—Ninguno llevamos gafas —objetó la monitora.
Eso no pareció un obstáculo para la chica que se volvió hacia Violeta y le preguntó directamente:
—¿No será esto un juego de rol que habéis montado vosotros, los monitores del campamento? El viaje al reino prohibido de la Amilamia, ya sabes...
—Te aseguro que este tinglado no lo hemos montado nosotros —respondió ella, indignada de que lo creyese así—. ¿Cómo, dónde…?
Pero Nika seguía aferrada a su idea.
—¡Seguro que estamos en un parque temático! ¿Qué otra cosa podría ser, si no? Alguien nos ha traído hasta aquí dormidos para darnos una sorpresa. Quizá tú no sepas nada de este montaje, Finis. Pero yo de ese Mikel, el Bandoleón Saltamontañas, no me fío un pelo. ¡Me parece un liante! Muy capaz de meternos en un rollo así. Y tanto hablar el otro día de estrellas y de ovnis… ¡Estaba preparando la broma! Seguro que los demás nos están viendo a través de una cámara, escondidos, y se están riendo de nuestras caras…
La joven pelirroja movió negativamente la cabeza intentando dominar su miedo ante esa situación tan inexplicable como imposible.
—¡No es ninguna broma, Nika! Y desde luego no lo hemos montado nosotros —insistió—. Estoy de acuerdo en que esto parece una pesadilla, pero yo al menos tengo los ojos bien abiertos. Mira a tu alrededor. ¿Qué lugar es este? Ella ha dicho que estábamos «en el Atrium de la Esfera, donde convergen los Universos Espejo»… ¿Eso qué significa?
—Universos paralelos o universos espejo son lo mismo, creo… Puede que se refiriese a eso —sugirió Javi sin dejar de mirar la rueda.
—¿Universos paralelos? —repitió la monitora, con asombro.
—Sí. Hay una teoría científica sobre el origen del universo que dice que no hay un único universo, sino muchos universos paralelos... Mi profesora de matemáticas nos lo explicó un día, en clase. —Mientras hablaba, Javier intentaba hacer memoria de la clase magistral de una modesta profesora de secundaria enamorada de la ciencia, ante unos alumnos revoltosos. En su momento, la explicación apasionada de la profesora le había fascinado y se le había quedado muy grabada tal vez porque se salía del discurso de clase normal. Ahora tenía que estrujarse el cerebro para recordar las palabras exactas—. Nos dijo que era la última teoría científica que había publicado Stephen Hawking antes de morir. Creo que tenía relación con la teoría de la relatividad y la física cuántica...
—¿Tú sabes de física cuántica? —se extrañó Nika.
—Yo solo os cuento lo que nos dijo mi profesora, ¿vale? Y bueno, sí, me gustan las ciencias y las matemáticas, ¿qué pasa? —se defendió él, molesto. En clase intentaba no destacar para que no le llamaran empollón y ahora empezaba a arrepentirse de haber hablado tan irreflexivamente. Sin embargo, Violeta recriminó a la chica por la interferencia y luego animó a Javier a que continuara con su explicación.
—Bueno. Básicamente, la idea es que tras la explosión del Big Bang, la energía se expandiría ramificándose no en uno, sino en muchos universos gemelos que se desarrollan y tienen existencia simultánea, en el mismo espacio y tiempo. Mi profesora lo llamó el multiverso. Los agujeros negros podrían ser la frontera, algo así como un túnel de comunicación entre los universos paralelos. Según eso, nosotros no tendríamos una sola vida sino muchas; podemos vivir una vida diferente en cada uno de esos mundos; en uno podemos morir jóvenes de un accidente, pero en otro ser abuelos. En nuestro mundo, los dinosaurios se extinguieron por un meteorito, pero en otro universo podrían seguir existiendo… ¡Cosas así! Es como si el multiverso fuera un multicine con muchas salas conectadas donde se proyectaran películas simultáneas diferentes, pero nosotros solo pudiéramos estar en una sala y ver una película cada vez.
Tanto Violeta como Mónica le escuchaban con atención.
