En el último acto, han pasado más de veinte años, y los hijos de los matrimonios poco felices, contraídos por Fernando y Carmina, cada uno por su lado, y que han vivido esos años en esa misma escalera, deciden que no harán como sus padres... «¡Cada día más mezquinos y más vulgares!». En la conversación que cierra la obra, Fernando hijo, sentado en el mismo escalón, le dice a Carmina hija: «Si tu cariño no me falta... Ganaré mucho dinero..., estaremos casados. Tendremos nuestro hogar, alegre y limpio..., lejos de aquí».
5.2 Jerarquía y clientelismo nacionalsindicalista
El proyecto estrella de los falangistas se ubicó en Deusto, distrito de la capital vizcaína donde se proyectó y llevo a cabo el barrio de San Ignacio, el proyecto que se acercó más al simbolismo de la «Arcadia» nacionalsindicalista. Cerca de allí, en 1944, se presenta públicamente un proyecto para 1.069 viviendas. Su primera fase constituyó la obra más importante llevada a cabo por la OSH en los años cuarenta. Un 7% eran viviendas humildes de 60 m2, un 42% tenían 82 m2 y tres dormitorios, y el 51% restante eran viviendas de clase media con 100 m2 y cuatro dormitorios. La composición social del barrio se programó, como más tarde se haría en las Viviendas del Congreso de Barcelona: la mitad de las unidades se reservaba para funcionarios, profesionales y pequeños empresarios; los otros dos niveles serían para trabajadores de mediana y baja cualificación. Cuando se licitaron las obras, el editorial de Arriba (23-3-1945) exultaba, con frases laudatorias para el Estado español, que por fin iniciaba «el camino de reparación» para los abandonados de la fortuna, algo que «no va a interrumpirse jamás». Una promesa de «vida digna para miles de españoles», cuyo anticipo, en Deusto, eran «1.000 viviendas en uno de los más bellos rincones de Vizcaya». El proyecto se articulaba en torno a una avenida, llamada del Ejército, y el centro era una plaza donde se ubicaban la parroquia de San Ignacio y la sede de FET-JONS; cerca de ellas se levantaba el edificio más alto del barrio, donde residirían funcionarios de mayor rango, oficiales del ejército y mandos del sindicato. Desde este edificio salía la calle de la División Azul, que terminaba en una plaza con un monumento a los «Caídos por Dios y por España» (Pérez, 2007: 233-234). Raimundo Fernández-Cuesta entregó las llaves de los primeros bloques el 22 de junio de 1950, en un acto que formaba parte del baño de masas del Caudillo en Bilbao. Lo propio ocurriría con el barrio del «San Narciso en Gerona30 y la barriada de Regiones Devastadas, en la carretera de Ronda de Almería, del cual se entregaron 317 viviendas en 1944 (Ruiz, 1993).
Los procedimientos de adjudicación de viviendas en las promociones oficiales, delatan la forma en que los falangistas ejercían su influencia en los vecindarios. España era un país de «nepotismos», sobre todo en los primeros años del régimen; pero, poco a poco, las críticas se hicieron oír. Incluso el cine las integraba en sus guiones: el actor Pepe Isbert, en una secuencia memorable de El verdugo, pide la recomendación de un académico de la «lengua» con el objeto de ganar para su yerno una plaza de «verdugo»; con la plaza se lograría un empleo estable y un piso para la familia. El académico promete «hacer lo que pueda» y el empleo es para el yerno del veterano «verdugo». Este, con el empleo, logra acceder a una vivienda promovida por el Patronato de funcionarios de justicia.
El enchufismo propiciaba que las viviendas de los «grupo modelo» se adjudicaran a funcionarios, policías, miembros de los sindicatos y recomendaciones varias. Esta composición del vecindario repercutió en la escasa y tardía incorporación de esos barrios a las luchas urbanas de los años sesenta. José Antonio Pérez (2007) recogió testimonios, que revelan el inmovilismo del de San Ignacio:
• Nos enteramos que estaban construyendo estas casas. Mi mujer, que era del mismo pueblo que Carrero Blanco, le escribió una carta. Y a los pocos meses nos contestó su secretario o uno así, diciéndonos que nos la habían concedido.
