XII-2.- El Estado asume la tarea de multiplicar y hacer asequibles a todos los españoles las formas de propiedad ligadas vitalmente a la persona humana: el hogar familiar, la heredad de tierra y los instrumentos o bienes de trabajo para uso cotidiano.
XII-3.- Reconoce a la familia como célula primaria natural y fundamento de la Sociedad, y al mismo tiempo como institución moral dotada de derecho inalienable y superior a toda ley positiva. Para mayor garantía de su conservación y continuidad, se reconocerá el patrimonio familiar inembargable (Fuero del Trabajo, 1938).
Esa propiedad no sería la propiedad liberal de regímenes anteriores, ya caducos; tenía una finalidad, y era obligación del Estado velar por su protección. Se trataba de una vivienda familiar, facilitada a bajo coste, que se destinaba únicamente a habitación de sus propietarios, no pudiendo ser objeto de arrendamiento total o parcial, ni transformada en local de negocio. «El impago de cuotas de amortización, el uso abusivo, el mal estado de conservación, o la negativa a pagar las obras de conservación darían lugar a la resolución de la venta», aunque tendría derecho el beneficiario «al reintegro de los desembolsos realizados, con la deducción de los gastos de reparación necesarios».25
La simbología de la vivienda en propiedad para los falangistas fue expuesta desde el primer momento por los dos dirigentes que pilotaron la política social. Para Arrese la propiedad contribuía a «la redención del proletariado, un cambio de dueño capitalista en dueño trabajador, cambio conseguido [...] por medio del camino honrado del trabajo», «[porque] el hombre tiene derecho a una religión, a una patria, a una familia, a una propiedad, que son patrimonio común y principios inconmovibles de la vida» (Arrese, 1940: 12).
Para Girón, la vivienda en propiedad poseía la virtud de asentar al obrero y evitar la movilidad, facilitando la creación de familias, y moderando con ello, e incluso haciéndola desaparecer, la combatividad. Por eso sus discursos sobre la vivienda se mezclaban con actos políticos en unas comarcas y ante unos grupos profesionales con un historial importante de lucha social. A veces, los actos estaban asociados con la inauguración de centros de formación profesional o, en el caso de pescadores, con la entrega de embarcaciones para la pesca de bajura. Este es el caso en Málaga, en febrero de 1951:
Mientras la tierra solo os ofrezca un tugurio en una playa [...], tenéis que maldecir el trozo de planeta sólido donde vuestra familia devora las horas angustiosas [...] Esta es la razón, camaradas, de nuestra preocupación por dotaros no solamente de instrumentos de trabajo propios, sino de casa y de tierra propias. Unas paredes blancas, una casa soleada y limpia, donde penetre el aire embalsamado de vuestra Málaga inigualable, [...] Camaradas, levantad vuestros corazones [...], cuando de regreso a puerto las cumbres más altas de España, las rosadas cumbres del Mulhacen os señalen la enfilación de la última recalada, enorgulleceos de ser los hijos de la tierra más bella del mundo, donde por definición, todos los hombres son valientes, todas las flores fragantes y todas las mujeres hermosas (Girón, 1952, t. IV: 80-81).
El simbolismo estuvo reforzado por la imitación de las clases medias, sobre todo los militares y los funcionarios del Estado y de los sindicatos, que en plena época del hambre recibían viviendas en propiedad, generosamente financiadas; pero también de los trabajadores de grandes empresas y de empresarios mimados por el régimen; de los hombres del mar26 y los agricultores cerealistas, receptores, asimismo, de casitas en propiedad. La emulación hacia esos sectores sociales alimentó en el resto de las clases subalternas los valores que asociaban estabilidad y familia con propiedad del hogar. «El ideal es que cada familia sea propietaria de su hogar», diría Arrese (ABC, 8-2-1958).
Ese mensaje explica que los sucesivos directores del INV se reiteraran en la prioridad de la tenencia en propiedad para las viviendas de promoción oficial, y que todas las instituciones relacionadas con ellas contribuyeran a su andamiaje cultural. En fecha tan tardía como 1959, el inspector jefe de la Vivienda recordaba a los olvidadizos que las viviendas sociales se cedían en propiedad.
