Santa Teresa escribió acerca de Jerónimo Gracián, hermano de Tomás: «Nuestro padre está muy contento con las persecuciones que ahora tiene. Pues son tortas y pan pintado para las muchas que le han de venir». Y la Santa acertó en pleno. En el Teatro universal de proverbios hay un refrán parecido «todo es migas y pan pringado», con esta glosa:
Si tu siendo pecador
trabajos acá padeces,
pero tú no eres mejor
antes cada día peor
ninguna cosa mereces.
No son nada tus fatigas
en respecto del pecado
y lo que por él te obligas
y todo lo de acá es migas
y tortas y pan pringado.
El refrán corriente dice «pan pintado», queriendo significar que lo que se dice con esta locución verbal: «no ofrece dificultad», o dicho «de un daño, de un trabajo, de un disgusto, de un gasto, de un desacierto, etc.: ser mucho menor que otro con que se compara»; en este caso, que el destinatario va a tener muchas más pruebas y persecuciones que las habidas hasta aquí.
A banderas desplegadas
El uso de esta expresión para la Santa era un refrán al añadir, «como dicen». Lo usa en carta a Jerónimo Gracián del 13 de diciembre de 1575 (Cta 162, 3), agradeciéndole una misiva sobre las dificultades y problemas de la Orden. Y le dice:
En fin, mi padre, le ayuda Dios y enseña a banderas desplegadas, como dicen; no haya miedo que deje de salir con gran empresa.
Ya el Diccionario de la lengua recoge esta locución adverbial diciendo: «Abierta o descubiertamente, con toda libertad».
El mejor negociar es callar y hablar con Dios (Cta 189, 5)
Este consejo teresiano es fruto de la prudencia de la Santa que conociendo el temperamento del arzobispo de Toledo, Gaspar de Quiroga, recomienda al padre Ambrosio Mariano que, una vez que ya el arzobispo sabe que quieren que les dé licencia para fundar en Madrid, lo mejor es callar y hablar con Dios. Y ese es el mejor negociar; así se lo aconseja la monja tan experta en negociar.
Las cosas sin tiempo nunca tienen buen suceso
Gran negociadora, llena de prudencia y sagacidad y saber esperar, llega a echar en cara a Ambrosio Mariano: «¡Oh, mi padre, y qué mal saben hacer estos negocios!, que aquello (de Salamanca) que estaba hecho si se supiera guiar, y no ha servido sino de infamar a los descalzos» (Cta 194, 2). Y acto seguido le lanza esta advertencia que viene a ser un buen refrán.
No se halla mujer sin achaque
Escribiendo a Ana de San Alberto, priora de Caravaca, que, según parece, se mostraba un tanto dubitativa acerca de dar o no la profesión a algunas candidatas al Carmelo. Teresa, bien experta en este orden de cosas, la asegura diciéndole: «Si esas le contentan (digo, las hijas de la vieja) no tienen más que hacer que darles profesión, aunque tengan algún achaque, que no se halla mujer sin él» (Cta 200, 8).
Concluyendo
Con refranes o sin ellos la Madre Teresa participaba de la sabiduría de su pueblo. Alguien la llamó «quijotesa a lo divino» (Unamuno) y apuesto a que en su trato con los no pocos sanchopanzas con que tuvo que habérselas en sus fundaciones le gustaba oír de la boca de ellos uno y otro refrán. En esto se parecía menos a don Quijote que ya estaba harto de los refranes que le «encajaba, ensartaba, enhilaba» Sancho en aquellas letanías de los mismos. Y que tuvo que aconsejarle para que supiera comportarse de gobernador en la ínsula Barataria: «Sancho, no has de mezclar en tus pláticas la muchedumbre de refranes que sueles; que puesto que los refranes son sentencias breves, muchas veces los traes tan por los cabellos que más parecen disparates que sentencias» (2ª parte, c. 43).
Por otra parte, santa Teresa debió usar, naturalmente, muchos más refranes hablando que escribiendo. Estos pocos que he podido comentar son unos simples ejemplos. La Santa llamaba a san Juan de la Cruz mi Séneca, por lo sentencioso que era en sus conversaciones y sospecho que entre ellos sonaría más de un refrán de los buenos. Quienes escriben tan alta y lindamente de doctrina y experiencia místicas, no desdeñan el refranero y ahí está la Biblia con el Eclesiastés, por ejemplo.
