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necesidades e inquietudes de la gente, que han variado con los profundos cambios sociales y culturales a los que estamos asistiendo. Escuchar para hacernos las preguntas adecuadas, y para intentar darles respuesta desde la humildad de sabernos una opción entre otras muchas, que se puede aceptar o rechazar. Escuchar para dejarnos transformar por el aliento del Espíritu que sopla entre las gentes de toda cultura, lengua o religión que pueblan un barrio como Lavapiés.

      Esto implica atreverse a salir de nuestra zona de confort, como ha hecho Pepa. Asomarse al exterior, aunque pueda parecer cada vez más hostil con el hecho religioso. Y hacerlo con respeto, con prudencia, con disposición al diálogo y al encuentro de espacios comunes desde los que construir juntos un futuro mejor y más justo para todos.

      Para hacer esto, la segunda premisa, pero no por eso menos importante, es renovar los lenguajes. De lo contrario, el maravilloso mensaje cristiano corre el riesgo de quedar encerrado en palabras obsoletas para las nuevas generaciones, carentes de significado. Es lo que hace Pepa Torres cuando inventa conceptos como «cuidadanía» o habla del «Jesús que se hace barra de pan», o de la teología del grito.

      Nadie podrá acusar, sin embargo, a la autora de descafeinar el mensaje para hacerlo más digerible. Más bien al contrario: Pepa pasa cuanto aborda por el fino pero radical tamiz del Evangelio. La suya es una teología de amor y de cuidado extremos. Una teología que se decanta por los últimos, que casi siempre son las últimas. Eso supone, claro está, cuestionar en ocasiones lo establecido y no dejarse llevar por las inercias. Ser audaces, como nos conmina a hacer el papa Francisco.

      Pasar la teología por el filtro del Evangelio implica, en definitiva, poner a Dios a pasear por Lavapiés. Bajarlo del mármol y el pedestal en que lo hemos subido y empeñarnos en descubrir su rostro a los hombres y mujeres de hoy en sus congéneres, en los acontecimientos presentes y en la cotidianeidad. Dejar que Dios hable a través de la solidaridad y la ternura.

      E implica también, desde su experiencia personal y colectiva, practicar la reparación feminista luchando contra las distintas formas de opresión que se entrecruzan con las experiencias concretas de las mujeres y de cuantos seres humanos se ven igualmente subyugados2.

      «Mujer de memoria y cicatrices», como ella misma se describe en las primeras páginas de este libro, tengo el inmenso privilegio de conocer el trabajo intelectual y social de Pepa Torres desde hace años, y sé que su lucidez y su compromiso no se agotan en este libro. Pero en él podemos vislumbrar el resumen de los principios que vienen guiando sus pasos y el horizonte hacia el que quiere caminar, siempre comprometida con su fe, su vocación y sus hermanas y hermanos de la hermosa y vibrante comunidad humana. Sin embargo, este no es un libro de memorias, ni un libro de teología al uso. Es una apuesta que podemos y debemos igualar si queremos ser coherentes con la fe en el Dios del Amor que decimos profesar.

      Mª ÁNGELES LÓPEZ ROMERO

       Introducción

      Soy mujer de memoria y cicatrices. Por eso con este libro quiero hacer memoria agradecida de tanto como he recibido en estos últimos años en el trabajo de acompañar a personas y grupos en la tarea de la formación social y teológica. Quienes nos entregamos a este ministerio dedicamos mucho tiempo a la reflexión y a la elaboración de pensamiento, a la vez que buscamos cómo hacerlo pedagógico. Pero nuestro trabajo reflexivo siempre es en modo borrador, porque solo se va completando desde el contraste, el encuentro, la interlocución con otras personas, ya que el trabajo formativo y teológico nunca puede ser monológico, sino dialogal. Esa es precisamente la razón de este libro, que tiene un sentido de «recopilación», pues recoge algunas de las temáticas, conferencias o cursos que en estos últimos años he compartido con diversos grupos y personas y que tiene también una profunda vocación dialogal: seguir abierto a nuevas interlocuciones y encuentros.

       “Si bien es cierto que vivimos tiempos de incertidumbre e impotencias también lo son de inmensas generosidades y dinamismos creativos empeñados en poner en el centro el sostén mutuo, la vida y la alegría más allá de toda frontera”.

