La Divina Misericordia en el centro
Hombre y mujer, distintos y complementarios
La cruz en las entrañas del mundo
Educación, verdad y democracia
Educación y cultura para la democracia
Educación en la verdad y en el amor
Reflexiones para un año que comienza
La pequeña semilla y el árbol frondoso
La grandeza y debilidad de nuestra libertad
San José: en su mes y año, “valentía creativa”
Inspiración para los padres de familia
“Otros que vienen las continuarán…”
Epílogo: la alegre música del Evangelio
Hijos de Dios y hermanos entre nosotros
Buena música, no ruido de campanas rotas
Presentación
El 6 de abril de 2015, lunes de Pascua, temprano por la mañana recibí una inesperada llamada telefónica. Se me comunicaba que el vicario regional de la Prelatura del Opus Dei (Obra de Dios), institución a la que pertenezco desde hace muchos años, quería conversar conmigo en la Ciudad de México. El resumen de aquel amable encuentro era plantearme si estaría dispuesto a trasladarme de Monterrey, donde residía y trabajaba como sacerdote desde hacía quince años, a la Ciudad de México, con el objeto de ser párroco de la iglesia de San Josemaría en la zona de Santa Fe.
Aunque aquello me desconcertó mucho, pues no había trabajado en algo así nunca (mi tarea pastoral se había limitado desde mi ordenación sacerdotal a atender labores apostólicas de la Prelatura, mayoritariamente con estudiantes universitarios), accedí con gusto. Al poco tiempo se formalizaron las cosas y pude tomar posesión de mi nuevo cargo a principios del mes de junio. Y ahí permanecería por espacio de seis intensos años, hasta el mes de abril de 2021.
Fue una gratísima experiencia, llena de situaciones novedosas para mí, en la que lo más importante, como podrá fácilmente comprenderse, fue la interacción con incontables personas. Me encontré con una comunidad muy comprometida en la tarea de difundir el Evangelio de Cristo en todos los ambientes de la sociedad. Aprendí mucho de los sacerdotes que colaboraron conmigo en esa tarea, de los órganos consultivos de la parroquia, de los diversos grupos, del personal de servicio, etcétera.
Siempre consideré que mi prioridad tenía que ser la atención a cada alma. Me propuse que cada persona que, por cualquier inquietud espiritual, se acercara a la parroquia y al párroco fuera acogida y atendida del mejor modo posible. Para cumplir esa tarea disponía, como todo párroco, de las diversas celebraciones litúrgicas, especialmente de la eucaristía dominical, unida a ese entrañable momento, al terminar la misa, de saludo y diálogo con los feligreses y sus respectivas familias. También dediqué amplios espacios de mi tiempo para recibir en mi oficina o en el templo a quien quisiera confesión, dirección espiritual o simplemente orientación sobre algún asunto personal.
Aproveché, entre otros, un canal de comunicación empezado por mis predecesores, la redacción de los editoriales de una publicación bimensual de la parroquia.
En esos textos que además de impresos se subían a nuestra página web me propuse, casi desde el principio, abordar temas un poco más amplios que la mera vida parroquial. Con cierto énfasis en las cuestiones que propone la Doctrina Social de la Iglesia, a la que me he sentido atraído desde mis tiempos de estudiante universitario en la carrera de leyes de la Universidad Panamericana.
Esa colección de editoriales es la que ahora ofrezco a los lectores. Temas, como