Con la luz de la fe, sabemos que la verdad está de nuestro lado. Tenemos, por tanto, los hijos de Dios que mantener en todo momento una actitud optimista y esperanzada. Nuestro gran desafío es mostrar esa verdad con el ejemplo y la palabra, de modo convincente y atractivo. Esta publicación es una modesta aportación a esta causa. Ahora bien, llevar a la práctica el mensaje del Evangelio y de la enseñanza social de la Iglesia es una tarea, como podrá comprenderse, descomunal. Está por encima de la limitada capacidad de cada uno de nosotros considerados individualmente. Pero unidos por la fe y el amor podemos lograr que las cosas cambien. No nos quedemos, por tanto, con los brazos cruzados o, peor aún, con quejas o lamentos que no conducen a ninguna parte. Una vez alguien me hizo considerar una atinada comparación. Si, en una noche oscura, se enciende una pequeña luz en un inmenso estadio vacío y apagado, obviamente el estadio no quedará iluminado pero esa pequeña luz se podrá apreciar desde cualquier rincón del estadio. De eso se trata. Encendamos cada uno una pequeña luz en nuestro lugar del estadio y, con la ayuda de Dios, entre todos conseguiremos iluminarlo. Es el Señor quien lo ha dicho: Ustedes son la luz del mundo.[6]
[1] Marcos 12, 14.
[2] Marcos, 15-17.
[3] Concilio Vaticano II, Gaudium et spes, núm. 43.
[4] Mateo 22, 21. San Josemaría, carta 9-I-1932, en Cartas I, edición crítica, n. 41, a-b.
[5] Ibidem, núm. 46, a-c.
[6] Mateo 5, 14.
Descanso y contemplación
Cuando llega el verano
Cada año, al llegar el periodo de vacaciones escolares, se nos presenta la oportunidad de cambiar de actividad y de convivir más estrechamente con la familia. En algunos casos, lo tradicional será dejar el lugar en que ordinariamente se vive, para trasladarse a algún sitio más fresco y tranquilo. Tal vez algún rincón en las montañas o alguna casa cercana a la playa. En cualquier caso, para muchos de nosotros se trata de una época distinta que conviene aprovechar bien.
Por eso, quisiera servirme de esta ocasión para recordar aquel comentario de san Josemaría: “Descanso significa represar: acopiar fuerzas, ideales, planes… En pocas palabras: cambiar de ocupación, para volver después –con nuevos bríos– al quehacer habitual”.[1]
El domingo pasado escuchamos en el Evangelio de la misa la amable invitación del Señor a sus discípulos: “Vengan conmigo a un lugar solitario, para descansar un poco”. Y es que, como anota san Marcos, “eran tantos los que iban y venían, que no les dejaban tiempo ni para comer”.[2] Jesús, que pedía mucho a sus discípulos, también les daba mucho, los cuidaba de modo constante, casi maternalmente. Y no se le escapaba la importancia de esos momentos de distensión que todos necesitamos en la vida. Hay que reconocer con humildad que no somos máquinas ni ángeles (creaturas puramente espirituales), sino hombres o mujeres, seres de carne y hueso que, naturalmente, al cumplir con nuestros deberes ordinarios de trabajo, experimentamos, como dice también la Escritura, “el peso del día y del calor”.[3] Por eso, no es sólo razonable, sino muy conveniente, descansar. Pero hemos de hacerlo de modo inteligente y cristiano.
Un peligro, por ejemplo, sería ante la fatiga abrir puertas falsas. Buscar el rompimiento del estrés con alguna evasión que nos pueda dañar tanto el cuerpo como el alma. Los ejemplos los conocemos todos: desorden en las comidas o bebidas (especialmente peligroso, como es evidente, en el caso del alcohol), sumergirnos en las redes sociales y dar entrada a imágenes provocativas e inconvenientes o que simplemente nos hagan perder el tiempo; deslizarse hacia compras compulsivas, etc. Por experiencias amargas, todos sabemos que por ese camino realmente no se descansa, al contrario. Se suele entrar en un peligroso círculo: cansancio-evasión-adicción-frustración-más cansancio-más evasión...
El descanso de los hijos de Dios
Como cristianos, ante todo, hemos de escuchar la recomendación de Jesús cuando nos dice “vengan a mí todos los fatigados y agobiados y yo los aliviaré”.[4] Las vacaciones son una excelente oportunidad para practicar algún deporte, entrar en contacto con la naturaleza, hacer una buena lectura… pero sin dejar, por ningún motivo, de tratar al Señor. Habría que buscar momentos de tranquilidad para descubrirlo en nuestro interior y entablar un diálogo sencillo y franco que nos permita recuperar la paz o ahondar en ella. Como tantas veces se ha dicho, bastaría suponer que Él nos pregunta: “¿Cómo estás?, ¿qué me cuentas?, ¿cómo van las cosas?”. Y, partiendo de ahí, mantener una conversación serena y relajada que nos ayude a centrarnos mejor.
De la oración mental bien hecha, de ese diálogo sencillo e íntimo, vendrán sin duda luces nuevas para enfocar adecuadamente las propias vacaciones y, quizás, también para ver si hubiera algo que cambiar en nuestra tarea ordinaria. Entonces, bien ubicados ante Dios y ante nosotros mismos, podremos acometer con alegría la convivencia familiar o social. Una persona que procura mantenerse cerca de Dios no avasalla a los demás al practicar un deporte o evita las trampas en los juegos de mesa; comparte con gozo con los otros las cosas buenas que se va encontrando por la vida, ya sea un buen libro, una pieza musical o un paisaje natural. Una rica vida interior es la mejor plataforma para alcanzar todo tipo de profundas y enriquecedoras satisfacciones. Como recuerda el papa Francisco en su encíclica Laudato si (Alabado seas), por ese camino se logra una auténtica actitud contemplativa, la apertura al estupor y maravilla de la Creación que con tanta frecuencia encontramos en los santos y, especialmente, en ese gran patrono de los ecologistas que es san Francisco de Asís.
Las vacaciones son un momento privilegiado para leer o releer el fabuloso Libro de la Creación, escrito por Dios mismo. San Agustín, con su singular elocuencia, predicaba:
Interroga a la belleza de la tierra, interroga a la belleza del mar, interroga a la belleza del aire que se dilata y se difunde, interroga a la belleza del cielo (…) interroga a todas estas realidades. Todas ellas te responden: Ve, nosotras somos bellas. Su propia belleza es su proclamación. Estas bellezas sujetas a cambio, ¿quién las ha hecho sino la Suma Belleza no sujeta a cambio?[5]
Evitar el atolondramiento
Dios es un Padre bueno, no lo olvidemos, que ha querido dejar grabada su imagen en todas sus creaturas. El problema es, muchas veces, que nosotros tenemos la mente y el corazón un tanto embotados y no lo percibimos. No hace mucho recibí un mensaje electrónico en el que el autor, con prosa poética y hermosas fotografías de paisajes naturales, invitaba a una visión positiva y optimista, luchando contra la tristeza. A manera de estribillo repetía: No estás deprimido, no. Estás distraído, atolondrado.
Algo de razón tiene. Queridos hermanos, los invito a abrir los ojos del cuerpo y del alma y a disfrutar en estos días de tantas cosas hermosas y sencillas como el Señor ha puesto en nuestras manos: mariposas, pájaros y ardillas; estrellas, conchas y caracoles; amaneceres y atardeceres; flores, bosques, ríos y mares… Y a hacerlo unidos en familia. Así lo quiere la Iglesia que, por medio del Papa, nos recuerda: “En la familia se cultivan los