acuerdo con los libres de Portobelo, algunos oficiales del cabildo habían decomisado injustamente una saya de terciopelo que estaba confeccionando la mulata Juana Gregoria Dupuy para usar el día de la fiesta de Nuestra Señora del Carmen, patrona del mar y de la Armada Real española. Para justificar su posición, los pardos argumentaron que era la costumbre que se les permitiera usar este tipo de prendas los días de fiesta y que, a pesar de que las leyes de Indias lo prohibían textualmente, esta ley nunca se había aplicado en el territorio29.
Al final, los pardos de Portobelo iban más allá al aducir que el derecho a portar este tipo de prendas era una especie de licencia que habían “ganado”, ya que eran conscientes de que desempeñaban un papel crucial en la defensa del istmo. En la argumentación se incluyó la siguiente petición:
sírvase su bondad dispensarnos la corta digresión que es forzoso hacer en este lugar, por una relación suscinta de los servicios hechos por los pardos de esta plaza para dar una corta idea de su lealtad, y amor al soberano, y a su patria, y para no alejarnos mucho en reconocer los sucesos de los siglos pasados, solo queremos recordar los del presente, en el pues ocurrió el año de [17]12 la guerra con las naciones inglesa y holandesa, y en ella fue atacada esta plaza por el inglés James Jardin y con esta motivo demostraron los pardos su valor, desinterés y amor al rey30.
Estos episodios se repitieron con mucha frecuencia en el Caribe neogranadino y en todo el Caribe hispano, dejando entrever las conexiones entre las fiestas sacras y las paganas, los intercambios y las tensiones entre las castas, la resistencia y las negociaciones, quejas y autorizaciones que se presentaron comúnmente durante todo el periodo colonial. Por otro lado, la historiadora Aline Helg anota: “En suma, los carnavales y las celebraciones simbolizan la complejidad de las relaciones raciales y sociales en Cartagena. De un lado, unían a la comunidad