26 años de esclavitud. Beatriz Carolina Peña Núñez. Читать онлайн. Newlib. NEWLIB.NET

Автор: Beatriz Carolina Peña Núñez
Издательство: Bookwire
Серия: Ciencias Humanas
Жанр произведения: Документальная литература
Год издания: 0
isbn: 9789587847994
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      Fuente: John Oldmixon, Het Britannische ryk in Amerika…, 1721. The John Carter Brown Library at Brown University, https://jcb.lunaimaging.com/luna/servlet/detail/JCBMAPS~1~1~4454~102542:Het-Eyland-St--Christoffel?qvq=q:Het%20Eyland%20St.%20Christoffel&mi=0&trs=1# (consultado el 12 de noviembre de 2019).

      De igual manera, por la demanda de marinería, el uso peninsular de recluta infantil pasó al Caribe hispánico. Allí, ingenuos mocitos negros y mulatos, con exiguas opciones laborales, en sociedades rígidamente estratificadas, se enrolaron en buques corsarios.19 Esta integración se conseguiría bien por la fuerza, a través de las levas, ya que las Ordenanzas de la Corona del 22 de febrero de 1674, emitidas por Carlos II para regir el corso en las Indias, les permitían a los armadores hacer reclutas para abastecer los barcos de marineros,20 o bien seducidos por las promesas de botín de los corsarios o de los guardacostas. “Los privilegios fundacionales fijados en la cédula constitutiva” del 22 de septiembre de 1728 de la Compañía Guipuzcoana de Caracas, por ejemplo, establecieron que a las tripulaciones se les adjudicaría “la tercera parte del producto de las presas obtenido de su venta, libre a su vez del pago de alcabala”.21

      La Real Compañía Guipuzcoana de Caracas, una iniciativa privada, de negociantes vascos, con inversión y protección de la Corona, se estableció con los objetivos de lograr el monopolio comercial de los productos venezolanos, en especial del cacao, que así llegarían y beneficiarían a España; combatir el contrabando ingente en las costas de Venezuela, y satisfacer la demanda de la población de la provincia de mercancías hispánicas.22 Eran los holandeses de Curazao, sobre todo, pero también los ingleses y franceses,23 quienes, a través de la venta o el intercambio, habían estado beneficiándose por décadas de la casi inexistente oferta española de artículos europeos para esta colonia.24 A su vez, los curazoleños adquirían el cacao de los venezolanos para conducirlo a Holanda, donde era muy apreciado. Aizpurua explica que “la excelente calidad del cacao caraqueño” se debe a “que necesita menor cantidad de azúcar para ser gentil al paladar”.25 Así, señala Hussey, “una compañía que pudiera proteger las costas venezolanas dominaría la mejor fuente del mundo” de este producto en alta demanda.26 De ahí que a la Guipuzcoana se le haya conferido el poder “para perseguir, como si fuera el Estado mismo, el contrabando y comercio furtivo, realizado no tan solo por extranjeros, sino por españoles o venezolanos”.27

      En cuanto a “la dotación de las tripulaciones” de los barcos mercantes de la Real Compañía Guipuzcoana de Caracas para cubrir la ruta transatlántica Guipúzcoa-La Guaira, en ambas direcciones, la empresa exigió “que toda la gente de mar fuera de la región vasca”.28 Distinta fue la historia de la asignación de hombres para el cuerpo de guardacostas, una vez que, ya en el litoral de Caracas, se sopesó la realidad del exceso del tráfico prohibido frente a los compromisos mercantiles de los cuatro buques dedicados inicialmente a las operaciones marítimas de la empresa: dos embarcaciones zarparían de Guipúzcoa rumbo a Venezuela a inicios de abril, y las otras dos, a comienzos de septiembre. Se aspiraba, entre otros objetivos, a que “de las tripulaciones de los dos primeros navíos” resultaran “las dotaciones para armar en corso balandras y bergantines para combatir el contrabando”; pero, como señala Vivas Pineda, “la represión del comercio ilícito, a tenor de estas expectativas”, no era realizable, pues dependía de la conclusión “cíclica de los despachos marítimos”. En efecto, hay “ciertos lapsos en los cuales buques y tripulaciones guipuzcoanos se reintegran a la carrera transatlántica, dejando otra vez campo libre a los contrabandistas, mientras llegan los dos buques del segundo viaje y reponen las tripulaciones necesarias”.29

      Además de la situación comentada, las regulaciones iniciales de la Compañía Guipuzcoana de Caracas les abren también la puerta a los marineros caribeños cuando aconsejan qué hacer con las embarcaciones confiscadas en la actividad corsaria coordinada por la empresa:

