Los papiros de la madre Teresa de Jesús. José Vicente Rodríguez Rodríguez. Читать онлайн. Newlib. NEWLIB.NET

Автор: José Vicente Rodríguez Rodríguez
Издательство: Bookwire
Серия: Caminos
Жанр произведения: Философия
Год издания: 0
isbn: 9788428565226
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de Sevilla, ya que esta doña Luisa «con cualquier cosa se huelga mucho, y más bien parece a nosotras dar poco a estas señoras» (Cta 180, 5). Su hermano recibió de Sevilla la mejor y más grande caja de confites, y este se la pasó a la Santa. Tan generosa como es, tiene muy buen cuidado en no enviar confites a Brianda de San José, priora de Malagón, que «por la mucha calentura que tiene, que la matara». Lo único que pide para ella que tiene mucho hastío son «naranjas dulces, y cosas de enferma» (Cta 180, 6).

      Se entera de que el padre Jerónimo Gracián anda un poco enfermo y le manda a decir en una carta: «Harto le hemos encomendado a Dios para que estuviese bueno». Pero esto no le basta y por eso le anuncia: «Unos membrillos le envío, para que la su ama (Jerónima) se los haga en conserva y coma después de comer, y una caja de mermelada, y otra para la superiora de San José, que me dice trae grandes flaquezas. Dígale vuestra merced que la coma, y a vuestra merced suplico yo que no dé nada a nadie de esa, sino que la coma por amor de mí; y en acabándose me lo haga saber, que vale aquí barato» (Cta 115, 8).

      Doña Catalina Hurtado es la madre de dos carmelitas que han entrado en las descalzas de Toledo y ya hechas las paces que se habían resentido por la entrada de las muchachas, la madre envía a la Santa «manteca muy linda [...] también eran muy lindos los membrillos; no parece que tiene otro cuidado sino regalarme» (Cta 29, 1). En otra carta a Sevilla, dice a la priora: «No me envíen ninguna cosa, por caridad, que cuesta más que ello vale». Añade: «Algunos membrillos vinieron buenos, pocos» (Cta 122, 12).

      Frutos del campo

      También le gustan los frutos del campo. Un día, en su primer convento, se siente un poco enferma y manifiesta que le apetecería comer un poco de melón; pero no lo hay en casa. Y aquí viene la florecilla, recogida por el padre Ribera: suena la campanilla de la portería, acude la encargada y se encuentra con medio melón en el torno, sin «hallar a nadie que lo hubiese traído». Y la madre se alimenta de aquella carne olorosa, dulce, blanda, aguanosa, que todo esto es el rico melón. En otra ocasión, al volver de una de sus fundaciones a Ávila, viéndola tan enferma y necesitada, una de sus monjas más querida «movida de caridad le hizo unas rosquillas». Pero parece que aquel día no estaba la Madre para dulces, pues reprendió a la rosquillera, diciéndole: «Hija, no me venga a esta casa a enseñar eso» (BMC 19, 560). Lo que no sabemos es si se comió las rosquillas. Creo que sí.

      Estando la Santa en Burgos, antes de poner la clausura del convento, bajaba con frecuencia a visitar a los enfermos del hospital; y un día que se sentía ella misma enferma dijo que comería «de unas naranjas dulces, y el mismo día le envió una señora unas pocas muy buenas. Ella en viéndolas echóselas a la manga y dijo que quería bajar a ver a un pobre que se había quejado mucho y repartió todas las naranjas a los pobres». Alguna de las hermanas le preguntó por qué se las había dado, y ella respondió con mucha alegría: «Más las quiero yo para ellos que para mí. Vengo muy alegre que quedan muy consolados» (BMC 2, 236). En otra ocasión le trajeron unas limas, fruto del limero, y como las vio dijo: «¡Bendito sea Dios que me ha dado qué llevar a mis pobrecitos» (ib).

      Lo mismo que santa Teresa se mueve entre los pucheros y con la sartén en la mano, es una delicia ver cómo trastea manejando naranjas dulces, membrillos, y verla, como si fuera un rey mago, repartiendo confites y otras dulcerías, y nos convencemos una vez más de que Teresa de Jesús era una persona normal y humana, y era muy realista, andaba con los pies en la tierra, aunque nos parezca que estaba siempre en el cielo.