Capítulo 7. Santa Teresa y los niños
Hace unos años escribí un libro que se titula Santa Teresa de Jesús, hija y doctora de la Iglesia, 2004. En ese libro santa Teresa contaba su vida a los niños, la obra lleva unas ilustraciones preciosas de Augusta Curreli. No sé si logré de verdad que santa Teresa hablase a los niños y si los niños entendieron aquel lenguaje de la Madre. Lo cierto es que en la vida de esta gran mujer se cuentan no pocos casos en los que se la veía rodeada de niños a los que atraía como una madre, y diré más, como una verdadera abuelita.
Gonzalito, sobrino de la Santa
Se trata de Gonzalo de Ovalle, hijo de Juana, hermana de Teresa. Cuando este crío tenía cuatro o cinco años, un buen día, estando en Ávila, apareció «al parecer de todos muerto, porque ninguna señal tenía de vida, sino que poniéndole en pie se caía alzándole algún brazo, lo mismo» (BMC 2, 352-353). Su padre Juan de Ovalle comenzó a dar voces. Lo oyó santa Teresa «y comenzó a decir que callase, por amor de Dios, no le oyese doña Juana, diciéndole a él que se entrase en un aposento y callase. Y ella tomó al niño en sus brazos, que se veía muerto [...]. Entróse la dicha santa Madre con el niño en un aposento, cerró la puerta, quedándose sola con él, y estuvo espacio de media o una hora, y al cabo de este tiempo, salió con el niño del aposento, trayéndole de la mano bueno, y lo estuvo siempre después. Su madre doña Juana dijo a la santa Madre: “Hermana, ¿qué es eso? El niño era muerto”. Y ella sonrió, diciendo: “Calle, no dé en eso”. El mismo niño después de hombre decía a la santa Madre, su tía, que le encomendase mucho a Dios, que le debía el cielo, pues le había sacado de él» (BMC 2, 352-353). Así lo cuenta la hermana Teresa de Jesús, la ecuatoriana, hija de Lorenzo de Cepeda; y este parece el relato más exacto de lo sucedido, frente a otras explicaciones más enrevesadas y preternaturales.
Noticias de otro hermanito del anterior
El 4 de septiembre de 1561 Juana de Ovalle dio a luz a otro niño. Santa Teresa quiso que se le bautizara el día 12 del mismo mes y que se llamase José. La santa Madre tomaba en sus brazos muchas veces a este bebé, diciéndole: «José, plegue a Dios que si no has de ser muy santo que Dios te lleve así angelito» (BMC 2, 339). Teresita, la otra sobrina de la Madre Teresa sigue contando: «Fue así que desde ahí a algunos meses, que aun no fue año, le dio un mal al niño que entendieron se moría, y estando un día juntas las dos hermanas con el niño, la dicha santa Madre lo tomó y se sentó con él, y echándole su velo encima del rostro, y estándole mirando, se le encendió el rostro a la santa Madre, y se quedó como en éxtasis, sin moverse, y la dicha doña Juana, aunque vio que el niño se moría, se estuvo queda sin hablar a su hermana, sino mirando en qué paraba aquello, y estuvo mucho rato así; y volviendo en sí la santa Madre, callando, se levantó con el niño para entrarse en otro aposento, sin decir a su hermana cómo era muerto; la cual, entendiendo que lo era, dijo a la santa Madre la señora: “¿Dónde va que ya entiendo cómo es muerto el niño?”. Respondió la santa Madre: “Es verdad, mas dé gracias a nuestro Señor, que le prometo es para alabar a Dios ver un alma de estos niños ir al cielo, y la multitud de ángeles que vienen por él”, y contóle lo que había visto» (BMC 2, 337-338).
¡Qué lindo está esto!
Sea como flor infantil lo siguiente: estaba un día la Madre fundadora con otra religiosa a la reja de la iglesia de su convento de Toledo; se oyeron unos pasitos presurosos de alguien que entraba y la voz de una niña que dijo toda alegre: «¡Bendito sea Dios, qué lindo está esto!». Teresa se emociona y dice a la compañera: «Ahora doy por bien empleado cuanto he trabajado en esta casa, por