Para Mariátegui, los españoles representaban una economía superada para la época, ineficiente e inefectiva productivamente que no abastecía a sus colonias, sino de eclesiásticos, doctores y nobles. Mientras que con la independencia se creó una nueva relación económica donde las nacientes repúblicas abastecían la economía occidental capitalista con productos de su suelo y subsuelo, al tiempo que esta última abastecía a las repúblicas con productos manufacturados e industriales.
Con aventajadas posiciones geográficas, algunas economías latinoamericanas pudieron atraer capitales y migraciones extranjeras que les posibilitaron construcciones relativamente sólidas de capitalismo y democracia; no obstante, en el resto de los territorios, Mariátegui aseguraba que se habían acentuado los residuos feudales. El Perú, debido a su ubicación geográfica, pudo desarrollar un flujo comercial importante con Asia, que derivó en brotes de una economía burguesa que no se consolidó, fruto de la debilidad de la clase que la estimulaba y a falta de una conexión fluida y directa con las ideas y máquinas europeas.
Los pueblos indígenas bajo la República también recibieron una protección desde la ley; pero, sin una fuerza social dirigente que la llevara a la práctica, esta nunca se materializó. La inspiración republicana y burguesa de la independencia dejó intactos a los terratenientes y solo se empeñó en exterminar a la comunidad indígena sobreviviente, a nombre de los principios liberales de no monopolización de la tierra. La República, como orden burgués formal y constitucionalmente establecido, no aplicó efectivamente una desamortización de la tierra y, más bien, prolongó y desarrolló el régimen latifundista edificado en la Colonia, mientras que a los levantamientos indígenas en reclamo de su derecho a la tierra respondió con ahogamientos en sangre. “Sobre una economía semi-feudal no pueden prosperar ni funcionar instituciones demócratas y liberales” (Mariátegui, 2005, p. 53).
A ese régimen débil e indefinido económica y políticamente, también le correspondía una debilidad e indefinición cultural y religiosa. Mariátegui resaltaba cómo en este aspecto la República proclamó desde el primer momento, contradictoriamente, el catolicismo como la religión nacional. Los privilegios feudales como los eclesiásticos quedaron intactos con la independencia en el orden republicano.
Las disputas entre liberales y conservadores nunca tocaron las reivindicaciones indígenas que cuestionaban el régimen de propiedad de la tierra. Los debates entre centralistas y federalistas, sin importar el ordenamiento del país, siempre buscaban el beneficio del gamonal. Eran, en general, disputas entre grupos y no entre clases sociales.
España había configurado al Perú como un territorio productor de metales preciosos, posteriormente Inglaterra lo prefirió como país productor de guano y salitre. A diferencia de los recursos minerales que se tenían que explotar en la Sierra, sin ninguna garantía infraestructural, el guano y el salitre no necesitaban mayores tratamientos y estaban ubicados en la Costa al alcance de los barcos.
Con el auge del guano y el salitre, explicaba Mariátegui, surgió un nuevo periodo de desenvolvimiento del Perú, representaban la principal renta fiscal con la cual el Estado abusó del crédito al pensar que la prosperidad era infinita. De esta época data la hipoteca y entrega de los ferrocarriles del Estado a la administración inglesa. De este periodo también provienen los primeros elementos bien definidos de capital comercial y bancario que complementaban la construcción de una burguesía que por su origen y rasgos sociales se confundía con la aristocracia sucesora de los encomenderos y terratenientes de la Colonia.
Esta burguesía naciente consiguió reemplazar la ola de caudillos militares, que dirigían desde su inicio la administración republicana en alianza con el terrateniente para el desarrollo de una economía feudal con fachada liberal. La nueva Administración proveniente del “civilismo” tenía un acento costeño, por su origen económico, lo que profundizó el dualismo y conflicto con la Sierra. La guerra del Pacífico le arrebató al Perú los yacimientos de guano y salitre, entregando los faltantes a Francia e Inglaterra como respaldo al mayor endeudamiento producto de la guerra, terminando con dicho periodo, que según Mariátegui representó mediocremente un primer impulso de superación de la feudalidad y el desarrollo del capitalismo en el Perú, pero que, al estar dirigido por una metamorfosis de la clase dominante tradicional, no le alcanzó para liquidar el pasado colonial.
El poder regresó a los jefes militares, los cuales no estaban capacitados para reconstruir o instaurar un orden económico superior, con lo cual su incompetencia produjo mayores entregas de la economía nacional al capital extranjero, como el empeño definitivo de los ferrocarriles (Contrato Grace). Solo a base de empréstitos se logró iniciar la explotación de otros productos, predominantemente mineros.
Mariátegui afirmaba que la fraseología liberal solo profundizaba la inversión extranjera y no tocaba por ningún motivo los cimientos de la economía feudal. De esta época data la industrialización de la Costa, la aparición del proletariado y el surgimiento de bancos nacionales que financiaban industria y comercio; toda iniciativa económica previa aprobación de la banca y economía internacional.
El canal de Panamá acortó las distancias entre el Perú y Europa, pero, sobre todo, entre el Perú y los Estados Unidos, tras lo cual este último empezó a explotar minerales y petróleo; de hecho, el petróleo y el cobre se posicionaron como dos de los productos más importantes de la economía nacional. Una nueva clase capitalista dirigía el país, y aunque la propiedad agraria seguía siendo definitiva en su configuración social, ya no los apellidos virreinales. Se fortaleció y profundizó el modelo de país que le servía de contexto, aprovechando el auge de la explotación del caucho y un alza de los productos peruanos debido a la crisis desatada por la Primera Guerra Mundial, la cual contribuyó para dejar a los Estados Unidos como cabeza de la penetración imperialista en el mundo.
El contexto histórico previamente descrito permitió a Mariátegui dar como conclusión “que en el Perú actual coexisten elementos de tres economías diferentes” (2005, p. 28). Existía en su contemporaneidad dentro de la realidad nacional la economía feudal, los residuos vivos de la economía comunista indígena y un crecimiento de una economía burguesa con mentalidad atrasada.
No obstante, el incremento de la minería, el Perú era un país agrícola. Y aunque la agricultura y la ganadería nacionales cubrían insuficientemente la demanda nacional, sobre todo con la producción de alimentos desde la Sierra, sus productos, con los de la minería y la explotación del petróleo, ocupaban la principalidad en las exportaciones del país. El cultivo de la tierra ocupaba la mayoría de la población nacional, de la cual cuatro quintas partes eran indígenas; por tanto, en su conjunto, la producción agropecuaria pesaba más en la configuración económico-social del país.
A pesar de ello, la parte más alta de las importaciones era en “víveres y especias”, lo cual evidenciaba que la producción en el país, carente de soberanía, no tenía una preocupación por las necesidades nacionales y estaba dirigida bajo los intereses del capital extranjero. Solo la ganadería había permitido desarrollos de la industria textil nacional en el Cuzco, donde se evidenciaba cómo “el indio se ha asimilado al maquinismo” (Mariátegui, 1985, p. 37). Legislativa y crediticiamente había mayores garantías para el desarrollo de haciendas que para el impulso de la industria urbana. La minería, la explotación del petróleo, el comercio y el transporte estaban total o mayoritariamente en manos del capital extranjero.
En la Costa, la plantación de alimentos estaba por debajo de la ley y el cultivo se concentraba exclusivamente en la producción de azúcar y algodón. Con una pobre