      Golosinas superiores

      Pero las golosinas de santa Teresa a las que me quiero referir ahora no son estas que se pueden degustar plácidamente, por ejemplo, en una visita a Ávila, donde nació la Santa hace ya 500 años. Mujer que sabía manejar la rueca y el uso, y que sabía bordar preciosamente teniendo delante el «dechado de Cristo Jesús», se vio abocada por obediencia a sus confesores y superiores a emprender una batalla sonada entre la rueca y la pluma. Escribir lo que le mandaban la quitaba de hilar y ella lo sentía porque estaba en convento pobre y había que ganarse el pan para sí y para la comunidad de monjas que había reunido. Las golosinas que ofrece la Madre Teresa a quienes la visiten ahora mismo son sus escritos, sus pensamientos, sus experiencias, sus consejos, sus ejemplos.

      Ella misma lo anuncia así, como quien anda haciendo propaganda de la mercancía: «Sabe Su Majestad que, después de obedecer, es mi intención engolosinar las almas de un bien tan alto» (V 18, 8). Esta palabra «engolosinar» la usa solo esta y otra vez, hablando de dineros que la hacían falta. El verbo «engolosinar» significa excitar el deseo de alguien con algún atractivo. El atractivo que la Madre ofrece es lo que llama «un bien tan alto». Y ¿qué encierra en esta frase? En ese capítulo 18 habla de oración, de lo que llama el cuarto grado de oración.

      Y trata de declarar la gran dignidad en que el Señor pone a quien lleva a este tan alto estado de trato con Él. Y este tan alto estado se puede alcanzar en la tierra, «aunque no por merecerlo, sino por la bondad del Señor». El título del capítulo lo cierra con este consejo: «Léase con advertencia, porque se declara por muy delicado modo y tiene cosas mucho de notar». Según ella, el Señor da como quien es, es decir, su generosidad no tiene medida; y estas golosinas, estos atractivos, los ofrece el Señor para que el alma se vaya olvidando de otras apetencias imperfectas y se vaya entrando y enamorando del interlocutor con quien trata en la oración. Con lo que recibe de Dios y con lo que va acumulando con su fidelidad al trato amistoso con el Señor, se va haciendo con un gran cúmulo de tesoros espirituales. Estas riquezas espirituales, por muy grandes y valiosas que sean, «no son nada en comparación de tener por nuestro al Señor de todos los tesoros y del cielo y de la tierra» (6M 4, 10). Si Cristo Jesús es camino, es vida, es luz, es alegría, es también «la golosina de las golosinas».

      La Santa, ya lo hemos oído, al escribir quería «engolosinar» a las almas con ese mundo riquísimo de la oración. Además de todas sus consideraciones y explicaciones para convencer a la gente, hay que fijarse en el modo serio y delicioso con que presenta a los interlocutores de la oración, al Padre Celestial y a Cristo Jesús. La presentación tan sentida que hace de ellos viene a ser para ella lo más fuerte en el camino de ese engolosinamiento, más aún: enamoramiento.

      Perlas textuales de la Santa

      «En negocios y persecuciones y trabajos, cuando no se puede tener tanta quietud, y en tiempo de sequedades, es muy buen amigo Cristo» (V 22, 10).

      «[...] en hacer otra cosa faltáis al verdadero amigo Cristo» (CE 13, 4).

      «Su Majestad nunca faltó a sus amigos» (V 11, 12).

      «Su Majestad es amigo de ánimas animosas» (V 13, 2).

      «Con tan buen amigo presente todo se puede sufrir; es ayuda y da esfuerzo. Nunca falta, es amigo verdadero» (V 22, 6).

      «¿Qué más queremos de un tan buen amigo (como Cristo) al lado, que no nos dejará en los trabajos y tribulaciones, como hacen los del mundo?» (V 22, 7).

      «Su Majestad quiere a quien le quiere; y ¡qué bien querido, y qué buen amigo!» (V 22, 17).

      «¡Oh Señor mío, cómo sois Vos el amigo verdadero...!» (V 25, 17).

      «¡Oh, quién diese voces por él (mundo) para decir cuán fiel sois a vuestros amigos!» (V 25, 17).

      «Se entiende Dios y el alma con solo querer Su Majestad que lo entienda, sin otro artificio para darse a entender el amor que se tienen estos dos amigos» (V 27, 10).

      «Puedo tratar como con amigo, aunque es Señor» (V 37, 5).

      «¿Quién más amigo de dar (que Dios), si tuviese a quién?» (F 2, 7).

      «Es muy amigo Su Majestad de ánimos animosos, no hayáis miedo que os falte nada» (F 27, 12).

      «[...] el verdadero amigo y esposo vuestro es Cristo» (CV 9, 4).

      «[...] mientras pudiereis no estéis sin tan buen amigo, no os faltaré para siempre; ayudaros ha en todos vuestros trabajos; tenerle heis en todas partes. ¿Pensáis que es poco un tal amigo al lado?» (CV 26, 1).

      «Bendito