Más allá de la diversidad actual, pensemos, con Sassen, que el funcionamiento en red de las inmigraciones actuales es una característica recurrente para explicarlas más allá de los factores de expulsión y atracción.16 Se entiende por tales redes a las organizaciones del movimiento espacial constante de colectividades afines cultural y geográficamente e interactivas electrónicamente que comparten intereses semejantes. Lejos del viejo modelo asimilacionista estadounidense de adopción de la ‘angloconformidad’ por las comunidades transoceánicas que progresivamente abandonaban sus rasgos originarios, las nuevas hornadas de inmigrantes mantienen el contacto vivo con sus puntos de partida. A diferencia de la migración de retorno de hace un siglo —que fue bastante mayor de lo que se pensaría—17 la posibilidad de regresar de visita exhibiendo la prosperidad alcanzada es una táctica de reconocimiento y ascenso social que denota el peso del lugar de origen para muchos latinoamericanos. Las remesas instantáneas de dinero (por un valor de 414 000 millones de dólares en el 2009) (Banco Mundial 2010, en línea) de banco a banco y de bolsillo a bolsillo se han convertido casi literalmente en moneda corriente a lo largo del mundo, constituyendo la materialización de ese vínculo. Dinero que además de ayudar a parientes y paisanos se destina en muchos casos a inversiones en la localidad de origen o a negocios deslocalizados que aumentan un flujo permanente de ida y vuelta entre un país y otro. Sus actores se definen menos por su ubicación fija que por su movimiento, y la calidez de los lugares que habitan no radica en la geografía sino en las simbólicas de pertenencia que los decoran. Al respecto, las investigaciones de Portes y Rumbaut (1990: 29), entre otras, han mostrado cómo las localidades de asentamiento de los inmigrantes a Estados Unidos tienden a seguir un patrón de concentración étnica similar al de sus compatriotas en el pasado. Como señala Castells, la dinámica en red (2006: 28-29) siempre existió en el pasado, aunque era menos visible. Intensos y largos procesos de migración interna —del campo o de la localidad pequeña a la gran ciudad— que según la época han vivido o viven los países de origen, son una parte inicial y oculta del iceberg de la emigración transnacional a la cual solo presta atención el Primer Mundo cuando cruza sus fronteras. Las redes transnacionales que enlazan Turquía y Alemania (Faist 1998: 213-247) traen consigo movilizaciones semirrurales anteriores llegadas a Estambul o a Ankara, o las de Inglaterra con Nigeria a las que alude un ensayo de Ulf Hannerz (2000: 1-8) incluyen gente de Kafanchan y Lagos, la capital. Mutatis mutandis se asemejan a las redes peruanas tendidas entre muchas localidades del interior, Lima y sitios remotos: Paterson (Nueva Jersey), Madrid, Buenos Aires, Milán, en una itinerancia netamente reticular y construida por etapas que, para las nuevas generaciones desvanece la claridad de los puntos de partida y de llegada. Y tanto más si el bajo costo de la telefonía móvil y de Internet —incluyendo el uso creciente de Facebook, Twitter, Linkedin y otras redes sociales— así como la televisión mundializada permiten una sobreabundante y mejorada interactividad simultánea sin contigüidad física, comprimiendo mentalmente aún más el espacio.
La formación rápida de redes transnacionales de migración nos pone ante dos evidencias. Por un lado, el aumento poblacional de las grandes ciudades. En el 2010 las cifras de la demografía urbana a escala del planeta eran semejantes a las totales de 1950, y estas habían más que doblado en ese mismo lapso con marcada tendencia a la concentración en megalópolis que superan los diez millones, de por sí extensos territorios articulados por madejas de tráfico vehicular e información pero socialmente fragmentados. Y por otro lado, la itinerancia tiende a predominar como en otras edades de la humanidad, constatándose que el asentamiento territorial fijo es un constructo cultural. Notables cambios los que trae la inventiva humana, casi re-descubrimientos de su propia naturaleza, que le dan la razón a Heidegger al atribuirle a la técnica una cualidad de des-ocultamiento.