      La embarcación apresada, de ser posible, se armaría en guerra y se destinaría también al corso, pero tratando de que, si debe enviarse a España cargada de cacao, no lleve mucha marinería de los navíos para que a estos no les falte gente, que puede suplirse para tripular aquella con gente de la misma provincia de Venezuela. Se prevé, sin embargo, que los navíos del segundo viaje lleven cincuenta marineros más entre los dos, para reponer los muertos en acción o por otras causas.30

      Está claro que el rol central de los marinos caribeños no se halla en la flota mercante, sino en las naves corsarias. Pedro José de Olavarriaga, primer factor de la Compañía Guipuzcoana de Caracas, pedía que las fragatas salieran a recorrer las costas de Venezuela y de Curazao para detectar la presencia de embarcaciones contrabandistas. Hecha esta vigilancia, y al recibirse el reporte de la localización de las naos avistadas, los navíos oficiales se lanzarían a ejercer el corso. Si realizaban presas, estas debían armarse de inmediato; así, para equipar las naos apresadas, los navíos oficiales debían conducir el doble de la tripulación.31 No era suficiente la disponibilidad de criollos blancos para este oficio de mar tan arriesgado y en el que se repartiría entre oficiales y marineros un tercio de las mercancías confiscadas. ¿De qué otra manera se iba a satisfacer el requerimiento numeroso sino incorporando a las filas de la marinería a sujetos necesitados, marginados, privados de acceso al poder y, en general, inexpertos en las lides del mar?32

      Por la constante escasez de marinería, la situación no cambió a lo largo del siglo XVIII. En 1757, casi veinticinco años después del periodo que nos ocupa, Pedro de Rada y Aguirre (1728-1782), oficial santanderino en funciones en la escuadra de guardacostas de Cartagena de Indias, expresaba entre frustrado y contento:

      Ultimam[en]te ha llegado a este Puerto [Cartagena] una Balandra cuio contramaestre ha hablado con el Capitan, y asegura no manifestar cuidado alg[u] no de los Guardacostas, por que está informado dela mala Tripulacion conque navegan, pero en esta salida se ha proporcionado la vella ocasión de reforzar los Javeques con la Gente de Mar de los Navios Marchantes nombrados el Zesar, y N[uest]ra S]eño]ra del Buen viage, y 30 Artilleros del Batallon dela Plaza.33

      En sus inicios, la Compañía Guipuzcoana de Caracas no disponía de navíos, ni de hombres de mar suficientes, pero tampoco de los fondos, para “montar todo un servicio de inspección” ni para “establecer una guardia permanente que vigilara los puertos, las costas y los caminos”.34 Sí poseía, no obstante, la facultad estatal para erigir una flota de vigilancia y contienda, anexando, a sus limitadas fuerzas de guardacostas oficiales, embarcaciones privadas a las que se autorizaba, por medio de licencias de corso, a reprimir el arraigado tráfico prohibido. Ante el llamado masivo y la promesa de obtener la tercera parte, libre de impuestos, del producto de las presas,35 los dueños de embarcaciones ágiles y armadas acudieron a buscar licencias de corso para armarse y surcar las costas suculentas. En el mar navegaban, en goletas, balandras y jabeques,36 desde Venezuela, cacao, añil, café, pieles, palos tintóreos, maderas finas, mulas ágiles, corazas de tortugas, tabaco de Barinas, también de alta calidad y demanda; desde Curazao, importados de Europa, vinos, aceitunas, jamones, queso, licores, aguardientes, bacalao, manteca, harina de trigo, aceite de oliva, frutos secos, tejidos finos, otros productos textiles para la vestimenta común, y de África, esclavos.37 La actividad corsaria prometía entonces grandes dividendos a través de los decomisos de cargas y naves. Del otro lado de esta situación, Jan Noach du Faij, el gobernador de Curazao (1721-1730), reconoció en 1729 la amenaza de la Real Compañía Guipuzcoana de Caracas no solo para las actividades comerciales de la isla holandesa con Venezuela, sino también con Portobelo (hoy en Panamá) y Cartagena de Indias: “Si no se saca a los vizcaínos, se acabará el comercio de los barcos holandeses en la costa de Porto Bello y la bahía de Cartagena”. Y en otra oportunidad expresó que guerreros españoles estaban acabando del todo con los negocios.38

      Otro perjuicio enorme para los curazoleños procedía de la campaña controlada