P. [...] sería útil para los lectores saber cuáles son las rentas máximas y mínimas de las viviendas aludidas.
R. Las rentas que percibe la Obra Sindical del Hogar por sus viviendas no son por alquiler sino en régimen de amortización y oscilan entre las 80 y las 750 pesetas mensuales... (García Lomas: Hogar y Arquitectura, 20, 1959).
La enorme oscilación en la cifra de las amortizaciones que estaban pagando los beneficiarios (80 a 750) reflejaba las elevadas tasas de inflación registradas en los primeros veinte años de la Obra del Hogar, que habían posibilitado la reducción, en pesetas constantes, de las amortizaciones de préstamo a una pequeña renta, inferior a cualquier alquiler. Los largos plazos de amortización fueron, indudablemente, uno de los factores que contribuyeron a consolidar la cultura de vivienda en propiedad (Esteban, 1999b).
La consagración en el Fuero del Trabajo de la doctrina de la vivienda en propiedad desde 1938 y el apoyo de la Iglesia no fueron óbice para que se levantaran voces que defendían los intereses del propietario rentista de inmuebles. ABC no veía razones para que todo el mundo fuera propietario (ABC, 13-01-1949), y desde ese diario César Cort, catedrático de urbanismo y concejal de Madrid, decía que el hogar propio pertenecía al acervo cultural de la clase media, afín al valor del ahorro, y no era extrapolable: «La vivienda social es Beneficencia, no un derecho», y «ningún estado del mundo» es capaz de «dotar de vivienda a todos sus habitantes».27
Los «hogares higiénicos y suficientes en propiedad» fueron un símbolo que inspiró las Leyes de la vivienda, los Institutos y Obras del Estado, y también de la Iglesia, y toda una escenografía, que cobraba sentido en el imaginario falangista de que la propiedad de la vivienda era un medio para la paz social. Esta retórica chocó con su peor enemigo, la contabilidad y los negocios. Pero Falange salvó la «vivienda en propiedad» cuando en 1957 llegó la oportunidad del Ministerio de la Vivienda. Entonces buscó un nuevo impulso simbólico, que reflejara con potencia propagandística los contenidos sociales, tantos años defendidos con promesas incumplidas y aplazadas. Después de unos pocos titubeos, Arrese lanzó su famoso eslogan «No queremos una España de proletarios, sino una España de propietarios», y en su último acto oficial en Alemania como ministro de la Vivienda dejó este documento titulado Comunidad Internacional de la Vivienda:
V. HOGAR, PROPIEDAD PRIVADA: La propiedad privada del hogar es el mejor procedimiento para la realización de las virtudes que en él se condensan: es, además, uno de los medios mejores para levantar, sobre el grito melancólico de las masas proletarias que nada poseen, el himno de gloria que entonan las masas cuando se hacen propietarias de las cosas que constituyen su entorno.
VI. EL HOGAR, INVIOLABLE E INEMBARGABLE: El hogar, considerado como parte esencial de ese conjunto de cosas que componen el patrimonio espiritual de la familia, debe ser declarado inviolable e inembargable (Arrese, 1966: 1476).
5. LA ARCADIA FALANGISTA: EL BARRIO NACIONALSINDICALISTA
Facilitar vivienda higiénica y alegre a las clases humildes es una exigencia de justicia social que el Estado Nacional Sindicalista ha de satisfacer [...]. Ningún sacrificio puede resultar al Estado más agradecido y más recompensado. El agradecimiento se traducirá en el orden social producido por el bienestar más íntimo de las familias trabajadoras, que es el que brota en el seno de un hogar agradable. La recompensa la encontrará pronto en el vigor moral y físico de la raza (Ley 19-04-1939, en Mayo y M. Artajo, 1947).
La intención de Falange con la Obra del Hogar era crear zonas de influencia, barrios modelo que la penuria de medios y la pérdida de poder posterior le impidieron desarrollar. El barrio nacionalsindicalista tenía que ser una especie de guía, espejo de la ideología falangista sobre la ordenación jerárquica y paternalista de la sociedad, cuya base era la familia, con su hogar propio, higiénico y luminoso.