      Quizás para algunos y algunas no sea un libro de teología al uso, pero sí lo es tal y como muchas mujeres la concebimos: dar cuenta del misterio de Amor y cuidado que nos sostiene partiendo de la vida más que del concepto. Una teología que más que especular narra, porque la reflexión teológica es siempre un momento segundo, ya que al misterio que llamamos «Dios», primero se le contempla en la realidad, se empuja su dinamismo amoroso y solidario en la historia y solo después se le piensa.

      El contexto en el que ha sido gestado este libro tampoco es habitual. Inicié su escritura el 7 de febrero del 2020, en el cuarto aniversario de las muertes de Tarajal1. Avancé algunos capítulos mientras miles de mujeres católicas en el mundo nos sumamos al movimiento Voices of Faith2, urgiendo a la Iglesia a una reforma estructural profunda desde la perspectiva de las mujeres, y que en muchos lugares del Estado español tomó el nombre de la «Revuelta de las mujeres en la Iglesia». Finalmente termino de escribirlo inmersa en este espeso túnel de sufrimiento y resiliencia que está siendo la crisis del covid 19 en el mundo y sus consecuencias. Tiempos de incertidumbre pero también de confianzas y alianzas incondicionales de quienes estamos convencidas de que el diluvio no tiene la última palabra sobre la historia, sino el arco iris (Gén 9,8-15). Pero para ello es imprescindible incorporar como personas y como sociedades aprendizajes y cambios radicales en nuestros estilos de vida, que pongan la sostenibilidad y el cuidado en el centro y que hagan posible que todas las vidas valgan lo mismo. De ahí también el título del libro que toma su nombre de uno de los textos que desarrollo en la segunda parte del mismo.

      Pero si bien es cierto que vivimos tiempos de incertidumbre e impotencias también lo son de inmensas generosidades y dinamismos creativos empeñados en poner en el centro el sostén mutuo, la vida y la alegría más allá de toda frontera. Esta crisis es una oportunidad para aprender de golpe que somos inmensamente inter y ecodependientes, que el dolor de las familias que entierran a sus muertos en Guayaquil es de la misma categoría que el nuestro, que el hambre de las familias de Camerún y Senegal no puede sernos ajeno, que la exclusión sanitaria o el colapso no son accidentales ni en Estados Unidos, ni en Francia, ni en Chile ni en España, sino que son fruto de las mismas políticas neoliberales, sus privatizaciones y desmantelamiento de lo público. Una oportunidad para aprender que no podemos seguir produciendo ni consumiendo desde la lógica del hipercrecimiento, violentando los ciclos de la naturaleza porque esta protesta y se convierte en enemiga. Una oportunidad para aprender que necesitamos decirnos «te quiero, ¿cómo estás?, cuídate» muchas veces al día; que el humor, la belleza, la poesía, la música, los símbolos, los gestos de cercanía y vecindad entre balcones y ventanas son imprescindibles para atravesar la vida en tiempos hostiles. Una oportunidad para aprender que las personas mayores son un tesoro para nuestras sociedades, que su sabiduría y la dignidad de sus vidas no puede ser mercantilizable.

      Una oportunidad para aprender que más que instalarnos en la queja o atrincherarnos en el miedo, la projimidad siempre nos salva y nos hace más fuertes. Una oportunidad para aprender que los trabajos más invisibles y peor pagados, como son el trabajo doméstico y de cuidados son esenciales para la vida y, por ello, es de justicia reconocer la dignidad y el valor de aquellas personas que dejan de cuidar a sus familias, en sus países de origen, para cuidar a las nuestras y no parar hasta que se reconozcan sus derechos laborales y sociales y se regularice la situación de todas las personas sin papeles.

      Una oportunidad para aprender que el misterio que los y las creyentes llamamos «Dios» no es milagrero, ni castigador, ni interviene directamente en la historia, ni para causar el mal ni para evitarlo, sino que es aliento de vida, manantial de resiliencia, que sostiene, inspira, moviliza a la solidaridad y la creatividad. Un Dios, reciclador, dynamis, que nos empuja a rebuscar hasta encontrar, entre las cenizas del sufrimiento, la esperanza. Un misterio de Amor que no se identifica con los discursos, sino con los gestos y las acciones y que no distingue entre creyentes ni ateos, sino que es experto en periferias y en humanidad más que en moralidades. Un