Como sabemos, después de fundar Santiago siguió al sur, donde la cosa se puso cada vez más pesada y peligrosa para establecer las fronteras del imperio, pues los mapuches de más al sur resultaron quisquillosos, bravos y poco dispuestos a someterse.
No tuvo un fin sereno, don Pedro. Hecho prisionero en la batalla de Tucapel en 1553 gracias entre otras cosas al rol central de Lautaro, le hicieron todo tipo de torturas hasta que murió. Claro que él no había sido menos sanguinario en varias ocasiones con los jefes militares mapuche.
La relación de don Pedro con Valparaíso fue muy tenue, se hizo de algunas tierras y cometió una frescura mayor.
De acuerdo a la normativa imperial, quienes llegaban como colonos no se podían ir sin su autorización. Don Pedro necesitaba ir a Perú para no quedarse debajo de la mesa en las disputas del virreinato, porque requería de dinero y apoyo para continuar la conquista.
Citó para tal fin a varios vecinos de Santiago para pedirles un préstamo, pero su pedido no cayó en tierra fértil. Así, les propuso entonces que quienes juntaran la suma estarían autorizados para volver al Perú.
Muchos que estaban cansados de las guerras e incendios de Santiago recibieron la oferta con alborozo; juntaron 80.000 dorados, vendieron sus enseres, juntaron sus haberes y partieron a Valparaíso a subirse al barco “Santiago”.
Cerca de donde está la plaza Aduana, a los pies de la subida Carampangue, don Pedro organizó una despedida bien comida y bien regada y pronunció un sentido discurso de despedida. A renglón seguido, mientras los viajeros se enjugaban emocionados las lágrimas, se escabulló y zarpó en el barco con los 80.000 dorados en la bolsa, más el equipaje de quienes quedaron en tierra.
Lo acusaron ante las autoridades, todas ellas al servicio de don Pedro, y como era de esperar les fue mal. Algunos perdieron la vida y a otros, con más suerte, solo los trataron de “falsos y envidiosos”.
Quién sabe si este antecedente fue un aporte al surgimiento posterior de la famosa “picardía del chileno medio”.
Durante la conquista y el establecimiento del poder colonial, la movida estaba en otras partes, pero con Valparaíso no pasó mucho, pues creció muy lentamente operando un comercio casi exclusivamente con el puerto de Lima, el Callao.
Era un villorrio, a lo más una aldea con pocos habitantes.
Como su principal función era servir de puerto a Santiago, el camino a Santiago era lo más importante, aunque consistía en senderos ensanchados, agrestes e incómodos. Claro que en esos tiempos casi todo era incómodo en Chile.
En el Siglo XVII se estableció “el camino de las carretas”, el que pasaba por Melipilla. Otro camino era por Caleu y la cuesta de la Dormida. Recién en 1791 Don Ambrosio O’Higgins, muy buen administrador pero mal portado cuando se lo invitaba a pernoctar en familia, abrió un nuevo camino que siguió un curso similar a la actual Ruta 68. Saliendo de Santiago por San Pablo, Pudahuel, Curacaví y la cuesta Zapata, fue “el camino de las cuestas” que logró hacerse más transitable recién en 1797 para carretas y carruajes, que se demoraban, eso sí, varios días en llegar de una ciudad a otra.
Antes de estos acontecimientos poco excitantes, pasó muy poco. Solo en 1559 se establecieron unos pocos vecinos españoles en torno a la iglesia de la Matriz. Por otra parte, suponiendo quizás que había más riquezas de las que realmente existían, llegaban por saqueo barcos piratas, entre ellos el famosísimo Francis Drake, lo que obligó a instalar algunas fortificaciones, como el Castillo Viejo a los pies del cerro Artillería.
No fue Drake el único pirata, corsario en este caso, que saqueó Valparaíso; también estuvieron entre otros Cavendish, Gerritsz, Van Noort y Van Spilbergen, quienes se iban un poco decepcionados por el magro botín.
