Habiéndose explayado tan claramente de esa manera no descansa la Madre sino que se dirige a Cristo Jesús para decirle: «Pues, Esposo mío, ¿en todo han de hacer menos caso de que de los hombres? Si a ellos no les parece bien esto, dejen a vuestras esposas que han de hacer vida con vos. Es verdad que es buena vida. Si un esposo es tan celoso, que quiere no trata con nadie su esposa, ¡linda cosa es que no piense en cómo le hará este placer y la razón que tiene de sufrirle y de no querer que trate con otro, pues en él tiene todo lo que puede querer!» (CV 22, 8).
Ser buena esposa conforme a la semblanza que ella misma traza no es sino vivir lo mejor posible el compromiso de ese tipo de matrimonio o alianza con Dios.
Comprometiendo a otras
Comprometida así la Santa con Cristo Jesús, se empeña en comprometer a otras, a sus monjas en esa misma vida de entrega, oración y sacrificio. Comprometida surge así como comprometedora, buscando gente que la quiera seguir en su obra de fundadora. De ese anhelo se alimentaba su ilusión de levantar una iglesia más al Señor, de abrir un convento más. Las normas de vida que plantea a sus monjas en las Constituciones las están ayudando a comprometerse con el Señor y con las hermanas. Sus hijas no se sentían menos comprometidas, como hacen ver las declaraciones que hacen acerca de la voluntad de la Madre en la fundación de sus conventos. Su sobrina Teresita, monja descalza, declara:
Lo que la movió para este principio (de la nueva vida carmelitana) fue la gloria de Dios nuestro Señor y el bien de las almas, y emplear ella y las que la siguiesen toda su vida y oración en rogar por el aumento de la Iglesia católica y destrucción de las herejías, las cuales –y en especial las de Francia– le daban tanta pena que le parecía que mil vidas pusiera para remedio de un alma de las muchas que allí se perdían, y viéndose mujer inhabilitada para aprovecharle en lo que quisiera, determinó hacer esta obra para hacer guerra con las oraciones y vida suya y de sus religiosas a los herejes y ayudar a los católicos con ejercicios espirituales y continua oración. Decía le daba gran gozo ver una iglesia más en que estuviera el Santísimo Sacramento (BMC 18, 190-191).
Aparte de las declaraciones de sus monjas, hacen declaraciones parecidas otras personas de fuera de la Orden, tales como Julián de Ávila, el famoso capellán, y Juan de Ovalle, casado con Juana de Ahumada, hermana de la Santa, que declara: «Muchas veces dijo a este testigo que el principal intento que había tenido a hacer estas fundaciones era ver la perdición de Francia y Alemania e Inglaterra, para en estas casas juntar algunas almas que suplicasen a Nuestro Señor por la reducción de estos herejes y por los prelados de la Iglesia; y que así, cuando le iban a pedir cosas a veces sin concierto y como cual tenía la necesidad, decía a este testigo: “qué les parece que no hemos de cargar de todas sus cosas; principalmente nos juntó el Señor para suplicarle esto, y que se compadezca de las ánimas de estos, que por cada una ánima daría yo mil vidas”» (BMC 18, 126-127).
Desconfiando totalmente de que la ruptura de la cristiandad se pudiera remediar con las armas, organizó santa Teresa su ejército de contemplativas, comprometidas en la tarea del apostolado del sacrificio y la oración, dejando, definitivamente, en manos del Señor, la solución y resolución de tantas desgracias. En esta su misión de fundadora tenía santa Teresa una conciencia clarísima de que esa era la voluntad de Dios sobre ella y por eso arrostró tantos trabajos y sufrimientos por complacer al Señor en esta obra de espectro eclesial enorme. Así funcionaba esta mujer tan comprometida y comprometedora, si las hubo.
Habla Julián de Ávila
El famoso capellán Julián de Ávila, viendo el incremento que iba tomando la obra de la Santa, dice:
Porque si se tiene en mucho el que un santo haya sido principio de un monasterio, ¿en qué se ha de tener que esta sierva de Dios haya sido principio y cabo de tantos monasterios, y de una religión de frailes, la más perfecta que se hallará en la Iglesia de Dios? Y que esto haya sido tan presto, que con no ser yo muy viejo, y cuando la empecé a conocer sería yo de más de treinta años, y en menos de otros treinta he visto los principios de las descalzas y de los descalzos, y están el día de hoy y tantas casas y conventos como si hubiera ciento o doscientos años que empezó. [...] ¿Pues quién diremos ha andado por aquí sino la mano del Señor que todo lo puede, y escogió a una mujer, y por su mano quiso que fuesen cosas tan grandes que tuviesen todos con qué se espantar y maravillar y alabar al Señor que tanto puede? (BMC 18, 225).
Por los siglos de los siglos
La obra de Teresa, la comprometida y la comprometedora, no terminó cuando ella murió sino que ha seguido en acción entre sus hijas e hijos. Y la Madre puede estar contenta de las grandes hijas e hijos que ha tenido. Basta pensar solamente en las que ya están glorificadas por la Iglesia: santa Teresa Margarita Redi (1747-1770), santa Teresa del Niño Jesús (1873-1897), santa Teresa de los Andes (1900-1919), santa Teresa Benedicta de la Cruz –Edith Stein– (1891-1942) o santa Maravillas de Jesús (1891-1974). Y últimamente el 17 de mayo de 2015 ha sido canonizada por el papa Francisco la beata María de Jesús Crucificado, la que llamamos la Arabita (1846-1878). Y a todas estas hay que añadir otra gran multitud de beatificadas por la Iglesia y tantas y tantas más o menos anónimas que se han santificado en los claustros del Carmelo. Teresa, la comprometida, comprometió ya a tantas en su vida y sigue haciéndolo ahora mismo comprometiendo a personas generosas que siguen sus huellas.
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