Por eso, es importante que la obra dantesca, aprovechando la ocasión propicia del centenario, se dé a conocer aún más y de la mejor manera, es decir, que se presente de modo accesible y atrayente no solo a estudiantes y estudiosos, sino también a todos los que, ansiosos de responder a los interrogantes interiores, deseosos de realizar la propia existencia en plenitud, quieren vivir su itinerario de vida y de fe de manera consciente, acogiendo y viviendo con gratitud el don y el compromiso de la libertad.
Por este motivo, felicito a los docentes que son capaces de comunicar con pasión el mensaje de Dante, de presentar el tesoro cultural, religioso y moral contenido en sus obras. No obstante, es necesario que ese patrimonio sea accesible más allá de las aulas de las escuelas y universidades.
Exhorto a las comunidades cristianas, sobre todo a las que están presentes en las ciudades que conservan las memorias dantescas, a las instituciones académicas, las asociaciones y los movimientos culturales, a que promuevan iniciativas dirigidas al conocimiento y la difusión del mensaje dantesco en su totalidad.
También animo de manera especial a los artistas para que den voz, rostro y corazón, que otorguen forma, color y sonido a la poesía de Dante, siguiendo la vía de la belleza, que él recorrió magistralmente; y que así se comuniquen las verdades más profundas y se difundan, con los lenguajes propios del arte, mensajes de paz, libertad y fraternidad.
En este particular momento histórico, marcado por tantas sombras, por situaciones que degradan a la humanidad, por una falta de confianza y de perspectivas para el futuro, la figura de Dante, profeta de esperanza y testigo del deseo humano de felicidad, todavía puede ofrecernos palabras y ejemplos que dan impulso a nuestro camino. Nos puede ayudar a avanzar con serenidad y valentía en la peregrinación de la vida y de la fe que todos estamos llamados a realizar, hasta que nuestro corazón encuentre la verdadera paz y la verdadera alegría, hasta que lleguemos al fin último de toda la humanidad, «el amor que mueve el sol y las demás estrellas» (Par., XXXIII, 145).
Vaticano, 25 de marzo
Solemnidad de la Anunciación del Señor,
del año 2021, noveno de mi pontificado.
Francisco
1 Cf. Dante Alighieri, Obras completas, BAC, Madrid, 2015.
2 In praeclara summorum (30 abril 1921): AAS 13 (1921), pp. 209-217.
3 Cf. ibid., p. 210.
4 Nobis, ad catholicam (28 octubre 1914): AAS 6 (1914), p. 540.
5 Discurso al Sacro Colegio y a la Prelatura Romana (23 diciembre 1965): AAS 58 (1966), p. 80.
6 Cf. AAS 58 (1966), pp. 22-37.
7 Discurso a los participantes en un congreso internacional organizado por el Consejo Pontificio Cor Unum (23 enero 2006): L’Osservatore Romano, ed. semanal en lengua española (27 enero 2006), p. 13.
8 Ibid.
9 Cf. n.º 4: AAS 105 (2013), p. 557.
10 Mensaje al presidente del Consejo Pontificio para la Cultura (4 mayo 2015): AAS 107 (2015), pp. 551-552.
11 Ibid., p. 552.
12 L’Osservatore Romano, ed. semanal en lengua española (16 octubre 2020), p. 11.
13 Cf. Conf., I, I, 1: PL 32, 661.
DIFÍCIL Y MARAVILLOSO
Digámoslo enseguida: el Paraíso es difícil.
Pero es también bello, increíblemente bello.
De los tres cánticos de la Divina comedia, el Paraíso es el más difícil y a la vez el más bello.