• Nosotros vivíamos con la familia de mi hermano, y otra familia más en una especie de chabolas en las laderas del Peñascal. Era como una casita de muñecas. Así que cuando llegamos aquí, y todo hay que decirlo, por una serie de recomendaciones, nos pareció otro mundo.
• Un gran número de vecinos fuimos enchufados. Ese fue mi caso y el de muchos de mi portal y de los portales cercanos. Fue así. Nos concedieron una vivienda en un buen barrio. Yo era maestro y qué más puedo decir.
Los barrios nacionalsindicalistas, con su ambiente de clientelismo, y con la inclusión de vecinos adictos al régimen y miembros de los aparatos sindicales y policiales, tenían un ambiente poco propicio al asociacionismo reivindicativo. Como le dijo a José Antonio Pérez un viejo militante sindicalista: «Era muy difícil organizar cosas en un barrio que tenía un cierto perfil oficial. Primero había mucha gente que debía favores; además, en todos los bloques había un policía o un guardia civil. Y luego, había un cierto sector identificado con el régimen [...], la gente se dedicaba a su trabajo y sus cosas» (p. 243).
El orden urbano nacionalsindicalista tendría que haber culminado en el proyecto de la Capital Imperial. Madrid tenía que ser escaparate del nuevo orden totalitario, cuyo modelo era el Orden Nacionalista emergente en Europa. Cuando Bidagor inauguró una exposición sobre la Nueva Arquitectura Alemana del nazismo en los palacios del Retiro, la prensa y las revistas resaltaban el núcleo ideológico del nuevo urbanismo: «[...] El pueblo no puede existir sin una ordenación, sin aquella fuerza de configuración autoritaria, tan emparentada con la Arquitectura misma» (Reconstrucción, 26, 1942).
Porque para los falangistas, la jerarquía establecida en torno a una elite era el eje que movía el progreso urbano. Eduardo Aunós, en un artículo titulado la Virtualidad de la Urbe, decía de la ciudad que era el sitio donde perdía poder la intromisión rural en la vida de las diferentes individualidades, que así adquirían libertad, pero no igualdad: «Porque la igualdad mata el carácter civilizador de la ciudad. La ciudad cumple su misión civilizadora por la jerarquía que la somete a las elites y, contra este fruto espléndido, se eleva el innegable peligro del igualitarismo» (Arriba, 4-2-46).
La importancia de la jerarquía, plasmada en el punto 26 de Falange, «La vida es milicia», unida al urbanismo organicista del Madrid imperial de Bidagor, permiten vislumbrar las ensoñaciones falangistas de los primeros años de la Victoria. No sería exagerado decir que su percepción arquitectónica del país futuro tenía resonancias de un «cuartel de La Legión» en día de revista de policía: higiénico, aireado, ordenado y limpio. Todo un «banderín» viviendo en compañía, sin mezclar las clases, y todos a la vista para facilitar la vigilancia. Y, sobre todo, la convivencia en un mismo edificio, que fomenta la pedagogía por el ejemplo y la emulación hacia los mandos.
Como en la «milicia» el subordinado tiene la obligación de obedecer, pero en los particulares valores castrenses la obligación principal es del mando: cuidar y proteger a sus subordinados. Darles estabilidad en las rutinas y seguridad frente a los riesgos innecesarios. Muguruza y Bidagor piensan la ciudad en términos de intendencia y logística, pero sobre todo de jerarquía. El Plan de Madrid, el segundo diseño, estaba inspirado por esas virtudes militares. Sus barrios interclasistas no implicaban a todos los escalones de la pirámide, pero, como se verá, trataban de evitar edificios solo para la «tropa». Tal y como proclamaban los arquitectos falangistas de 1939.
Queremos hacer notar que hasta ahora se construyen barrios independientes y distintos para diversas clases sociales, que fomentan y excitan la lucha de clases. Y ahora queremos hacer barrios para gentes que estén unidas por un fin común, dentro de estos barrios estará comprendida toda la jerarquía desde la máxima hasta la mínima [...]; la zonificación urbana es la tradición material de la lucha de clases socialista que hay que desterrar... (S. T. de FET y JONS, 1939).31
1 Pautas: huellas mnémicas que orientan la conducta de los agentes humanos y son aspectos duraderos del sistema social