Se incluyen para este fin en el análisis los libros de producción directa (o más directa) del autor objeto de investigación, que dentro de la versión de las obras completas que ha publicado en varias ediciones la Editora Amauta, se titulan: Defensa del marxismo, Siete ensayos de interpretación de la realidad peruana e Ideología y política. Así, según sus contenidos, Defensa del marxismo se utilizará en una primera parte prioritariamente para exponer los ejes filosóficos y metódicos de su reflexión, y los otros dos libros señalados se usarán para hacer explícita, en una segunda instancia, sus ideas políticas y económicas. Dando como resultado, al final de este aparte, una visión total de los lineamientos propuestos de su pensamiento.3
Filosofía y método en Mariátegui
Después de la Primera Guerra Mundial, la hegemonía de los Estados Unidos quedó consolidada, Europa entró en una crisis y se presentó un momento de lucha entre el restablecimiento del capitalismo contra el avance del socialismo a causa del triunfo de la Revolución rusa en 1917. El debate intelectual, por un lado, presentaba posiciones restauradoras del capitalismo o críticas del proyecto y civilización occidentales; y por otro lado, desde la izquierda, lecturas reformistas o revolucionarias del momento vivido en busca de otro modelo social de desarrollo.
Mariátegui, dentro de la izquierda, sacaba su balance del proceso europeo, además por haberlo presenciado directamente durante un buen tiempo, con tal de brindar lo que consideraba debían ser las enseñanzas para el movimiento socialista en general, y en particular, para el movimiento revolucionario peruano. La situación de profunda disputa intelectual y social en el mundo lo llevaron a sentar posición y ubicarse en defensa del marxismo y del camino revolucionario como alternativa, teniendo en cuenta las derrotas propiciadas al comunismo internacional debido, en gran parte, a la inmovilizadora y claudicante táctica reformista del socialismo de la Segunda Internacional y, por tanto, en discusión con ese “revisionismo” heredero de la interpretación del marxismo por parte de Lassalle, que aún era influyente en el mundo sobre sectores subalternos, y que desde la óptica de Mariátegui podía llevar a nuevos fracasos.
Así es como Mariátegui en su libro Defensa del marxismo decidió precisar, entre otras cosas, lo que debía significar filosófica y metódicamente el materialismo histórico para aquellos que tenían una aspiración revolucionaria. Discutiendo con los que denomina revisionistas, como De Man y su texto Más allá del marxismo y Max Eastman y su Ciencia de la revolución, definió filosóficamente al marxismo retomando lo que Lenin había adjudicado, sus tres fuentes y tres partes integrantes, como una continuidad y superación de la tradición alemana en este campo, siendo la dialéctica su componente fundamental. Mariátegui afirmaba que la filosofía marxista se había constituido principalmente como antítesis de los desarrollos de Hegel, adoptando un punto de vista materialista.
El método dialéctico no solamente difiere en cuanto al fondo del de Hegel sino que le es, aún más, del todo contrario. Para Hegel el proceso del pensamiento, que él transforma bajo el nombre de idea, en un sujeto independiente, es el demiurgo (creador) de la realidad, no siendo esta última sino su manifestación exterior. Para mí, al contrario, la idea no es otra cosa que el mundo material traducido y transformado por el cerebro humano. (citado en Mariátegui, 1981, p. 130)
Sin embargo, si bien Mariátegui valoraba la parte filosófica y dialéctica del marxismo, no lo reducía a una filosofía, y sin caer tampoco en la tentación cientificista de precisarlo en el otro extremo como una simple teoría científica, entre ciencia y filosofía dialéctica, afirmaba que Marx creó un método de interpretación histórica de la sociedad que mantenía vivos sus contenidos teóricos al estar apegado al movimiento de masas y enriquecerse en el ejercicio de interpretación y transformación continua de la realidad. Mariátegui explicaba: “El socialismo, o sea la lucha por transformar el orden social de capitalista en colectivista mantiene viva esa crítica, la continúa, la confirma, la corrige” (1981, p. 41).
Por tanto, asimilaba a su vez en su trasegar como teoría revolucionaria lo más sustancial y activo de la reflexión filosófica e histórica que le resultara contemporánea, no plegándose a ella, sino manteniendo su núcleo esencial, recogiendo lo más fructífero para abonar a la teoría transformadora. Fue el caso de Mariátegui acorde con su experiencia vivida sobre todo en Italia y el Perú, con autores como Bergson y Sorel, sumado a que en el conjunto de sus estudios retomó a filósofos, literatos y teóricos importantes de su momento, nacionales o internacionales, incluso autores que consideraba revisionistas, para dar fuerza a sus argumentos, conociendo sus vertientes teóricas, criticándolas y, de ser necesario y valido, dándoles una interpretación desde el ala marxista por lo que le podían significar y por lo que significaban en la batalla de ideas que se libraba en los ámbitos nacional y mundial.
Metódicamente, en discusión con el revisionismo, Mariátegui afirmaba que el marxismo como doctrina política y social, acorde con su tiempo, estaba basado en la historia y la ciencia. Rechazando el cientificismo de igualar las ciencias naturales a las ciencias sociales, abogaba acorde con su tradición teórica por la autonomía del método para entender los fenómenos sociales, y explicaba que por parte del marxismo este consistía en comprenderlos sin deshacerlos de sus contenidos económicos. Mariátegui afirmaba: “Marx demostró que las clases idealizaban o enmascaraban sus móviles y que, detrás de sus ideologías, esto es, de sus principios políticos, filosóficos o religiosos, actuaban sus intereses y necesidades económicas” (1981, p. 9).
Sin embargo, Mariátegui enunciaba que existían algunos intelectuales que habían exagerado interesadamente dicho determinismo de lo económico en Marx, adjudicándole, más que una mentalidad dialéctica, una mentalidad mecanicista propia del siglo XIX. Incluso se afirmaba que el marxismo condenaba la voluntad humana a estar sometida absolutamente a leyes económicas que se realizaban por medio de la lucha de clases; sin negar como válida la crítica para la ortodoxia socialdemócrata de estirpe lassalleana, Mariátegui, por el contrario, argumentaba: “El marxismo, donde se ha mostrado revolucionario —vale decir donde ha sido marxismo— no ha obedecido nunca a un determinismo pasivo y rígido” (1981, p. 67).
En un rescate de la subjetividad, Mariátegui explicaba cómo las acciones de los agentes no eran meros efectos estructurales y, por el contrario, recobraban una importancia definitiva en los procesos sociales. De este modo, hacía explicito que “el carácter voluntarista del socialismo no es, en verdad, menos evidente, aunque sí menos entendido por la crítica, que su fondo determinista” (Mariátegui, 1981, p. 69). Así, no se trataba de reducir todo fenómeno social a su explicación puramente económica, sino que consistía en encontrar sus causas económicas “en última instancia”, es decir, como totalidad dialéctica materialista.
Y lo que era válido en el análisis histórico, lo era también para la proyección del proceso transformador de la realidad, para el marxismo metódicamente “la premisa política, intelectual, no es menos indispensable que la premisa económica” (Mariátegui, 1981, p. 88). No era suficiente la condición económica para una transformación socialista, era además necesaria la conciencia de clase, la organización y la acción de los trabajadores. De esta forma, se demostraba cómo el marxismo no era una simple economía positivista y evolucionista, como la que promulgaba el parlamentarismo socialista, con la que, además, apaciguaba la acción política de los trabajadores.
Al igual que en lo filosófico, en lo metódico y en sus hallazgos, el marxismo no era una teoría acabada ni estática, no se podía afirmar:
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