Por supuesto, la nómina de ediciones de la Leyenda de los santos fue mucho más amplia. Gracias al Regestrum colombino sabemos de la existencia de una impresión de la obra en Toledo, en 1511, quizá debida al mencionado Juan Varela. A este último, sin duda, cabe atribuir otra edición llevada a cabo en Sevilla hacia 1520, de la que se conservan algunos restos, y que no debe ser confundida con la representada por el citado volumen de Loyola, levemente posterior. Poseemos también la noticia bibliográfica sobre un ejemplar impreso en Zaragoza, por Juan Bernuz, en 1551, hoy lamentablemente desaparecido.10 Y en torno a 1567 hubo de ver la luz una edición del santoral en las prensas de Andrés de Angulo, en Alcalá de Henares, que no cabe identificar con la ya citada impresión de Sebastián Martínez, en la misma ciudad y en ese mismo año, a tenor de la información que sobre aquella aporta un valioso —y casi desconocido— paratexto.11
Con todo, las noticias acerca de esas impresiones perdidas son especialmente interesantes para el período anterior al primero de los volúmenes conservados: el impreso por Juan de Burgos en los últimos años del siglo XV. Como demostró en su momento Harvey L. Sharrer —y han corroborado con posterioridad Fernando Baños y Víctor Infantes—, el texto sacado a la luz por Juan de Burgos muestra numerosas lecciones separativas, que permiten descartarlo como fuente del resto de las ediciones conocidas y obligan a postular la existencia de al menos una impresión previa, de la que derivarían todas ellas.12 De hecho, ahora sabemos que no hubo una, sino varias ediciones anteriores a aquella burgalesa. Por lo pronto, dos zaragozanas, testimoniadas por un par de documentos exhumados por Miguel Ángel Pallarés, en los que se alude a un inespecífico «flos sanctorum», que, sin duda alguna, hemos de identificar con nuestra Leyenda de los santos. Según uno de esos documentos, fechado en enero de 1490, el maestro impresor Juan Hurus vendió setecientos ejemplares del santoral a Luis Malférit, asumiendo su transporte a Medina del Campo o Valladolid. Esa edición de la obra había sido iniciada por el propio Juan Hurus y sería culminada por su hermano Pablo, quien, a su vez, tendría comenzada en marzo de 1492 una segunda impresión del texto. Así lo muestra un nuevo documento, en el que Pedro Porras, mercader de Burgos, solicitaba el envío a Medina del Campo de ochocientos ejemplares «nuebament enprentados (...) en la present ciudat de Çaragoça». Pablo Hurus recibiría la suma de trescientos ochenta ducados por los libros, haciéndose cargo de nuevo de su transporte, y renunciando no solo a vender en Castilla los volúmenes que habían quedado en su imprenta, sino incluso a publicar más ejemplares de ese título en un plazo de dos años.13
Ambos documentos, así pues, confirman la existencia de ese temprano periplo de la obra por las prensas zaragozanas, intuido en su momento por Cristina Sobral desde la observación de la impronta local que muestran algunos de los materiales ubicados en los apartados que anteceden y suceden a la «sección principal» en todas las ediciones conservadas del texto. Entre los preliminares de la Leyenda de los santos figura, en efecto, un prólogo debido al Cronista de Aragón, Fabricio Gauberto Vagad, entre otras piezas relativas a la Pasión de Cristo. Y en la sección de «Santos extravagantes», incorporada como apéndice al texto, se hallan varios capítulos relacionados con algunas devociones locales, y algunos otros inspirados claramente en la traducción de las Vitae Patrum llevada a cabo por el humanista y jurisconsulto zaragozano Gonzalo García de Santa María, figura estrechamente relacionada con el taller de los Hurus.14
