Los dominios territoriales del almirante se disgregaron a la muerte sin descendencia de su hijo en 1324, lo que supuso un complicado pleito sucesorio, resuelto con el arbitraje real de mayo de 1325, que dividió la herencia entre su segunda mujer y tres de sus hijas. La Baronía de Cocentaina pasó a manos de Beatriz de Lauria y Lanza, hija mayor de Roger, quien estaba casada con Jaime de Jérica. Este enlace matrimonial explica por qué la Baronía de Cocentaina estuvo ligada a la Casa de Jérica durante más de cincuenta años, hasta que en el año 1378 Juan de Aragón la vendió a su suegro, el rey Pedro IV el Ceremonioso, por 76.000 florines de oro. Comenzó entonces una enmarañada sucesión de acontecimientos por la posesión de la Baronía contestana que no finalizó hasta que en el año 1448 pasó a manos de los Corella, segundo de los grandes linajes nobiliarios que estuvo al frente de la Casa de Cocentaina.
La familia Corella, de origen navarro, se incorporó pronto a la conquista cristiana de las tierras valencianas, pero habrá que esperar cerca de dos centurias para que uno de ellos, Eiximén Pérez de Corella, consiga fama y fortuna. Jorge Sáiz califica a Eiximén como un auténtico condottieri de la Corona de Aragón, al frente de un contingente militar de caballería profesionalizado que resultó decisivo en la frontera valenciana durante la guerra de Aragón con Castilla de 1430.64 Pero la trayectoria militar de Eiximén junto al rey aragonés no era nueva. Desde 1420 había acompañado a Alfonso V el Magnánimo en sus interminables campañas italianas, destacando en Córcega, Cerdeña y Nápoles, por lo que vio recompensada su intervención con el nombramiento como gobernador general de Valencia. Su papel decisivo en la política expansionista mediterránea de la Corona de Aragón siguió acrecentándose durante los años treinta y cuarenta, primero en el norte de África y, nuevamente, en Italia. Así lo reflejaba el historiador del siglo XVI Pandulfo Colenucio, cuando comentaba de Pérez de Corella que «todo el gobierno del rey pendía de él y de Ramón Boyl».65
Semejante actividad política y militar iba a tener una significativa repercusión económica para Eiximén, que llegó a «reunir una de las mayores fortunas entre la nobleza valenciana».66 Esta posición económica le permitió aprovecharse de la delicada situación financiera del rey en el asedio de 1448 a la ciudad italiana de Piombino, comprándole la villa y Baronía de Cocentaina por 80.000 florines de oro.67 No era la primera vez que Cocentaina servía de moneda de cambio para sufragar la «voraz» política mediterránea de Alfonso V,68 pero a diferencia de episodios anteriores, en esta ocasión Cocentaina ya no volvió al patrimonio regio. Tres días después de la adquisición de la Baronía, Eiximén Pérez de Corella conseguía el nombramiento del Condado de Cocentaina.69 El nuevo condado presentaba una articulación jurídica francamente heterogénea, resultado del proceso de conquista y repoblación durante el siglo XIII. El rey Jaime I había cedido a caballeros aragoneses un número importante de alquerías cercanas a la población de Cocentaina, pero la jurisdicción suprema se mantuvo dependiente de la villa, puesto que el monarca había ofrecido propiedades pero ninguna potestad jurídica criminal sobre los vasallos.70 Esta diversidad de dominios se complicará cuando en 1329 el rey Alfonso IV instituya la conocida como jurisdicción alfonsina, que comprendía la jurisdicción civil y la baja criminal, aumentando la potestad de aquellos señores que hasta entonces solo habían podido disfrutar de la jurisdicción civil.71 Este cambio normativo planteó continuos e importantes conflictos entre los señores de las alquerías y lugares, que pretendían alcanzar la jurisdicción alfonsina, y el barón de Cocentaina, que poseía la jurisdicción suprema o mero imperio sobre todo el territorio y no pensaba desprenderse de parte de sus atribuciones.72
Cuando Eiximén Pérez de Corella asuma la titularidad del Condado de Cocentaina, dispondrá del dominio pleno sobre la villa de Cocentaina y los lugares de Muro, Penella, Gaianes, L’Alcúdia y Benufit; pero dentro del Condado se encontrará hasta once señoríos con diferentes titulares y niveles de competencias inferiores. El objetivo tanto de Eiximén como de sus sucesores fue la adquisición de la señoría directa de estos lugares, buscando conformar un núcleo patrimonial homogéneo y sólido y, al mismo tiempo, evitar los continuos conflictos jurisdiccionales. No obstante, este proceso no tuvo una clara continuidad en el tiempo; hasta comienzos del siglo XVII solo se habían adquirido los lugares de Turballos y Alcosser. Fue con motivo de la crisis de la primera mitad del seiscientos cuando muchos pequeños señores acabaron enajenando sus posesiones en favor del conde de Cocentaina. De esta forma se agregaron a la Casa condal las señorías directas de Rahal Franch, Fraga, Benàmer, Benitaher, la mitad de Benifloret y Rafol Blanch, actual Alqueria d’Asnar.73
El papel de los Corella no se limitó a la consolidación del Condado de Cocentaina, como ya había ocurrido con sus antecesores. Todos destacaron por sus servicios a la Corona, en especial el II conde, Juan Ruiz de Corella, también gobernador general de Valencia como su padre, quien tuvo un papel prominente en la Guerra de Sucesión castellana al lado de los Reyes Católicos. La fidelidad de los Corella les permitió recibir diferentes privilegios y franquicias de los monarcas españoles, pero sus posesiones territoriales no se vieron prácticamente alteradas. Serán, de nuevo, los enlaces matrimoniales los que expliquen el crecimiento de la Casa o, más bien, su liquidación como linaje nobiliario.
En 1615, el noveno conde de Cocentaina, Jerónimo Ruiz de Corella, contraía matrimonio con la hija del marqués de Las Navas y conde de El Risco, Jerónima Dávila y Manrique. El enlace matrimonial se configuraba como una más de las alianzas entre casas nobiliarias en ascenso durante los inicios del seiscientos, pero con improbables repercusiones patrimoniales, como evidenciaba la existencia en el momento de la boda de Jerónima de tres hermanos mayores. No obstante, los acontecimientos iban a desarrollarse por unos derroteros inesperados. La precoz muerte del noveno conde sin sucesión masculina suponía el fin del linaje de los Corella y ponía en serios aprietos la gestión del Condado y la sucesión patrimonial. Afortunadamente para el patrimonio familiar, la enérgica actuación de la condesa viuda permitió proteger los intereses de su hija primogénita, Antonia Corella Dávila. En estas circunstancias hay que entender el enlace matrimonial en 1629 de Antonia, una niña de escasos diez