Del pisito a la burbuja inmobiliaria. José Candela Ochotorena. Читать онлайн. Newlib. NEWLIB.NET

Автор: José Candela Ochotorena
Издательство: Bookwire
Серия: Història i Memòria del Franquisme
Жанр произведения: Документальная литература
Год издания: 0
isbn: 9788491345077
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de conducir a la patria por los caminos de la prosperidad ¿Quiénes, si no los nacidos de hoy, son los hombres que mañana han de defender a España?

      Sin embargo, a pesar de la presión, las mujeres en España no aumentaron la natalidad (Molinero, 1998), que solo arrancó cuando las condiciones de vida se suavizaron en las décadas de los años cincuenta y sesenta, y se estabilizaron las condiciones que facilitaban los matrimonios jóvenes (Brandis, 1983). El aumento de la nupcialidad y la oferta de vivienda social fueron de la mano, sin que sea posible saber quién tiró del otro.

      3.3 Familia, cultura y propaganda

      La familia fue un argumento muy importante del adoctrinamiento franquista al país, y los periódicos y revistas fueron un vehículo de esa propaganda. El régimen controló la prensa escrita e incluso tuvo una prensa cinematográfica (el NO-DO), pero respetó los medios de la Iglesia. Esta defendió sus publicaciones y, sabiéndose muy pronto por encima del bien y del mal, se dedicó a prescribir qué problemas debían considerarse prioritarios y cuáles no, mientras utilizaba sus medios para organizar su congregación (Diéguez, 2001).

      La literatura y el cine estuvieron sometidos a la censura, como toda la creación cultural, pero los escritores y directores inventaron múltiples procedimientos para eludirla. A pesar de la persecución y la ausencia de legalidad para la libertad, el régimen no llegó a impedir que los autores burlaran el filtro del censor y se tomaran la libertad de crear (Díaz, 2001: 16). Buena parte de la cultura de esos años, en sus mejores manifestaciones, incluso la literatura de los adeptos, fue una cultura de amplia orientación crítica, aunque sujeta a una comprensible autolimitación (ibíd.: 17). También la literatura pensada como guiones radiofónicos, y luego editada por fascículos, estaba fuertemente sometida a la censura. Unas y otros no eludieron los graves problemas sociales de posguerra, como el hambre y la miseria económica, física y moral del suburbio, que describen Martín Santos y Candel en sus novelas, o Luisa Alberca y Sautier en seriales como Arrabal y Ama Rosa. Por no hablar de la angustia frente a la escasez de viviendas que reflejaron en el cine Bardem, Berlanga, Fernán Gómez, Ferreri, Nieves Conde y otros...

      Sin embargo, la literatura solo llegaba a un público minoritario, y el cine crítico, incluso el cine falangista crítico, debe gran parte de su reconocimiento al carácter de acontecimiento excepcional que tuvo en aquellos años. Con todo, las manifestaciones de rebeldía siempre tuvieron respuesta, a veces incomprensible para los destinatarios. Por ejemplo, en 1948 apareció La Guerra secreta de los sexos, ensayo de la condesa de Campo Alange, María Laffitte, donde planteaba la pregunta: ¿Pudo ser la mujer en algún momento ella misma? La condesa, bien acogida en los círculos oficiales, conectaba en su libro con la preocupación de otras escritoras de los años cuarenta, como Carmen Laforet (Nada), Carmen Martín Gaite (Entre visillos) y Ana M.a Matute (Los Abel), que desde la literatura habían expuesto la condición femenina en el paisaje moral de posguerra. El libro movilizó en su contra el recurso cultural más poderoso del momento, la radio. Luisa Alberca respondía en 1953 al «feminismo» con una obra de teatro, La última dicha, que luego convirtió, junto con Sautier, en novela corta y serial radiofónico.

      La radio fue el principal canal del adoctrinamiento. Un medio que «ofrecía una gran evasión, una realidad inventada, [...] que creaba un mundo de alegorías mentales, cuya potencia residía en que la imagen plástica que inducía era completada por el propio sujeto receptor, que de esa manera la hacía suya». Con la radio, el padre Venancio penetraba en los hogares todos los domingos a las nueve de la noche, e impartía doctrina conyugal y familiar; y todos los días, a las cuatro de la tarde, hora de máxima audiencia femenina, el programa La hora de la mujer, hablando de nuestras cosas proporcionaba clases de cocina, en las que intercalaba consejos matrimoniales. Pero la hora mágica llegaba con El serial, la novela radiada.24

