10 Me refiero a clase media y clases pobres y ricas en el sentido en que lo hace Evelyne Sullerot, es decir, haciendo referencia a la cantidad de ingresos económicos. En el cap. I se caracteriza más ampliamente la población de la cual partieron mis reflexiones.
11 Evelyne Sullerot comenta al respecto que «las relaciones entre los sexos son más igualitarias en las clases medias y conservan formas más patriarcales en las clases más pobres y más ricas de la población», agregando que «la igualdad de roles no se traduce siempre por igualdad de estatuto y de poderes para los dos sexos» (IX).
I. La dependencia económica en las mujeres
El fantasma de la prostitución y su incidencia
en ciertas inhibiciones en las prácticas cotidianas
con el dinero
«…el primero y más indispensable de los pasos hacia la emancipación de la mujer es que se le eduque de tal manera que no se vea obligada a depender ni de su padre ni de su marido para poder subsistir: posición esta que en nueve de cada diez casos la convierten en juguete o en esclava del hombre que la alimenta, y en el caso número diez, en su humilde amiga nada más».
John Stuart Mill (I)
La dependencia económica: una forma de subordinación femenina
Son muchas y variadas las situaciones de dependencia que es posible encontrar a nuestro alrededor.
Los niños dependen de los mayores, los discapacitados de los hábiles, los enfermos de los sanos, los analfabetos de los letrados, los pobres de los ricos.
Se trata de una amplia gama de dependencias. Unas necesarias como la dependencia infantil; otras dolorosamente ineludibles como la dependencia de los enfermos y discapacitados.
Una tercera, socialmente denigrante como la de los analfabetos y los pobres, es compartida con la dependencia de las mujeres hacia los hombres.
Estas últimas no pertenecen al orden de la naturaleza. Pertenecen fundamentalmente al orden de la cultura y han sido pacientemente construidas a través de los siglos por sabios y pensadores que erigiéndose en representantes de un orden divino y de una verdad indiscutida condenaron a la mujer a una situación de subordinación.
Este continuo, sutil e intencionado trabajo obtuvo su broche de oro cuando las sociedades comenzaron a normativizar el funcionamiento de sus miembros al salir de los regímenes feudales e incluyeron en sus legislaciones normas precisas que subordinaban la mujer al hombre en lo social, cultural y económico.
El código civil argentino, heredero del código romano y napoleónico, ubicó a la mujer junto a los niños y los discapacitados en una total dependencia del hombre (de su padre primero y de su marido después).
Recién en 1968 la modificación del Código Civil Argentino incluyó a la mujer como sujeto jurídico.
Esta subordinación que llegó a formar parte constitutiva de una supuesta «condición femenina», ha sido transmitida ininterrumpidamente, en forma manifiesta y latente, a través de todos los canales de transmisión de la cultura: fundamentalmente a través de la educación que utilizó, además, a las mujeres —las madres y las maestras— como instrumento de su difusión.
De generación en generación, de madres a hijas, de maestras a alumnos, fueron transmitiéndose los modelos de feminidad que incluían —necesariamente— la subordinación de la mujer al hombre12.
La lucha de muchas mujeres y de algunos hombres que rechazan la explotación y la discriminación entre seres humanos, ha promovido cambios tendientes a la igualdad.
Se modificaron algunas legislaciones, se abrieron posibilidades laborales, se permitió a las mujeres acceder al conocimiento y finalmente en algunas sociedades (no muchas) y ciertas clases sociales (no todas) algunas mujeres llegaron a disponer de iguales posibilidades de desarrollo que los varones. En el mundo actual la mujer accedió al ámbito público, al trabajo remunerado y por lo tanto al dinero… Sin embargo, las mujeres siguen perpetuando actitudes de subordinación económica.
La independencia económica que algunas de ellas lograron no ha sido en absoluto garantía de autonomía. En algunos casos han llegado a renegar de una independencia que les agrega jornadas de trabajo13.
Sería ingenuo pensar que el problema de la dependencia en las mujeres (y en particular la económica) se acaba con el acceso al dinero.
No sólo hay que poder acceder al dinero (cosa nada fácil) sino también hay que poder sentirse con derecho a poseerlo y libre de culpas por administrarlo y tomar decisiones según los propios criterios.
Y esto último no es lo que ocurre con mayor frecuencia. A pesar de! «mal negocio» que termina siendo la dependencia económica para las mujeres, resulta sorprendente constatar las reticencias de las propias mujeres a promover un cambio en este sentido.
Estas reticencias para el cambio estarían relacionadas —entre otras cosas, y desde una perspectiva psicológico-social—, con lo que denomino el «fantasma de la prostitución»14.
Este fantasma sintetiza y condensa una cantidad de inquietudes, pensamientos, vivencias y situaciones que reiteradamente surgían en los grupos de reflexión con mujeres.
Este fantasma, junto con otros dos —el de la «mala madre» y el de la «feminidad dudosa»— son la expresión de una mentalidad patriarcal y contribuye a favorecer y perpetuar la dependencia económica.
El fantasma de la prostitución
El dinero, en calidad de moneda y valor de cambio, se ha caracterizado por circular fundamentalmente fuera de lo familiar. Ha estado siempre asociado al ámbito público y se ha constituido en el intermediario preferencial del intercambio económico.
Históricamente, dicho intercambio ha estado en forma casi exclusiva en manos de los hombres. Los hombres, poseedores del dinero, accedían a las mercancías deseadas, comprando y recibiendo a cambio de su dinero cosas o personas. La esclavitud es el ejemplo más contundente de cómo las personas transformadas en objeto, son adquiridas a cambio de dinero. Dentro de esta categoría podría ser ubicada la prostitución. Una particular manera de comprar y de vender un servicio personal que previamente ha sido «cosificado» y transformado en objeto, factible de ser entregado y adquirido a cambio de dinero.
No voy a referirme en esta oportunidad a la prostitución en sí como fenómeno psicosocial, político-económico e ideológico, temas de por sí harto complejos. Voy a referirme a la prostitución en tanto ha sido una actividad siempre presente, constitutiva de la cultura occidental judeocristiana, desde los albores de la historia e íntimamente ligada a la mujer y el dinero.
La prostitución aparece como una actividad ligada fundamentalmente a la mujer, en donde se focaliza a aquel individuo que entrega algo personal «cosificado» a cambio de dinero, dejando fuera de foco al otro de la transacción: el que da el dinero.
Si bien resulta obvio que toda transacción implica y compromete a todos los que participan de la misma, en el caso particular de la prostitución se enfatiza exclusivamente a aquél que entrega su sexualidad a cambio de dinero. Si bien existe también prostitución masculina, es necesario destacar que los hombres, como objeto sexual, no han sido objeto de compras y ventas masivas, de reclusión en