Y es normal que sea así, porque así es la vida. Es más difícil escalar una montaña que subir allí en funicular, es más difícil ganar los mundiales de fútbol que dar cuatro patadas al balón entre amigos del barrio, es más difícil amar a un hombre o a una mujer durante toda la vida que cambiar de pareja cuando cambia el viento. Y es mucho más bonito llegar a la cima de una montaña con las propias piernas, recoger los frutos de muchos entrenamientos durísimos, mirarse a los ojos después de una vida perdonándose mutuamente… Los ejemplos se podrían multiplicar indefinidamente, pero la ley sigue siendo la misma: las cosas más bellas son, con frecuencia, también las más exigentes. Y viceversa, las más exigentes resultan ser las más bellas. Las grandes empresas requieren compromiso, paciencia y entrega, pero regalan satisfacciones que lo fácil y barato no nos puede dar.
Y ahora nos disponemos a dar el último paso en nuestro camino con Dante, con el ansia de afrontar el desafío exigente que nos propone para poder gozar de toda la belleza que ofrece. Por lo demás, es él mismo quien nos advierte de la dificultad de la empresa en la admonición que dirige al lector al comienzo del Canto II (Par., II, vv. 1-15):
¡Oh, vosotros, los que en una lancha pequeñita, deseosos de escucharme, seguís detrás de mi barco, que cantando navega, volveos a ver de nuevo vuestras playas! No os adentréis en alta mar, porque tal vez, perdiéndome, quedaríais extraviados. El agua que voy a cruzar no se atravesó nunca. Minerva me inspira y Apolo me conduce y las nueve musas me muestran las Osas. Vosotros, los pocos que alzasteis el rostro a tiempo hacia el pan de los ángeles, del cual se vive aquí sin saciarse nunca, podéis entraros en el alto mar con vuestro navío, atentos a seguir mi estela, tras la que el agua se cierra de nuevo.
Quien me haya seguido hasta ahora —dice Dante— «en una lancha pequeñita», es mejor que vuelva atrás, porque aquí nos embarcamos en una empresa que nadie ha intentado nunca; solo los que «a tiempo» han levantado la cabeza hacia el «pan de los ángeles» pueden continuar la travesía siguiendo la estela que va dejando «mi barco, que cantando navega», mi poesía que señala la ruta.
¿Qué quiere decir Dante con esta imagen? Para entenderlo, debemos observar atentamente los términos clave de la metáfora. ¿Qué es el «pan de los ángeles»? Muchos comentaristas consideran que se refiere a la teología. Pero es una hipótesis que no me convence. En el siglo XIV, al igual que en nuestros días, la teología era un estudio reservado a unos pocos, para especialistas. Sin embargo, Dante está hablando para todos; tan es así que escribe en lengua vulgar. Entonces, ¿qué es lo que se necesita para vivir plenamente? ¿La teología, es decir, el estudio de Dios? Diría que no. Lo que nos hace vivir plenamente es la experiencia que tenemos de lo que es Dios, de la relación que tenemos con Él; una relación que nunca que nunca se agota, que «satisfaciendo del todo, aviva de nuevo el deseo» (Purg., XXXI, vv. 129).
La meta a la que Dante quiere acompañar al lector, la finalidad de la Comedia, es llegar a ver a Dios más de cerca; en la medida en que es posible para las capacidades humanas, tener una experiencia de Dios parecida a la que tienen los ángeles. Para tener esta experiencia, no basta con haber estudiado teología, con ser doctos o sabios; es preciso avanzar en una lancha que no sea pequeñita, insuficiente, inadecuada. ¿Qué es esta «lancha pequeñita»? Es el navío de Ulises, que se había echado a la mar «solo con una barca», cuyo relato se articula con una triple repetición de la palabra picciola (cf. Inf., XXVI, vv. 101-102, 114, 122), para señalar su pretensión de acometer la travesía con medios inadecuados, contando solo con sus propias fuerzas.
Pues bien, ¿qué se necesita realmente para seguir a Dante en esta última etapa? Releamos con atención. Dante dice: «Vosotros, los pocos que alzasteis el rostro a tiempo hacia el pan de los ángeles». No está exhortando ahora al lector a cambiar de actitud, no está diciendo: Si queréis venir