—¿Qué más dicen los científicos? ¿Es posible pasar de un universo a otro? ¿Cómo? —preguntó al fin la monitora.
—No lo sé. Creo que aún lo están estudiando, en realidad no hay ninguna prueba de que existan… Todo son teorías. —Javier hizo otro esfuerzo por refrescar su memoria, pero realmente aquella clase de matemáticas no había dado para más. En los inicios, había sido un homenaje al científico Stephen Hawking que acababa de fallecer y a sus teorías científicas. De ahí había derivado todo—. Solo recuerdo que mi profesora dijo que el multiverso sería como un fractal de proporciones infinitas. Dijo que, tras el Big Bang, el universo se habría expandido como una imagen fractal, con una estructura básica que se repetiría a diversas escalas y que seguía creciendo. Algo así como una coliflor donde cada uno de los arbolitos tiene la misma forma que los demás y todos juntos forman un árbol cada vez más grande, igual a cada una de las partes...
—¿¡Un fractal!? —La monitora se sobresaltó. Miró a los lados para cerciorarse de que estaban solos. Luego se acercó más a los chicos haciéndoles un gesto para que se acercaran también. Y cuando estuvieron suficientemente juntos, metió la mano en el bolsillo y sacó con cuidado un disco de metal que llevaba ahí guardado. Las tres cabezas se agacharon a mirar a la vez el curioso diseño en flor y estrella de lo que parecía ser un medallón antiguo—. ¿Algo así como esto?
—¿De dónde lo has sacado?
—Esa mujer, en Ochate, me lo ha dado hoy. Vosotros estabais delante...
La pelirroja les contó cómo había conocido a la artista en su taller de Bernedo y su encuentro después en Ochate, entre la niebla, donde le había entregado el medallón con aquellas frases misteriosas susurradas a toda prisa. Era el mismo disco que la artista tenía incrustado en aquel curioso reloj de pared de su estudio.
—¿Que lo protejas con tu vida? ¿Eso qué quiere decir? —Nika observaba alternativamente el objeto y a la monitora con ojos acuciantes—. ¿Y qué tiene que ver esto con nuestra situación?
—Quizá nada. Quizá todo —contestó ella guardándolo en su mochila.
Entretanto, el tiempo iba pasando. Tenían que moverse, tomar una decisión porque de lo contrario podía ser peor. Así que dejaron de discutir y, por fin, se acercaron al atril y a la gran rueda metálica para examinarlos.
—Si estamos en una sala de escape, cuanto antes empecemos antes acabaremos y volveremos a casa —declaró Nika, que seguía convencida de ser víctima de una broma.
Decidieron probar en la primera pantalla, solo como prueba, se dijeron. El jardín que había dentro de la circunferencia parecía un lugar agradable, muy civilizado. Y en el atril se podía leer el siguiente texto descriptivo, que realzaba el encanto y lo hacía más atractivo de visitar: «Los fabulosos jardines colgantes de Sammuramat son una de las grandes maravillas de los Doce Reinos. Los mandó construir el rey Apud para su amada esposa, la reina Merisia. Dispuestos en terrazas excavadas en acantilados blancos, rodean el templo de Shemed y están regados por las aguas del río sagrado de la fertilidad, en el Reino Prohibido de Nirari».
Subieron a la plataforma que servía de pasillo de acceso y, una vez arriba, se miraron.
—Si hay que hacerlo, hagámoslo juntos. Sobre todo, no os separéis por si acaso —dijo la monitora intentando que no se notara su nerviosismo.
Era una recomendación sensata y tanto Javier como Nika asintieron obedientes, muy nerviosos también. Después, los tres levantaron la mano y acercaron los dedos a la membrana acuosa y transparente que cubría el interior del anillo. A esa distancia tan corta, la membrana parecía tener vida, temblaba y se estremecía como la superficie del agua en un estanque. Al tocarla con los dedos notaron frío, también se formaron ondas concéntricas que se expandieron hasta el borde del anillo, igual que olas en un charco al tirar una piedra. Entonces la cortina se volvió aire, el aire se hinchó en forma de globo acuoso que los fue engullendo al crecer. Tras sus manos fueron los brazos y las piernas los que se vieron succionados