En ese entonces vivíamos en Via Boccacio con la familia Francini Bruni. Entre papá y él se dividían la renta. Mamá nos callaba todo el tiempo para que Babbo pudiera escribir e impartir con tranquilidad clases privadas de inglés. Después nos mudamos a un cuarto en Via Santa Catarina. En esas épocas mi padre planeaba poner un negocio para vender telas de tweed, ganar más dinero y tener mejor posición.
Lucía hace una pausa, a su bolígrafo se le ha terminado la tinta. Desde la terraza mira los prados, la mañana soleada. Trae puesta la misma ropa del día anterior, también el suéter gris. Se detiene. Saca del bolsillo un chocolate, le da una mordida, lo guarda. Lo vuelve a sacar, lo muerde. Busca otro bolígrafo, encuentra uno que no es de tinta lila como a ella le gusta, es negra.
Un día, ya mayor, husmeando en un cajón, encontré una de las cartas que él le escribió a Nora desde Dublín durante un viaje que hizo para tratar de hacer algunos negocios y visitar al abuelo John. La saqué del sobre con cuidado y la leí.
22 de agosto de 1909
Fontenoy Street, Dublín
Amor mío, ¡no puedes sospechar el
hastío que siento en Dublín!
Es la ciudad del fracaso, del rencor y la desdicha.
Anhelo marcharme de aquí.
Pienso constantemente en ti. Por la noche, al acostarme, es una
verdadera tortura.
No voy a escribirte en esta hoja lo que llena
mi pensamiento, la locura del deseo.
Te veo en un centenar de posturas, tú grotesca,
vergonzosa, virginal, lánguida.
Querida, cuando nos reunamos, entrégate a mí con plenitud.
Todo esto es sagrado, oculto para los demás,
debes darte a mí libremente.
Deseo ser el dueño de tu cuerpo y de tu espíritu
JJ
¿Qué eran esas palabras de papá, doctor? La deseaba, se excitaba. Las comprendí cuando era ya mucho mayor. Así era la correspondencia erótica entre los dos. Atrevida, obscena, imágenes que nunca olvidaré. Sexo. Sex, solo eso. Copular, desear. Claro, eso los mantenía unidos.
El sexo fue la razón por la que mamá no abandonó a papá.
Tal vez por eso yo busqué hombres, busqué sentir un falo dentro de mí.
A ustedes les gusta saberse deseados, que los necesitas. Desgraciados. Todos, bueno no todos. Papá me quiso, y Harry, Harry también.
¿Y usted doctor, siente acaso alguna atracción por mí?
Hoy soy mayor, pero cuando era más joven, podía seducir a cualquiera, igual que Nora, mi madre.
Finalmente, esa carta la guardé en la caja de mis secretos por un tiempo y después la puse dentro de un libro. Le cambié el sobre, por supuesto, y hoy sigue ahí entre las páginas de los Dublineses en el librero de mi habitación.
En ese lugar había muchas más cartas... Odié a Nora, mi madre, papá la quería más que a mí.
¿Sabe, doctor McArthur?, me gustaba mucho que Babbo leyera para nosotros.
Escuchen esto, decía. Creo que lo hacía para oír cómo sonaba.
Giorgio hacia a un lado sus juegos y yo me paraba junto a él. Sus textos tenían tal musicalidad que parecía que cantaba al leer.
A Babbo le busqué un apodo y le puse L’Exclamadore.
Mamá ni caso hacía, jamás se interesó por lo que él escribía.
Nunca olvidaré la ocasión en que lo vio llegar muy alegre y, furiosa, lo amenazó con echar sus manuscritos al fuego.
Un día lo hizo. Yo asustada miré cómo los puso en el fregadero de la cocina y les prendió fuego.
La odié por eso. Qué maldad. Gracias a Dios, tío Stanislaus llegó justo en el momento y los rescató.
Mi madre tuvo siete hermanos. Su padre, panadero, no sabía leer ni escribir. Su madre fue costurera. Los abuelos se divorciaron porque el abuelo era alcohólico.
Ahora, escribiendo, me doy cuenta de que mis dos abuelos fueron alcohólicos... también Babbo. Giorgio, mi hermano, no se salvó. Él también fue un borracho empedernido, pero su suerte fue distinta pues se casó con una americana millonaria que lo mantuvo.
Alcohol. Alcohol. Alcohol. Alcohol.
Su olor es lo que siempre huelo en el área de electrochoques, en el edificio donde viven los lunáticos que son más locos que yo. Porque hay de locos a locos. Hay locos que vuelven loco a un loco...
Alcohol. Al revés la palabra dice lohocla.
Si eliminas la última l diría lohoca. ¡Loca!
Trieste. Después Roma. De regreso a Trieste,
más tarde Zúrich, Londres, París.
De aquí para allá. De allá para acá.
Un apartamento. Otro. Un hotel. Otro distinto. Vivimos como errantes, en la más extrema pobreza. En Trieste apenas si teníamos muebles.
Ni sábanas, ni comida.
Ni... Ni... Ni...
Al día siguiente, después de un pleito con Mary Rose, Lucía tuvo otra crisis. ¿Qué le dijo la joven para que Lucía se alterara? No lo sabemos. El hecho es que Lucía cayó en terrible estado de agresión y en una melancolía color verde, como semanas después se la describiría al doctor McArthur.
Sí, verde es el tono que eligió para poder referirse a ese enojo interno que la llevó a golpear a Mary Rose. Lucía perdió su centro, se desnudó, aventó la ropa y corrió por los pasillos del St. Andrew’s. Imaginó a distintos hombres tras ella y escuchó voces que le decían que se salvara.
Miss Lawry temió que se hiciera daño al entrar y salir de los salones. Como no había manera de controlarla tuvo que llamar a los enfermeros para que la ayudaran a sujetarla con una camisa de fuerza. Estuvo dos días en el cuarto de asilamiento.
Aborrecía tener los brazos atados por detrás. Se golpeó contra las paredes acolchonadas. Nadie escuchó sus gritos, la desesperación. Durmió, despertó, durmió... Se lastimó la boca y la frente. Al salir, sintió el alma adolorida, un malestar interno insoportable, pero también las articulaciones contraídas y la quijada como si sus músculos estuvieran paralizados. Deseó estirarlos con una cuerda hasta el otro lado del mundo y agrandar su cuerpo (más largo de lo que de por sí era). Pensó en cómo los días, las noches y los años van y vienen como la luz del faro mirando el mar.
Durante días, Lucía estuvo en estado catatónico sentada en el salón de usos múltiples, con las manos dentro de las bolsas del suéter gris. Muda. La mirada fija. Inmóvil, como si fuera de cera. El rostro pálido, su cuerpo de mujer que siempre había parecido fuerte, ahora se notaba empequeñecido. La espalda encorvada.
Miss Lawry y McArthur poco pudieron hacer, saben que pasa y que los pacientes vuelven a la