“Aparte de la imperfección que naturalmente se halla en el lenguaje, y de la obscuridad y confusión que tan difícilmente puede evitarse en el uso de las palabras, hay ciertas faltas intencionales y negligencias voluntarias de que los hombres son culpables en esta manera de la comunicación, por las cuales hacen que esos signos sean aún menos claros y distintos en su significado de lo que tienen que ser”.64
Ya en Locke encontramos, pues, el problema de la claridad y la imprecisión de la comunicación de lo pensado y de los estados de las cosas. El filósofo especifica tres “fines del lenguaje” en nuestra comunicación con otros: “Primero, dar a conocer los pensamientos o ideas de un hombre a otro; segundo, hacerlo con la mayor facilidad y prontitud que sea posible, y tercero, transmitir el conocimiento de las cosas”.65 Si uno de estos fines es violado se trata o de un abuso del lenguaje o de que el lenguaje mismo es deficiente. En el primer caso, alguien no es capaz de transmitir sus ideas al otro. La causa de esta incapacidad es que los nombres se expresan por algo para lo que el orador no tiene una cierta idea en mente, y en este sentido, o el orador ocupa nombres universalmente conocidos para otras ideas, o la causa es un cambio irregular en el uso de los nombres como signos de las ideas. En el segundo caso, los hombres no son capaces de comunicar sus pensamientos con la velocidad necesaria, y esto ocurre porque se quiere comunicar ideas complejas para las que faltan los correspondientes nombres como signos. Esta carencia puede ser una carencia del lenguaje mismo cuando falta una palabra para un correspondiente significado, o se trata de una carencia en el hombre que todavía no ha aprendido el correspondiente nombre para una idea. En el tercer caso se ocupa de palabras que no coinciden con las cosas, de modo que no se puede constituir un conocimiento. Esta sería la causa de las ideas que no corresponden con la naturaleza de las cosas. Cuando el hombre ocupa dichas ideas insuficientes como signos de cosas realmente existentes, pero dichas cosas nunca llegan a una realidad o existencia, se produce un abuso del lenguaje. Cuando Kant habla de la imposibilidad de la exhibición de las ideas trascendentales, el filósofo de Königsberg expresa, dentro de su argumentación trascendental, algo muy parecido a lo que Locke señala en este punto.
Para Locke, el abuso del lenguaje tiene, aparte de consecuencias teoréticas en el conocimiento, también consecuencias prácticas, pues, cuando la comunicación en una comunidad no funciona, está en peligro la paz de dicha comunidad. El lenguaje es “el gran vínculo que mantiene unida la sociedad, y el conducto común por el cual se transmiten de hombre a hombre y de generación en generación los adelantos del conocimiento, (…)”. Por eso “es asunto que bien merece nuestra reflexión más seria el considerar qué remedios pueden hallarse a esos inconvenientes (…)”.66
¿Pero cómo es posible el buen destino de este remedio? En Kant, una de las tareas esenciales de quien juzga es, de ser posible, no expresar un juicio innecesario, sino que dejarlo más bien in suspenso.67 Locke dice que nunca deberíamos ocupar una palabra sin significado. El significado de una palabra debe ser claro y debe dirigirse, además, al uso coloquial del lenguaje. Si eso no es posible, hay que aclarar entonces el significado de la palabra. Si se trata de ideas simples, las palabras podrían ser determinadas según su existencia. Si se trata de substancias, hay que encontrar definiciones universalmente válidas. También la investigación de la naturaleza ayuda en la puntualización de los significados de las palabras. Locke imagina aquí desarrollar un diccionario que contenga dibujos explicativos. A este respecto, es importante recalcar que las declaraciones de Locke se refieren siempre al lenguaje natural, y que la búsqueda de los llamados remedios no es fácil, porque ya en Locke, y después también en Kant, los malentendidos y el abuso en el intercambio lingüístico es causado por la limitación de la visión general del hombre a partir de una tendencia simultánea y egocéntrica de los mismos: “No es tanta mi vanidad como para que alguien pueda pretender el intento de una reforma perfecta de los lenguajes del mundo, ni tan siquiera la del idioma de su propio país, sin incurrir en ridiculez”.68 No es esperable que todos los hombres lleguen a ocupar “ideas determinadas y uniformes”. Tampoco que los hombres hablen mucho o poco, dependiendo