      En 1947, la SER importó de Argentina un conjunto de guiones que iniciaron el género radiofónico por excelencia, «rey de las ondas» en aquellos años. Un joven y desconocido escritor, Guillermo Sautier Casaseca, fue encargado de trascribir aquellos guiones al lenguaje coloquial español, comenzando el aprendizaje de lo que sería su rentable carrera literaria, en la cual le acompañaron Luisa Alberca y Rafael Barón. A las cinco de la tarde, antes de la salida escolar de los niños, se emitía El serial. Los seriales, despojados de las libertades de costumbres del culebrón latinoamericano, ofrecían en sus tramas un mundo ideal y proclive al régimen, en el que los señoritos se casaban con las criadas (como lo príncipes se casan con las aldeanas en los cuentos de hadas), haciendo olvidar la soledad del ama de casa, que podía evadirse durante cuarenta y cinco minutos de la realidad cruel y mísera que vivía la mayor parte de la audiencia (Vázquez Montalbán, 1971). Los seriales servían enlatados, en relatos muy bien entrelazados con la intriga, los principios morales del Movimiento y el nacionalcatolicismo, vehiculizados por personajes planos, puros estereotipos (Arias, 2007). En Lo que nunca muere, el mayor éxito de la pareja Sautier-Alberca, el propio Sautier reconoció que habían programado el guion, como vehículo de «los valores de la religión, la tradición, la familia, el hogar y la fe» (Guinzo, 2004). Todos los guiones pasaban por la censura previa, lo que convierte la radio en un documento muy valioso para analizar los mensajes y valores de la ideología franquista, y muy especialmente los que se relacionan con su concepción de la familia y el hogar.

      La radio era un medio de propaganda cultural, pero sus guionistas eran reconocidos por el mundo editorial, especialmente Luisa Alberca, quien editaba en CID, junto con Wenceslao Fernández Flórez, Delibes o Rafael Aznar. De hecho, en las obras conjuntas era la autora de los diálogos, que son los elementos dramáticos que dan verosimilitud a los seriales (Barea, 1994). Su alegato «antifeminista» contra la condesa María Laffitte será su folletín más corto y dramático. La protagonista del relato, Carmen Murillo, es una mezzosoprano profesional, que se ve obligada por el marido a la elección entre sus deberes de madre y esposa y su carrera lírica; se decanta por esta última y las consecuencias son dramáticas. Carmen acaba sus días enferma y desgraciada, arrepentida y penitente; sin embargo, Fernando, el marido, que califica la profesión de la mujer de «capricho estúpido de la música», confiesa que su móvil fueron los «celos» («No podía soportar que te admiraran [...] ni aceptar las giras», o que «contribuyeras a ingresar más en la casa que yo»). El relato termina con un sermón de Fernando a su hija de 18 años: «Recordamos el mal que nos hacen, pero no el que nosotros hicimos [...]; no supe amarla como era ella». En respuesta a las dudas del padre, la joven contesta: «tú siempre fuiste bueno» y se va de paseo con el novio. En el serial, Carmen no se redime por el «perdón» del marido, sino porque «muere en la familia», y la hija la besa antes de morir. El núcleo es el hogar.

      Esos valores trasmitidos en las obras editadas de Sautier y Alberca se pueden extraer de todas sus novelas «por entregas». Sin embargo, la más tardía de ellas, El derecho de los hijos, tal vez por estar ya muy presente el cambio social de los sesenta, es paradigmática. Sautier expuso en esta obra la versión nacionalcatólica sobre las «separaciones matrimoniales», versión, además, de clase media acomodada, máxima aspiración social:

      • Para un hombre, para un muchacho, sus padres son una unidad, se pertenecen mutuamente. Esa unidad, esa unión, puede ser más o menos perfecta, pero por imperfecta que sea, mientras existe, el hijo se siente respaldado. Pero [...] si el hogar se rompe por completo, ya no es hogar. [...] La unión que dio vida al hijo se ha deshecho, como se deshace un error. Y el hijo se pregunta si él mismo, su propia persona [...], no será un error también...

      • ¡Qué cosas tan extrañas dice usted! –exclamó Laura–. No creo que mis niños pensaran nada de eso.

      • No, no lo pensarían. Lo sentirían, nada más. Pero usted ¿no ha pensado nunca que para un niño sus padres, los dos unidos, son la representación de Dios, del bien, del carácter sagrado de la vida? (p. 11).

      La Reconstrucción no aspira a dejar los pueblos de España en el estado que ayer tuvieron [...], en ocasiones incompatibles con la dignidad humana. Aspiramos a que aquellas casas cumplan las exigencias de los hogares higiénicos y alegres, para que los hijos