tu Espíritu gime en mí.
Y al hacerlo va abriendo puertas oscuras
que te tienen prisionero en mis entrañas.
Libera, Amor, el pájaro que hay en mí.
Que no se quede preso en la soledad de su deseo.
El descubrimiento de las místicas medievales de la mano de mi maestra en ello, la historiadora María del Mar Graña, y de otras místicas contemporáneas como Etty Hillesum, Simone Weil o teólogas y filósofas feministas como Ivone Gebara, Elizabeth Johnson, Luisa Muraro, Adrienne Rich, Audre Lorde y la complicidad de monjas y laicas, compañeras y amigas en la búsqueda de un nueva espiritualidad, en cuerpo de mujer, como Dolores Aleixandre, Pilar Wirtz, Mercedes Navarro, Kochurani Abrahán, Carmen Torres o Pilar Yuste, me ofrecen nuevas claves interpretativas y referencias que me ayudan a perder el miedo a la libertad femenina en la historia y su modo de proceder en clave sexuada. Me ofrecen genealogía y raíces, una tradición espiritual e intelectual femenina, que me devuelven la imagen de la divinidad identificada con la pasión de las mujeres y su búsqueda de libertad y felicidad en un mundo y una Iglesia que silencia sus gritos y sus cuerpos, a la vez que les exige construir ideales de justicia y fraternidad a costa de ellas mismas.
De este silencio van emergiendo en mí nuevos nombres e imágenes del misterio:
▚ Dios compañera y su insobornable complicidad e identificación con los anhelos más hondos de las mujeres. Dios que como parturienta jadea y resuella (Is 42,14-17) por el alumbramiento de las mujeres libres y plenamente dichosas, que carga con nosotras, nos cuida y amamanta generosamente (Is 66,9-14), al que no le importan las biografías intachables sino la pasión y la autenticidad del amor (Mc 14,3-11).
▚ La Sophía compasiva que nos habita, más íntima a nosotras que nosotras mismas, que se ha hecho una en nosotras y con nosotras, que es nuestra hondura misma. Sophía, poder creativo, engendradora de esperanzas y experta en reciclar fracasos, otorgadora de la lucidez de la inteligencia y el corazón (Sab 6,7-28) y que se mantiene viva en nosotras como un fuego en el corazón que nada ni nadie puede apagar. Dios que no nos resuelve la vida, sino más bien nos lo complica todo y que nos invita, con otras mujeres, a pasar de la resistencia al empoderamiento y a hacer del mundo una fiesta popular, un banquete inclusivo donde el delantal, la danza y la palabra circulen con libertad entre todos y todas.
Dios sin orillas ni fronteras: danza en corro de Amor sobreabundante6, que se nos revela en la diversidad y la experiencia intercultural e interreligiosa
Dios tiene el empeño de acercársenos en los rostros e historias de una humanidad-muchedumbre, comunidad cósmica, experta en sobrevivir y en mantener esperanzas «a todo riesgo». Este rostro de Dios es el que hoy se me regala desde mi lugar de vida, el barrio de Lavapiés, territorio sagrado para mí y mi comunidad de vida inter7, donde el misterio se me revela y me empuja a reconocerlo y «practicarlo» como el Dios de la diversidad. Dios-Comunión, Trinidad santa, cuya entraña es circularidad y reciprocidad amorosa, misterio imposible de abarcar y agotar en ninguna religión ni cultura, pero experimentado y acariciado a ráfagas, en el encuentro, el diálogo, el abrazo con las y los diferentes en la hondura de lo cotidiano. Dios que no teme ni condena las diferencias, sino que se goza con ellas cuando están puestas al servicio de su Gloria: que la mujer y el hombre vivan y que lo hagan en abundancia (Jn 10,10). Dios inatrapable que se escapa de todo lenguaje, imagen y símbolo exclusivista y que en el reclamo que hacen hoy a nuestras sociedades e Iglesias las nuevas sirofenicias (Mc 7,26) nos urge a superar esquemas etnocéntricos y cerrados, que impiden la fraternidad y la sororidad del Reino. Dios que nos desafía a saltar fronteras y a engendrar con otros y otras la cultura del encuentro.