Bartolomé Sharp (es solo un alcance de nombre con el joven político actual), quien era parece muy cruel y destrozón, tuvo el tino de saltarse Valparaíso y seguir de largo hasta Coquimbo, no dejando títere con cabeza en La Serena, tanto así que por muchos años cuando un niño hacía muchas maldades había un dicho popular que decía: “Llegó Charqui a Coquimbo”.
La Colonia en Chile fue dura y belicosa, marcada por la Guerra de Arauco, por el espíritu de frontera, por la importancia del ejército, por el trabajo afanoso sobre una tierra fértil, por la riqueza mineral tardía.
Chile se construyó con guerra, tierra y religión, lo que estableció sus ventajas y sus límites.
A Valparaíso le faltaron en el período colonial la tierra y la guerra, y como puerto lo que necesitaba era comercio, finanzas, movimiento, de lo cual había muy poco.
Las tierras se repartieron pronto: Pastene, Juan Elías, Martín García y Juan Gómez de Almagro tuvieron lo suyo; el resto, los mercedarios, los franciscanos, los dominicos y los jesuitas.
“Ciudad de frailes y cañones”, dirá más tarde Benjamín Vicuña Mackenna en su Historia de Valparaíso.
Pero esos primeros personajes poderosos fue poco lo que construyeron. Como dicen los autores de la muy buena Guía de Arquitectura de Valparaíso (cuyos nombres cuesta encontrar entre los de las autoridades editoras), en el primer Valparaíso no se encuentra el barroco sino apenas su espíritu de oscuridad.
Gómez de Almagro era particularmente activo en materia de maldad, respecto de lo cual Leopoldo Sáez nos dice en su libro Valparaíso que el dueño de la quebrada Carampangue usaba a destajo su autorización para “atormentar y quemar cualquier indio para saber lo que conviene”. Así, los changos se fueron arrinconando hacia la costa del cerro Barón, hasta que tendieron a mestizarse o extinguirse en la aldea.
Lo que sí había era un activo mercado de esclavos: en 1660 se vendían negros, mulatos y mapuches, imagino prisioneros de guerra.
El esclavismo acompañó todo el período colonial. Solo en 1811 se declaró la libertad de vientre y en 1823 se abolió la esclavitud, lo que fueron fechas tempranas si consideramos lo sucedido durante el siglo XIX en otras latitudes.
Las cosas para Valparaíso recién mejoraron algo con las reformas borbónicas y sobre todo a fines del siglo XVIII con el empuje de Ambrosio O’Higgins.
Es necesario aclarar que entre 1544 y 1712 el mar llegaba hasta la calle Serrano de hoy y que el puerto estaba dividido por el mar del resto de la ciudad a la altura de la cueva del chivato, lugar lleno de mitos y fantasmas donde naufragaron muchas naves.
Al otro lado estaba el Almendral, lugar que pertenecía a Martín García a quien, vaya a saber uno por qué, le dio por plantar almendras.
En el siglo XVII se creó el Corregimiento y se declaró plaza militar, su gobernador residía en el Castillo San José en el cerro Cordillera, lo que convirtió a ese cerro en el más importante de ese tiempo.
En el siglo XVII poco a poco creció el comercio con el Perú; así, vino, cebo, carne salada, cueros y quesos constituían la mayoría de los cargamentos.
A principios de ese siglo había cuatro iglesias, cien casas y un buen número de chozas.
En 1791 se constituyó el primer cabildo y se logró que el rey de España la nombrara ciudad con el nombre de “Nuestra Señora de las Mercedes de Puerto Claro”, aunque todos siguieron llamándole por su nombre: Valparaíso.
Mientras tanto, tuvo fuertes terremotos. En 1730, magnitud 8,7 de la escala Richter, además de incendios a granel y naufragios.
Valparaíso llegaba entonces al proceso de independencia y la gestión de la República con unos pocos miles de habitantes, un modesto y primitivo muelle y una menguada actividad comercial que se expandirá velozmente en el Chile independiente. Será en este Chile que las cosas mejorarán para el puerto y darán un vuelco positivo, momento en que la libertad de comercio hará que el número de buques en la bahía aumente.
Era un paso obligado de las naves que venían de pasar el Cabo de Hornos y necesitaban llegar a distintos destinos en la costa del Pacífico, y ese fue el comienzo de la leyenda