Todos esos materiales, por lo demás, parecen añadidos a una primitiva versión de la Leyenda de los santos más sencilla, verosímilmente carente de todos los preliminares y con un apartado de «extravagantes», en el mejor de los casos, mucho más reducido. Así parece confirmarlo el propio prólogo de Vagad, que alude de manera literal a su condición de preámbulo de un libro «nuevamente reconocido, corregido y enmendado». Por supuesto, resulta tentador suponer que todos esos materiales «aragoneses» fueron incluidos en la segunda de las impresiones de los Hurus —la aludida en el documento de 1492—, mejorando así su propia impresión de 1490, quizá carente de ellos. Pero la información que poseemos a propósito de la extensión de esta impresión más temprana invita a pensar que esos apartados adicionales figuraban ya en la misma, algo que obligaría a postular, claro está, la existencia de una edición previa al citado periplo de la obra por las prensas zaragozanas.15
A este último propósito, Fernando Baños ha defendido en fechas recientes la posible existencia de una primera impresión de la Leyenda de los santos en Burgos, debida a Fadrique de Basilea o a Juan de Burgos —si no a ambos—, anterior en cualquier caso a 1490. Algunos detalles refuerzan esa hipótesis. Entre otros, la especial vinculación con Castilla que manifiestan algunos otros capítulos incluidos en la sección final de «extravagantes», como los dedicados a san Víctores, san Antolín o san Atilano; estos dos últimos ubicados, quizá no por azar, justo al frente de la citada sección en las ediciones conocidas de la obra. En este mismo sentido, la idea de una primitiva edición burgalesa carente todavía del prólogo de Vagad —y del resto de preliminares— podría otorgar un nuevo sentido a dos enigmáticos testimonios relacionados con nuestra obra. Me refiero a los dos cuadernillos de preliminares de la Leyenda de los santos impresos en Burgos, por Fadrique de Basilea, en 1493, conservados hoy de modo exento en Londres y en Boston. Ambos cuadernillos —que, en realidad, corresponden a dos impresiones independientes, aunque muy próximas— han sido a veces contemplados como los únicos restos de una pretendida edición íntegra de la Leyenda de los santos en ese taller y en esa fecha. Pero no podemos descartar que dicha edición no hubiera llegado a realizarse nunca, y que los preliminares —copiados de las ediciones zaragozanas— hubieran nacido, justamente, para acompañar a una entrega de la obra todavía carente de ellos: por qué no, aquella primitiva versión que, hipotéticamente, habría visto la luz en la misma ciudad de Burgos antes de 1490.16
Los pasos de la Leyenda de los santos tras ese periplo castellano y aragonés se nos muestran especialmente inciertos, pero no faltan motivos para pensar que conducen hacia Sevilla. Así podría sugerirlo la presencia de una nueva nómina de santos de interés local entre los «extravagantes», sobre la que enseguida volveremos. Y así invita a pensarlo, sin duda con mayor motivo, el análisis de las xilografías que acompañan a algunos santorales tempranos. El punto de partida de ese análisis (emprendido por António-José de Almeida y culminado por Fernando Baños) es el juego de tacos utilizado para la edición de la Legenda aurea latina llevada a cabo por Mathias Huss, en Lyon, en 1486. Ese juego —que viajó después hacia Zaragoza, donde permaneció al menos hasta enero de 1492— constituye el modelo de un segundo conjunto de tacos, algo más trascendente al propósito que ahora nos ocupa. Las huellas de este último juego son algo dispersas en el tiempo, pero aparecen vinculadas invariablemente a la ciudad de Sevilla: un par de tacos fueron utilizados en las portadas de dos obras allí imprimidas (el Soliloquio de Meinardo Ungut y Estanislao Polono, de 1497, y el Speculum ecclesiae de Jacobo Cromberger, de 1512), y el juego entero sería empleado para la decoración del Flos Sanctorum renacentista sacado a la luz por Juan Cromberger en 1540. En cualquiera de los casos, es seguro que ese mismo juego sirvió para la estampación de una Leyenda de los santos mucho más temprana, y hoy perdida, toda vez que sus imágenes aparecen imitadas, por vías divergentes, en la edición de nuestro santoral debida a Juan de Burgos —elaborada, como sabemos, en torno a 1497— y en su traducción portuguesa (el también mencionado Ho Flos Sanctorum en lingoagem portugues, de 1513). Almeida sugiere que el juego de xilografías pudo ser fabricado en Zaragoza, sirviendo para la decoración de cualquiera de las ediciones de la Leyenda de los santos allí emprendidas, en 1490 y 1492, para viajar después a Sevilla, donde pudo