Los animales nos enseñan…. Vanessa Méndez Villalobos. Читать онлайн. Newlib. NEWLIB.NET

Автор: Vanessa Méndez Villalobos
Издательство: Bookwire
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Жанр произведения: Книги для детей: прочее
Год издания: 0
isbn: 9789877984620
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      Tu Biblia dice: “El que tiene cuidado de lo que dice, nunca se mete en aprietos”. Proverbios 21:23.

      Hagamos un experimento: saca tu lengua y trata de levantar una galleta; sostenla y cuenta hasta cinco. ¿Pudiste hacerlo? Ahora, sostén la mitad de una manzana; cuenta de nuevo. ¿Cómo te fue? Un intento más; sostén un plátano completo. ¿Lo lograste? ¡Estuvo muy difícil, ¿verdad?!

      Existe una ranita en Sudamérica que con su lengua puede cargar el equivalente a su pro­pio peso y más. Esto se debe a que tiene una lengua con gran capacidad para adherir alimentos de cualquier tamaño, como si tuviera un pegamento poderoso en ella.

      A veces nuestra lengüita se parece a la de la rana sudamericana. Cuando decimos mentiritas, es como si se nos pegaran en la boca y, en lugar de quitarlas, van aumentando cada vez más. Esto daña a otras personas y también a nosotros mismos, y nos mete en problemas de los que no podemos salir.

      La próxima vez que te veas tentado a decir una mentira, pídele a Jesús que te ayude a decir la verdad, aunque te cueste mucho trabajo decirla; a pesar de que coseches consecuencias negativas para tu vida. ¡Honra a Jesús diciendo siempre la verdad!

      Oremos: “Querido Jesús, ayúdame a decir siempre la verdad, aun­que sea muy difícil. Quiero honrarte en todo momento. Amén”.

      Tu Biblia dice: “[…] Y el perezoso gira en la cama”. Proverbios 26:14.

      –¡No me digas perezoso! –exclamó Betito.

      –¡Sí! ¡Eres un perezoso! –contestó Magui–. ¡No quieres ayudarme a barrer!

      –¡Pero he recogido mis juguetes y mi ropa está en su lugar! –refutó Betito–. Además, no sé qué es un perezoso.

      –¡Pues es un animal muy flojo! –dijo Magui.

      La abuela Rosita pasaba por allí y escuchó la discusión que tenían los hermanitos. Entonces sacó un libro de animales y buscó entre sus páginas a un animalito que estaba colgado de la rama de un árbol, llamado “perezoso”.

      –¡Ya ves! –exclamó Magui–. Te dije que es muy flojo.

      –No, Magui, el perezoso no es flojo. Lo que pasa es que se alimenta de hojas, de tallos y de brotes. Como estos alimentos no son suficientes para mantenerlo activo, el perezoso debe distribuir sus energías; por eso su metabolismo es lento, al igual que él.

      –¡Ah! Yo pensaba que dormía y no hacía nada por flojo –dijo Magui.

      –Cuando tu hermanito crezca podrá realizar todas esas cosas. Cuando tú eras pequeña tampoco podías hacerlas y eso no significa que hayas si­do como el perezoso –explicó la abuelita.

      –Perdóname, Betito. Te prometo que ahora te enseñaré y te ayudaré a hacer las cosas que no puedas hacer –dijo Magui.

      Jesús desea que los niños cumplan con sus responsabilidades con el me­jor esfuerzo.

      Oremos: “Querido Jesús, gracias por darnos fuerzas para hacer la parte que nos toca cumplir en casa y en la escuela de la mejor forma posi­ble. Amén”.

      Tu Biblia dice: “Purifícame con hisopo, y quedaré limpio; lávame, y quedaré más blanco que la nieve”. Salmo 51:7.

      Fifí era un gatito hermoso con pelo gris y ojos ver­des. Su dueña era mi vecina Lore. Cada vez que lo veía, estaba lamiendo su cuerpo, sus patitas y terminaba con su cola. Cuando se lamía las patas, enseguida se pasaba una por su rostro, como para asearlo.

      Fifí caminaba en la arena y se detenía más adelante para limpiarse. Para mí, era sorprendente ver a ese gatito lamerse, como queriendo estar siempre impecable. Entonces le pregunté a Lore si bañaba a Fifí con agua y jabón, porque me parecía que estaba sucio. Ella me explicó que los gatos se acicalan porque no pueden sudar ni jadear, y que eso tam­bién les sirve para mantener una temperatura adecuada de su cuer­po y su pelaje más suavecito.

      Conozco a algunos niños que son lo contrario de Fifí. ¡No les gus­ta bañarse! Mami les habla mucho para meterlos a la ducha, y no hacen caso; otros lloran, porque no les gusta. ¡Pobres niños! No saben que nuestra piel necesita agua y jabón para eliminar las bacterias que quedan en ella diariamente.

      Jesús también te limpia de todas las cosas malas que haces. A él debes decirle en oración lo arrepentido que estás y pedirle perdón. Verás cómo te sientes feliz.

      Oremos: “Gracias, Jesús, porque siempre me perdonas cuando cometo un error. Limpia mi alma. Amén”.

      Tu Biblia dice: “Piensen en las cosas del cielo, no en las de la tierra”. Colosenses 3:2.

      Hoy te daré pistas de un animal y tú adivinarás de quién se trata: es un pez, le encanta el agua dulce y el agua salada, siempre y cuando esté bien fría. Le gusta viajar. Estos peces tienen un color pálido, pero cuando van a poner sus huevecillos ad­quieren colores brillantes. A los osos les encanta comerlos… ¿Sabes de qué pez te hablo? ¡Claro! Del salmón.

      Una de las principales características del salmón es que se reproduce en agua dulce y, cuando ya es mayor, le gusta viajar hacia el mar. Pero ¿qué crees? Este viaje conlleva muchos sacrificios, ya que el salmón debe viajar contra la corriente, pasar por algunas plantas acuáticas que lo lastiman y —lo más difícil— por el peligro de ser comido por otros peces o, peor aún, por un oso.

      Este pececito me recuerda que nosotros estamos en un viaje al cie­lo con nuestro Jesús, pero, mientras llegamos allá, tenemos que atravesar muchas situaciones que a veces nos lastiman o nos hacen sen­tir mal. Es en esos momentos que debemos dirigir nuestra vista hacia Jesús, para seguir sus pasos, y tomarnos fuerte de su mano para que la corriente de este mundo no nos lleve.

      Oremos: “Querido Jesús, ayúdame a obedecerte mientras estoy aquí en la Tierra. Quiero ir al cielo contigo. Amén”.

      Tu Biblia dice: “Habló, y vinieron enjambres de moscas y piojos en todo su territorio”. Salmo 105:31 (RVR1995).

      –¡Mamá! ¡Creo que tengo una enfermedad en la cabeza! –exclamó Edgar, rascándose muy fuerte con sus uñas.

      –¿Por qué, hijo? –preguntó la mamá.

      –Porque me pica mucho. ¡No aguanto, mamá! –insistió Edgar. La mamá le revisó la cabeza y vio unos pequeños insectos en ella.

      Ahí mismo le quitó los piojitos que ya habían ocasio­nado daño. Compraron un champú especial y quitaron los demás.

      ¿Te has imaginado lo que pasaron los egipcios y sus animales con la plaga de los piojos? Dios quería que el Faraón dejara salir a su pueblo y este se rehusaba a dejarlos libres.

      Cuando pienso en esta historia de la Biblia, me imagino que los pio­jos son como los malos hábitos que a veces tenemos. Creemos que nadie