de si saben mucho o poco. Pero si uno se dirige hacia la filosofía, entendida como aspiración a la verdad, allí sí es muy necesario, según Locke, evitar “la obscuridad, (…) la dubitabilidad y (…) los equívocos”.69 Ya en Locke, como después en Kant, la prevención del malentendido y del abuso del lenguaje, únicamente es posible a través de una posición consciente del individuo sobre su actuar lingüístico. La causa principal de los errores es, según Locke, el mal uso de las palabras. Este mal uso es enfrentado constantemente y provoca la duda de “si el lenguaje, según ha sido empleado, ha contribuido más al adelantamiento o al estorbo del conocimiento del género humano”.70 Cuando, por ejemplo, “las ideas que les anexan son muy confusas o muy vacilantes, o quizá inexistentes”, no queda duda alguna de que las conclusiones y pensamientos morales “acaben en pura obscuridad y equívoco, sin mezcla alguna de claro juicio o conocimiento”.71 Las confusiones y la obscuridad pueden afectar tanto al individuo en su reflexión privada, que Locke llega incluso a hablar aquí de “meditaciones particulares” en su comunicación con los otros:
“Porque, como el lenguaje es el gran conducto por el cual los hombres transmiten, los unos a los otros, sus descubrimientos, sus raciocinios y sus conocimientos, quien haga de él un uso indebido, si bien no corrompe las fuentes del conocimiento, que están en las cosas mismas, sin embargo, logra, hasta donde él puede, romper u obstruccionar las vías por donde se distribuye el conocimiento para el uso y el bien públicos del género humano”.72
Incluso las ciencias están llenas de “términos obscuros o equívocos, y de expresiones sin significación”. Un problema de comunicación entre dos personas ocurre entonces cuando son confundidas las cosas con los nombres de las cosas: “Porque si no hay un acuerdo entre quien habla y quien escucha acerca de la idea significada por la palabra, el argumento no será sobre cosas, sino sobre nombres”. Y la consecuencia de ello es que “tantas veces cuantas aparezca entre ellos una palabra sobre la cual no hay acuerdo acerca de su significado, otras tantas ocurrirá que sus entendimientos no tienen por objeto otras cosas en que estén de acuerdo, sino meramente el sonido, puesto que las cosas de que piensan en ese momento, y que creen expresar por esa palabra, son algo muy diferente”.73 Locke plantea así la pregunta acerca de “si la mayor parte de las disputas en el mundo no son puramente verbales, y si no giran en torno al significado de las palabras”. Porque si se definiesen las expresiones de mejor forma y si las considerásemos como consecuencia de ideas simples, no habría entonces lugar para las denominadas disputas. El disputar en muchos casos no sería más que una “vana ostentación de sonidos”. Recién cuando todas sus expresiones se encuentren limpias “de toda ambigüedad y obscuridad” se podrá hablar de alguien como de un combatiente “del conocimiento, de la verdad y de la paz, y no […de un] esclavo de la vanagloria, de la ambición y de su capilla”.74
A continuación, Locke entrega un cierto catálogo de reglas para evitar las carencias y el mal uso del lenguaje.75 En primer lugar, uno no debería ocupar ninguna palabra sin tener claridad de su significación. Es decir, hay que estar consciente de la idea cuyo nombre ocupamos como su signo. Si esto no es tomado en consideración, podría ocurrir un uso vacío de las palabras como signos de las ideas, y es esto lo que hay que evitar. La condición para poder evitarlo es el hacerse consciente de lo mismo, esto es, que lo lingüístico debe ser elevado a la conciencia.76 Las palabras son entonces signos de las ideas. Si se ocupan ideas simples, entonces estas ideas deben ser “claras y distintas”. Si se trata de ideas complejas, son ellas mismas las que exigen una determinación exacta de las ideas particulares que constituyen las ideas complejas. Esto resulta muy necesario sobre todo en el caso de las palabras morales, ya que no existen objetos de ellas en la naturaleza, es decir, que no hay originales de la correspondiente idea. Por eso estas ideas tienden siempre a la confusión: “Justicia es una palabra que anda en boca de todos los hombres, pero comúnmente con una significación muy vaga e indeterminada; lo cual siempre será así, a menos que un hombre tenga en la mente una comprensión distinta de las partes componentes de que consiste esa idea compleja, (…)”.77 Más tarde Kant va a alegar razones para que la búsqueda de las supuestas