“Creo en la encarnación de Dios que se hace hermana, hermano: mantero, ilegal; vendedora de rosas por la calle...”.
Creo en Dios Al Fattah8 (Apertura), Dios Al-Razzâq9 (Sustento), Diosito que siempre nos acompaña, Dignidad humana, que es el nombre que le dan quienes lo practican aunque no lo confiesen. Creo en la encarnación de Dios que se hace hermana, hermano: mantero, ilegal; vendedora de rosas por la calle, vestida con sari, refugiada, y nos invita a invocarlo con diversidad de creencias y acentos y a practicarlo desafiando fronteras, levantando puentes en la sociedad y en las Iglesias (Ef 2,13-21) y nos susurra al oído y en las plazas:
Escucha, despierta, acoge, ponte en camino.
Ahonda en la dinámica de vida y diversidad que se te regala hoy.
Ábrete, explora nuevas formas de solidaridad y acogida.
Aprende otros lenguajes y modos de generar cultura del encuentro
en un mundo donde no todas las vidas valen lo mismo,
que genera exclusión y expolio sembrando el terror,
levantando muros y criminalizando
a los diferentes y a las empobrecidas.
Abre paso a la simplicidad y a los gestos más veraces.
Di «no en mi nombre» a la cultura de la violencia
económica y estructural
que nos rompe como humanidad y expolia la vida en el planeta.
Confía en el Espíritu de la diversidad que te ha engendrado
y en la fuerza creadora que te habita.
Atrévete a recibir al Dios diferente,
al Dios todo relación y cuidado, al Dios que se hace prójimo y prójima
y que llama a la puerta de tu tierra
reclamando la vida, para hacerla crecer en diversidad y abundancia.
Toma conciencia de tus posibilidades y ponlas en juego
en el tejido de la comunión y la eco-justicia.
Así se nos irá dando el camino en compañía de una comunidad
global y cósmica, engendradora de una nueva esperanza
desde la resiliencia y la ternura.
No pases de largo ante las buscadoras y los buscadores de la vida.
Si te dispones te mostrarán la vida desde nuevas perspectivas.
Te ensancharán entera e iremos entrando juntas
en la tierra nueva del corazón intercultural de Dios.
Creo y sigo abierta a su misterio.
Alhamdulillah. Amén.
Sentir y con-sentir
al modo de Jesús
Jesús: Cuerpo y sensibilidad
Jesús es la Palabra hecha carne, cuerpo, historia, pueblo. Es el nuevamente encarnado (EE 109). Necesitamos profundizar en una cristología que incida en lo corporal y lo relacional, porque a la espiritualidad y a la teología les siguen faltando cuerpo, mundo, barro. Sin embargo, como leemos en la Carta a Timoteo: «El misterio de nuestra religión se realiza corporalmente» (1Tim 3,16), «ha tomado forma y figura humana» (Flp 2,6-7), se ha hecho, carne, historia, cuerpo individual y cuerpo social en Jesús de Nazaret (Lc 4,14-30). Desde esta perspectiva me parece importante insistir en la importancia de la corporalidad en nuestro seguimiento de Jesús, a la luz también de la nueva conciencia que nos devuelven hoy las antropologías feministas. No tenemos un cuerpo, sino que somos un cuerpo y un cuerpo sexuado, que ha sido configurado y condicionado culturalmente, lo cual influye en nuestras opciones, comportamientos y relaciones. Somos un cuerpo con capacidad creadora y espiritual, y todo lo que acontece en la vida humana pasa por nuestra corporeidad. El cuerpo es el lugar desde donde nos relacionamos