Con ella había pasado seguramente por allí de niño. Sí. En efecto. Pero no. No fue conmigo que ella viajó por esos campos. Yo era entonces muy pequeño. Fue con mi padre, ¡cuántos años haría de ello! Uff... También fue en julio, cerca de la fiesta de Santiago. Padre y madre iban en sus cabalgaduras; él adelante. El camino real. De repente mi padre que acababa de esquivar un choque con repentino maguey de un meandro:
—Señora... ¡Cuidado!...
Y mi pobre madre ya no tuvo tiempo, y fue lanzada ¡ay! del arzón a las piedras del sendero. (p. 49)
Paralelamente a los recursos observados, los relatos de “Coro de vientos” presentan elementos discursivos que acusan una constante reflexión acerca de los límites que separan lo racional (ordinario/normal) de lo irracional (extraordinario/anormal) y que produce, a su vez, una suspensión de la narratividad. Estas reflexiones, en muchos casos, van dirigidas al lector implícito, como se observa en el relato “Liberación”:
Muchos decían: “Está loco Palomino”. Loco! ¿Puede acaso estar loco quien en circunstancias normales, cuida de su existencia en peligro? ¿Y puede estarlo quien, sufriendo los zarpazos del odio, aun con la complicidad misma de la justicia, precave aquel peligro y trata de pararlo con todas sus fuerzas exacerbadas de hombre que lo cree posible todo, por propia experiencia de dolor? Loco! No. Demasiado cuerdo quizá! ¿Quién, con qué formidable persuasión, sobre cuáles incuestionables visos de posibilidad, habíale infundido tal idea? (p. 61)
El peso colocado en subrayar las paradojas de nuestras concepciones acerca de lo que es “normal” o “anormal” y/o el encadenamiento de preguntas que sugiere la posibilidad de un diálogo –ya sea con el lector/destinatario del texto o, a través de un desdoblamiento, con la propia conciencia del narrador– revelan un discurso que cuestiona las categorías que separan lo racional de lo irracional y que excede los límites del texto, el cual, anexado a un discurso narrativizado, produce una hibridación que elude la tipología de los géneros narrativos. Estos dos rasgos brevemente apuntados constituyen tan solo dos ejemplos de cómo el lenguaje se convierte a lo largo de todo el volumen en (1) instrumento para la exploración acerca de la materialidad de la escritura así como la subjetivización de la narración y (2) el planteamiento de un conjunto de paradojas que cuestionan las categorías con las que se organiza la experiencia del sujeto.
En cuanto al vínculo que establecen los textos de “Coro de vientos” con la literatura fantástica, los rasgos han sido señalados parcialmente por algunos críticos. Así, por ejemplo, Gutiérrez Girardot reconoce el motivo del “doble” en el relato “Mirtho”20 y, además, dedica algunas páginas a otros relatos de la sección –“Más allá de la vida y la muerte” y “Los Caynas”, entre otros– en las que, no obstante, no estudia exhaustivamente lo fantástico. Mara L. García, por su parte, también subraya en “Mirtho” (y en la novela breve Fabla Salvaje) ciertos procedimientos propios de lo fantástico sin llegar a ocuparse del conjunto de la sección21.
“Más allá de la vida y la muerte”
Como bien se sabe, la presencia del ámbito familiar aparece en la obra vallejiana desde sus primeros libros; sin embargo, a diferencia del tratamiento que recibe en el poema en verso o en prosa22, en este relato adquiere nuevos visos en la medida en que acoge y presenta el componente de lo sobrenatural. Como señala Susana Reisz (1986), la diferencia fundamental entre el modo de lo fantástico y la imaginación poética consiste en que en esta última el procesamiento de la experiencia del sujeto se realiza siempre a través de los procedimientos que proporcionan la razón y la lógica. Se puede comenzar afirmando que “Más allá de la vida y de la muerte” presenta uno de los rasgos fundamentales de la literatura fantástica referida a la imposibilidad del narrador de explicar racional y coherentemente los acontecimientos de los cuales es testigo. Como se ha visto, en el relato que nos ocupa esta carencia de certezas se ve acentuada por el desdoblamiento del narrador y el efecto de extrañamiento que se logra a través del lenguaje; sin embargo, poco a poco la narración hace referencia a hechos cuya comprobación –como, por ejemplo, la muerte de la madre– contrasta con aquellos de carácter sobrenatural o extraordinario:
Pero ahora lloraba más recordándola así, enferma, postrada, cuando me quería más y me hacía más cariño y también me daba más bizcochos de bajo de sus almohadones y del cajón del velador. Ahora lloraba más, acercándome a Santiago, donde ya sólo la hallaría muerta, sepulta bajo las mostazas maduras y rumorosas de un pobre cementerio.
Mi madre había fallecido hacía dos años a la sazón. La primera noticia de su muerte recibíla en Lima, donde supe también que papá y mis hermanos habían emprendido un viaje a una hacienda lejana de propiedad de un tío nuestro, a efecto de atenuar en lo posible el dolor por tan horrenda pérdida. (pp. 49-50)
En el pasaje se establece una fecha precisa respecto al fallecimiento de la madre y se mencionan un conjunto de consecuencias a raíz de esta: entre ellas, la partida de la familia hacia una hacienda lejana y el consecuente duelo. Esta aparente racionalidad y estructuración de los acontecimientos va, no obstante, acompañada por observaciones puntuales de indicios (hechos o fenómenos) cuya causalidad u origen no se explican y que crean un efecto de extrañamiento y una atmósfera de suspenso. Ello ocurre, por ejemplo, en el momento en que el narrador-personaje vislumbra, a la llegada a su pueblo natal, el cementerio en donde está enterrada la madre:
Mi animal resopló de pronto. Cabillo molido vino en abundancia sobre ligero vientecillo, cegándome casi. Una parva de cebada. Y después perspectivóse Santiago, en su escabrosa meseta, con sus tejados retintos al sol ya horizontal. Y todavía, hacia el lado de oriente, sobre la linde de un promontorio amarillo brasil, se veía el panteón retallado a esa hora por la sexta tintura postmeridiana; y yo ya no podía más, y atroz congoja arrecióme sin consuelo.
A la aldea llegué con la noche. (p. 50)
Significativamente, la llegada se produce en la noche, uno de los núcleos temáticos señalados por los críticos que tipifica el modo de lo fantástico23. En esa misma noche –luego de encontrarse con su hermano Ángel–, el narrador decide recorrer los diferentes espacios de la casa natal, recorrido que produce en él la sensación “de quien va por los dominios alucinantes del pasado más mero de la vida” (p. 50). Esta visita nocturna por el espacio cerrado y clausurado de la casa natal, se configura a la manera de un viaje al pasado en el que se suspenden momentáneamente las coordenadas que organizan la percepción tanto espacial como temporal del sujeto. La constatación de la presencia de “lo extraño” se realiza en un pasaje inmediatamente posterior en el que ambos hermanos se sientan a descansar en el poyo de entrada de la casa y el narrador descubre en el rostro del hermano el signo inequívoco de lo sobrenatural:
Como en todas las rústicas construcciones de la sierra peruana, en las que a cada puerta únese siempre un poyo, cabe el umbral de la que acababa yo de franquear, hallábase recostado uno, el mismo inmemorial de mi niñez, rellenado y enlucido incontables veces. Abierta la humilde portezuela, en él nos sentamos, y allí también