Constatación que no tiene ningún propósito celebratorio. Paul Virilio, arquitecto y filósofo, advierte que de continuar esta oposición entre estacionamiento y circulación, se viene una época de inmensas poblaciones trashumantes que se desplazarán conforme fluctúen los mercados de trabajo. Los problemas de déficit alimentario e hídrico a la vista y el cambio climático en curso, consecuencia de la industrialización y de la extrema movilidad que la ha acompañado señalan
[…] una mundialización terminal y ya no inaugural como aquélla, por ejemplo, del descubrimiento de las Américas [pues con un planeta repleto, en movimiento y en insaciable pos de recursos] el espacio geofísico ya no es una ‘variable de ajuste’ de la economía como en otros momentos de tiempos pasados (2009: 23).
El cruce anual de fronteras de no menos de mil millones de viajeros en la segunda década de este siglo, traerá consigo el despliegue más insólito, por su volumen, de curiosidad por el exotismo y de deseos de aventura. Esos cientos de millones de turistas correrán el riesgo de encontrarse apenas con la reproducción simulada de lo que buscaban, de algo ya extinto y luego homogeneizado por las industrias culturales. Al cambiar de escala las dimensiones de la percepción humana lo verdaderamente extraño se desplazó a la lejanía sideral de los telescopios o a los abismos de pequeñez del microscopio electrónico. Los viajes ya no llevan a grandes descubrimientos; pierden gradualmente su antigua capacidad de provocar asombro, señal lamentable de un mundo comprimido en el cual la sobreestimulación del movimiento y de las redes puede ser proporcional al empobrecimiento de la experiencia.
Vivimos desconcertados, pues, en palabras de Marc Augé «[…] concebir la movilidad en el espacio pero ser incapaz de concebirla en el tiempo es, finalmente, la característica que define al pensamiento contemporáneo, atrapado en una aceleración que lo sorprende y lo paraliza» (2007: 89).
Capítulo 2
Espacios y vertebración territorial
Este segundo capítulo trae implícito el razonamiento expuesto en el primero, aplicado principalmente a un territorio específico, el peruano. Primeramente, quiero mostrar que los usos del espacio, más allá de constituir un modo de gestión de recursos naturales y del medio ambiente, son un componente importante de las culturas y modos de organización de sus habitantes. En segundo lugar, esta articulación de cada ethos particular con su geografía ha ido modificándose con el aumento del comercio y de las migraciones, y ha disminuido el aislamiento secular de un sinnúmero de asentamientos semirrurales, de modo que la modernización, padecida o anhelada, se expresa también en nuevos modos de definir y transitar el espacio, lo cual permite agregar y mezclar poblaciones, dando lugar a entidades heterogéneas y de mayor dimensión, como el Estado-nación. En tercer lugar, prácticamente todo el aspecto infraestructural de estos cambios —carreteras, crecimiento de ciudades, acumulación de desechos, cambios de giro de la actividad agrícola— ocurre en desmedro del paisaje, cuyo carácter de patrimonio nacional y regional es frecuentemente puesto de lado y substituido por otro tipo de símbolos, un verdadero cambio de cosmovisión.
Ha sido frecuente en la literatura sobre la ‘globalización’ diferenciar in abstracto ‘global’, ‘nacional’ y ‘local’, en base a la percepción desde el norte industrializado y cosmopolita, proyectarla a otras regiones del mundo. Definiéndoseles con simplismo y a rajatabla, estas tres categorías son universalizadas e infiltradas al lugar común periodístico y a la retórica publicitaria. En este capítulo discuto el valor taxonómico de esas categorías y la variación de su vigencia según las latitudes y mentalidades, en particular en el Perú.
Admitiendo que la movilidad territorial del volumen y rapidez de la contemporánea supera a sus parangones anteriores, formulo dos interrogantes. Por un lado, ¿la condición sedentaria de la mayor parte de las sociedades modernas, su asentamiento estable sobre un suelo compartido, les es ‘natural’, y la migración o el nomadismo algo forzoso, impuesto por circunstancias